Feliz cumpleaños, Carmiña

Visión de Nueva York, CMG
—No atiendes a lo que digo —se impacientaba ella algunas veces cuando le estaba contando un cuento—. ¿En qué estás pensando?
—En nada.
—No se puede estar sin pensar en nada. Si pudieras quedarte sin pensar en nada, te saldrían alas y volarías como los pájaros. Sería muy bonito. Yo a veces lo he intentado hacer, pero no puedo. Y tú tampoco, ¿lo ves?, porque no estás volando. Anda, dime lo que piensas —insistía con voz autoritaria.
—¡Te digo que en nada! ¡Déjame en paz!
—Eres un mentiroso. ¿Por qué me mientes? Te van a salir patas de ciempiés.
 
* * *
—No llores, Cecilia, mi Cecilia —dijo con una voz estremecida de emoción—. ¿Por qué lloras?
—¡Porque soy muy pequeña! —estalló, como si se arrancara una careta—. Porque sólo tengo diez años. Y no entiendo nada, y no soy ninguna princesa ni me llamo Cecilia. Y además no he bebido nunca champán, ni tengo libros, ni amigos, ni una habitación donde no me venga nadie a molestar, ni sé darle cuerda a un gramófono, ni he visto el mar, ni me contesta nadie a lo que le pregunto, ni he hecho ningún viaje de verdad, ni he conocido al capitán de ningún barco, y porque el rey no me ha querido decir lo que tengo que hacer para ser mayor, que es lo que más deseo en este mundo, ni usted tampoco, y porque todos me riñen o me dicen mentiras, y porque quiero contar historias de verdad y ser muy mala y mayor de verdad. Muy mala y muy mayor. Como usted, eso es. No necesitar de nadie. ¡Comerme yo sola el pastel del diablo!
* * *
El inventivo de los amores, como el de los cuentos, radica en su capacidad de sorpresa. Ni al que se pone a querer ni al que se pone a contar les va a servir de nada prefigurar el trance amoroso o narrativo. Mientras no se vean metidos de hoz y coz en él, no están en condiciones de saber cómo les va a ir.
* * *
Le he preguntado a esos niños que si quieren jugar conmigo —me vino a contar un día mi hija muy consternada en el parque madrileño de La Quinta del Berro— y me han dicho que no, porque no me conocen. Pues si no juegan conmigo —continuó con una lógica implacable—, ¿cómo me van a conocer?
Visión de Nueva York, CMG
Estábamos Andrés, Nico y yo en la cafetería que hay delante de la universidad, en la terraza. Sé dos cosas de aquel momento: que hacía frío y que yo me estaba saltando una clase. Me preguntaron qué estaba leyendo y, como acostumbraba a contestar desde que en verano empecé a leer “Nubosidad variable”, dije: Carmen Martín Gaite. Nico dijo, porque siempre lo decía cuando yo la citaba, que sólo había leído “Entre visillos”, y yo le decía que era una maravilla y su primera novela, y entonces Andrés añadió:
—Si quieres escribir de verdad, tienes que leer “El cuento de nunca acabar”.
Yo no sabía si quería escribir de verdad o de mentira, pero estaba escribiendo y quería leer aquel libro, así que me lo prestó y lo devoré como había hecho con todas sus novelas: con auténtica devoción. Más que para escribir, el ensayo cuentístico me ayudó para divagar, sobre lo que ya estaba divagado, en torno al cuento y, sobre todo, al niño. Si algo me gustaba de Carmiña era que sus cuentos infantiles y sus cuentos adultos se parecían muchísimo, y en aquel libro que me iba a ayudar a escribir de verdad, encontré lo que en realidad era todavía más útil: a mirar de verdad. Seguía leyendo con avidez todo lo que caía en mis manos de Martín Gaite, y a mi vez escribía de la misma manera: con auténtica devoción. Por eso las primeras cosas que tuvieron alguna forma literaria llevaban por título Bergai y Belfondo, porque eran nombres que ella había inventado para sus pueblos y sus islas imaginarias, y yo lo único que quería era convertirme en una especie de hija, una bastardita. Empecé comprando un cuaderno y acabé plantándome una boina en la cabeza, y por en medio, observaba todo a mi alrededor como si estuviera metida en una novela de Martín Gaite: con auténtica devoción. No podía hacer otra cosa que seguir leyendo, seguir tirando de su hilo, como decía siempre. Para ello, los que estaban a mi alrededor contribuían a su manera: hablándome de los libros que habían leído suyos, recomendándome títulos de ensayos que desconocía, regalándome (Sariña) el libro “Visión de Nueva York” o prestándome (Gloria) sus “Cuadernos de todo”. Para extender aquella manta gaitesca, seguía todas las recomendaciones indirectas que ella hacía desde sus libros, y así fue como descubrí a Natalia Ginzburg, por ejemplo, y como leí “Querido Miguel” de la traducción que hizo ella misma; busqué a Ana María Matute porque constantemente las nombraban juntas y admiraba lo que despertaba (en Elena) en las demás personas que, como yo, seguían su estela con auténtica devoción. ¿Que cómo empecé a escribir, a leer, a interesarme por la literatura? Por el principio, por Martín Gaite. Hoy cumpliría ochenta y siete años y llevo toda la mañana leyendo y rebuscando lo que queda de bastardita en mí, recopilando cuentos, buscando las puntitas dobladas de sus cuentos. Gracias a ella me convertí en una mujer novelera, que no es lo mismo que novelista; en una mujer observadora y un poco infantil, sin que eso sea motivo de vergüenza; me convertí en una mujer que lee y en una mujer que escribe como ama, porque si alguna cosa aprendí de todas aquellas lecturas —a las que no vuelvo por miedo— fue que la literatura y el querer, como en las citas de arriba, son, si no lo mismo, prácticamente. Aprendí a aprender y, sobre todo, a no preguntar… a indagar por mí misma y a buscar ese interlocutor soñado al que ella tantas veces hacía referencia. Pero sobre todo, a seguir tirando del hilo y a contar las cosas como me gusta que me las cuenten a mí: con auténtica devoción.

12 thoughts on “Feliz cumpleaños, Carmiña

  1. Se me ha olvidado decir que el título de este blog es, también, una de sus novelas. Y que en mi anterior blog, arriba, al principio de todo, siempre rezó unas de sus frases: ¿Usted cree que yo tomo la literatura como refugio?

  2. Visión de Nueva York fue la primera obra suya que tuve en mis manos y desde entonces la tengo en mi lista de “Lecturas bibliográficas completas”. Me falta tiempo y me sobra juventud :-P

  3. Te propongo un trato, Vero, a lo Benedetti: tú me recomiendas un Anaïs Nin y yo un Martín Gaite, y ese intercambio será la Navidad Granitera.

  4. Supongo que ya sabes (o quizás no, porque en realidad no nos conocemos) que yo estuve a punto de conocer a la Gaite en persona y que el hecho de aquel tremendo desencuentro (una llamada telefónica de ella respondida por la persona no adecuada) y su repentina muerte unos pocos meses después es lo que me ha movido desde entonces, todas mis lecturas, todos mis pasos, lo poco que escribo, lo mucho que sueño… todo porque un día cayó en mis manos “Lo raro es vivir” y desde entonces todo cambió (lo cuento aquí: http://www.entretodas.net/2006/02/28/tamano-nuria-releyendo-a-la-gaite/).

    Y ahora, Casa Tía Julia, que es algo en lo que me he metido por culpa de un libro, y por culpa de una frase de nuestra Carmiña que me repito como un mantra todos los días:

    “Normalmente se sueña una cosa y se hace otra. No te dejes engañar: intentar realizar los sueños es lo único que al final de la vida te reconcilia contigo mismo.”

  5. No nos conocemos pero las gaiteras nos reconocemos, Nuria, y no me pasan por alto cosas como una vez que dijiste que estabas en la piscina de su casa, o algo así. Igual es lo que cuentas en esa entrada, que ahora leeré.

    Tengo la sensación de que, como en mi caso, Martín Gaite ha estado presente en muchas vidas, determinándolas hacia un lugar u otro. A diferencia de otras lecturas, ésta a mí me condicionó… y voy descubriendo poco a poco que no sólo a mí. Algo tenía. No digo literariamente, no digo talento, digo que algo tenía…

    Bonita frase…

    Un abrazo.

  6. Cierto, las gaiteanas nos reconocemos y sí, la Gaite ha estado presente en muchas vidas, cambiándolas de verdad, sin que la tan manida expresión “un libro que cambió mi vida” sea una metáfora o exageración, sino la constatación de una realidad.

    En respuesta a ese tweet mio que me mencionas sobre la piscina de la Gaite, me he animado a hacer una recopilación de posts en los que hablo de ella, y dedico tres líneas a ese episodio, sobre el que no, todavía no he escrito.

    Carmen Martín Gaite o cómo cambió mi vida

  7. Cuanto me gusta leerte, leerla. Fragmentos de interior y sus Cuadernos de todo han estado acompañándome de nuevo. Yo la conocí primero con Nubosidad variable y luego mi hijo me regaló Cuentos completos y un monólogo, luego vinieron más. Me gustó tanto el cuento Las ataduras que lo imprimí aparte y lo llevaba conmigo a ver si se me pegaba algo como a ti, pero no, tú eres una escritora nata como ella y me alegra.

    Estás muy linda dándole la mano.

    Besos y recuerdos compartidos.

  8. Hombre, Isabel, yo recuerdo que en aquella época estaba yo muy “tirar del hilo”, y tu blog era un canto al acto de hilar, así que me tuve que quedar.

    No sabes qué frío en Salamanca, y qué nervios cuando entré a la plaza donde está la estatua… como si la fuera a conocer en persona. Una tonta. Fue un momento importante, yo qué sé.

    Un abrazo muy grande.

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