Elogio de la mierda

El coronel no tiene quien le escriba

Según la época, hay palabras prohibidas. O por lo menos palabras políticamente incorrectas. O palabras que simplemente, por el contexto histórico en el que están, preferimos que sean sustituidas por otras, eufemismos amables. Hoy en día probablemente la palabra crisis es la más dicha y escrita, pero rescate tiene ya más de una alternativa. Medios de comunicación y, en menor medida, literatura, pasan de puntillas por sida, cáncer, homosexualidad, dictadura. Pero hay una —sí, mierda— que está permanentemente en un segundo plano, que será para siempre secundaria, a la que buscaremos todos los sinónimos posibles para no ser soeces, para no parecer maleducados, para no ser demasiado escatológicos. 
—Todavía faltan cuarenta y cinco días para empezar a pensar en eso —dijo el coronel. 
La mujer se desesperó. 
«Y mientras tanto qué comemos», preguntó, y agarró al coronel por el cuello de franela. Lo sacudió con energía. 
 —Dime, qué comemos. 
El coronel necesitó setenta y cinco años —los setenta y cinco años de su vida, minuto a minuto— para llegar a ese instante. Se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: 
—Mierda. 
Ésa fue la primera vez que, en un libro, yo leí la palabra mierda. Dijeron que el final de “El coronel no tiene quien le escriba” era uno de los finales más inolvidables de la literatura, y supe por qué. Cuando leí la respuesta que el coronel le da a su mujer, me quedé un poco consternada, a pesar de que después de darla, él se quedara tan invencible. Cualquier otro diálogo, incluso el silencio, podrían haber estropeado el libro entero, pero en esa palabra, por fin sin eufemismos, elegida con mucho mimo, quedaban encerrados toda la desidia, la desesperanza y también el alivio de Aureliano Buendía. La palabra mierda aparece en tres ocasiones en la novela, y en las dos primeras no es el coronel Buendía quien las dice, sino quien riñe por haberla dicho. Gabriel García Márquez acabó de escribir esta novela en 1957. Desde entonces hasta hoy, la palabra mierda sigue siendo motivo de vergüenza o burlas, pero hay muy pocas que tengan tanta fuerza en una narración. 
Mi planta de naranja lima 
Todo hace pensar que para cuando José Mauro de Vasconcelos escribió “Mi planta de naranja lima”, todavía la palabra mierda causaba rechazo tanto al que la escribía como al que la leía o escuchaba, porque sólo habían pasado once años. Sin embargo, en una novela tan tierna y de tanta belleza, la potencia que tiene esta palabra nos ofrece la siguiente escena. Zezé, el niño protagonista, acude con su cumpañero, el señor Ariovaldo, a cantar canciones por la calle. Se queda la propina y además puede elegir uno de los cuadernitos que no se hayan vendido en el día, que aprovecha para regalárselo a su hermana Gloria, que se porta tan bien con él. Una mujer se acerca a ellos y amonesta al señor Ariovaldo por tener a una criatura como Zezé trabajando. El señor Ariovaldo, que sabe que lo único que quiere es asustarlo y molestarlo, le devuelve la amenaza, pero con un cuchillo. En cuanto se quedan solos, se da este diálogo: 
—Señor Ariovaldo. 
—Dime. 
—¿Qué es Bruja de Croxoxó? 
—¡Y yo qué sé! Lo he inventado con el enfado. 
Soltó una carcajada de placer. 
—¿E iba usted a rajarla de verdad? 
—No, hombre. Ha sido sólo para asustarla. 
—Si lo hubiera hecho, ¿qué habría salido? ¿Tripas o serrín, como de una muñeca? 
Se rio y me acarició la cabeza amistosamente.
—¿Quieres saber una cosa, Zezé? Creo que lo que saldría sería mierda, exactamente. 
¿Qué otra cosa podría salir de aquella mujer que nos hiciera sonreír o que nos demostrara lo repugnante que les resultaba la maldita Bruja de Croxoxó, que no significa absolutamente nada? De ahí que el título sea “Elogio de la mierda”. Cuando un narrador quiere darle fuerza a su texto, y necesita que el lector preste atención, como uno de esos vendedores ambulantes que alzan la voz, no pueden hacer otra cosa que decir el nombre exacto de lo que se quiere decir, para que no haya lugar a dudas. No es una enfermedad, es cáncer. No ha desaparecido, se ha muerto. Más los periodistas que los escritores, pero tendemos a obviar que hay infinitas palabras y que no todas son intercambiables, no todas son sustituibles. 
el afinador de habitaciones 
Dando un salto en el tiempo mucho más grande, llego hasta 2010, cuando se publica “el afinador de habitaciones”, de Celso Castro. Antes hablaba de que para llamar la atención del lector, y a falta de no poder alzar la voz o mirar directamente a los ojos, hay que saber muy bien elegir la palabra que haga de anzuelo. Si ese anzuelo lo usas una sola vez, como en el caso de Gabriel García Marquez o José Mauro de Vasconcelos, el impacto es contundente. Pero si la repites, es todavía mayor. 
pero que no tenía ninguna importancia, ya estaba acostumbrado, me había acostumbrado a vivir entre imbéciles ¡imbéciles de mierda! viviendo una vida de mierda en una ciudad de mierda, y que para la mí la vida no era más que eso ¡mierda! y una lucha permanente contra esa mierda, que nos quería engullir y asimilarnos y hacernos mierda. 
Ahora, por favor, después de este fragmento, decidme, por favor, si quitando la palabra mierda de este discurso os habríais despertado lo más mínimo leyéndolo, si no os habría pasado desapercibido. Y decidme, por favor, si no agradeceríais que los periodistas que escriben sobre la crisis, el miedo, la injusticia, la violencia y, en general, el mundo de hoy, no agradeceríais que de vez en cuando dijeran lo que tienen que decir, con la palabra que lo tienen que decir.

9 thoughts on “Elogio de la mierda

  1. Me he acordado del mejor diálogo que escribió Murakami:
    ¿Conoces la historia de los monos de la isla de mierda? – le pregunté a Noboru Wataya.
    Negó con la cabeza, sin ningún signo de interés.
    – No la conozco.
    – En un lugar había una isla de mierda. No tenía nombre. No valía la pena ponerle ninguno. Era un isla de mierda con forma de mierda. Allí crecían palmeras con forma de mierda. Y las palmeras daban cocos que olían a mierda. Pero allí vivían monos de mierda que adoraban los cocos que olían a mierda. Y cagaban mierda de mierda. La mierda caía al suelo, aumentaba la capa de mierda y las palmeras de mierda que allí crecían eran cada vez más de mierda. Un círculo vicioso. – Me bebí el resto del café-. Mirándote, me he acordado de la historia de la isla de mierda – le dije a Noboru Wataya-. A lo que me refiero es que hay un tipo de mierda, un tipo de podredumbre, cierta tenebrosidad que se autoalimenta y, formando un círculo vicioso, crece con celeridad. Cuando se sobrepasa cierto punto, nadie lo puede detener. Ni siquiera la persona interesada.
    Haruki Murakami. Crónica del pájaro que da cuerda al mundo.

  2. ¡Hola, Javier!
    Vaya. Mira que he escrito esto convencida de que a palabra mierda es necesaria y además tiene una fuerza envidiable, y aun así me ha sorprendido esta conversación. Realmente, la palabra mierda es poderosa… En los fragmentos que yo he copiado hay menos agresividad pero son igualmente rotundos. En el de Murakami, la mierda de mierda, la podredumbre que se autoalimenta… ¿Al final me tendré que leer a Murakami? Si dices que esto es lo mejor, igual no vale la pena investigar más, ¿no?
    Gracias por pasarte. Me ha hecho ilusión.
    Un abrazo.

  3. Lo recomiendo con reservas. Crónica del pájaro que da cuerda al mundo es mi favorita, con este contundente y cargado de rabia diálogo. Murakami tiene (tenía) cosas interesantes, sobre todo por sus ambientes siniestros.
    No hay de que… normalmente soy un lector silencioso

  4. A mí es que Murakami… no sé, mira, estoy cargada de prejuicios, y Murakami… Será que veo que lo lee tanta gente, que desconfío. Ya ves qué cosas.
    Yo también soy lectora silenciosa y no debería extrañarme que los demás lo sean, pero me extraña y tiendo a pensar que sois todos no-lectores… Así que me sorprendre gratamente cuando de pronto, ¡ja!, un comentario.

  5. Yo agracecería la verdad sobre cualquier cosa, y que lo digan con sus palabras justas como en los ejemplos que pones.
    Mierda es una palabra que nos acompaña desde el nacimiento y se agranda en la vejez.
    Hace unos días revolviendo en los papeles de mi madre había uno amarillo de viejo: un poema a la mierda.
    Abrazos.

  6. Quizá el uso mas audaz y famoso de la palabra mierda en literatura, se lo debemos al francés Alfred Jarry, quien en su obra “Ubu Roi” (1986) comienza la pieza poniendo en boca del personaje principal, Ubu, la exclamación “MERDRE” (“merdre” ”mierdra” –unión en francés de “merde” “mierda” y “meurtre” “asesinato”). Considerada precursora del surrealismo, dadaismo y el teatro del absurdo, en su estreno, la pieza provocó un motín de parte del público, llegándose a representar solo dos veces.
    Saludos
    Oscar

  7. Como guía, historia de la mierda, de Dominique Laporte. Como desasosiego, la insoportable levedad del ser de Kundera. Gracias por tu entrada. Un abrazo. Jorge

  8. Un saludo. Estoy por primera vez en tu blog, me parece magnífico. Creo que el final de García Márquez en El coronel no tiene quien le escriba cierra perfectamente lo ocurrido, aún sin la palabra “mierda”, el autor habría elegido otras palabras para confirmar el final de la esperanza.
    En el otro texto que nombras, se agradece la sinceridad, suele ser común decir las cosas de ese modo y supongo que tiene que ver con la forma de ser del personaje.
    Te envío un saludo.

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