A lo mejor lo que le pasa es que ya no sabe cómo escribir. Una cosa tan simple: poner una palabra detrás de otra, ordenarlas un poco como las madres dan toques suaves y precisos a un cojín y de pronto resulta tan cómodo para el reposo. Ya no escribe así, ligera, bailarina. Con esa voz que ya no se reconoce. Algunas mujeres no deberían nunca aprender a escribir ni a leer, tan terrible les resulta después la cura de tanto vuelo y vértigo. Pero aprenden. Se esfuerzan y repiten las palabras para sí mismas, las hacen suyas, se pierden en textos gravemente masculinos y se esfuerzan por darles un sentido más o menos aprendible. Recitan como quien le canta a Dios y mueren cada vez en el final. No deberían haber sabido nunca que podían escribir como otras mujeres que sí saben llevarlo. Deberían simplemente aceptar la fiesta de leer y desear plenamente haber recibido el don. Quedarse ahí, delante de tanta hermosura, de tanta belleza. Está triste porque ha olvidado cómo era escribir sin prisa, escribir para haber escrito. Y unas manos que vienen de otra época se le acercan y le imitan la velocidad de los dedos, el miedo a quedarse paradas alguna vez, en medio de en blanco, en medio de tanta nostalgia acumulada de los últimos meses. Es terrible la mujer que nace al mediodía y crece tibia en los primeros minutos, sin poder contemplar un sol que está a punto de sentirse completo y agotado. Si pudiera escribir ya sobre esa niña que definitivamente ha muerto para todos los que la conocieron, entonces podría seguir sólo por el placer de haber sabido seguir, continuar, ir devorando el camino que una vez se desandó ilógicamente. Está muriendo y parando con dificultades porque ya no recuerda cómo era escribir como yo escribo ahora, por puro escribir. Y se asfixia en su mundo de cotidianidad, en su mundo mirado a través de una lupa que hace las cosas más pequeñas, hace que la ternura sea sólo interés, que la ayuda sea sólo un poco de limosna. Si escribiera, lo haría de esa gran parte de la población que ofrece su mano a los demás esperando que se la muerdan para justificar el resto de veces su egoísmo, si escribiera, si fuera capaz, hablaría de todos los que luchan por alguna idea discutiblemente justa para esconder su propia pobreza de espíritu, escribiría de las grandes mentiras, sabiendo que nunca estuvo a salvo de ninguna de ellas. Hablaría por hablar porque nunca hubo tanto silencio en su casa como ahora, estudiaría las esquinas del mar, se detendría en todo lo que la gente que escribe se detiene: estupideces, historias para olvidar, la infancia, el terror, la soledad. Pero no se acuerda de escribir en todo el tiempo, olvida cómo se pronuncian algunas palabras que quedaron desgastadas en la última batalla. Si escribiera, si en alguna parte hubiera dejado anotado cómo era empezar. No basta con aprenderse las palabras todas.
¿Tristeza? ¿Resentimiento?
Me gusta.
No, no basta, Fusa mía.
Pero es que a veces la voz desafina, o se vuelve ronca, puede suceder que se quede afónica y sin embargo… sigue siendo una voz. Tal vez no tan cantarina pero por mi parte la tuya sigue siendo ritmo y me hace marcarlo con los pies al leerte.
Y algún día volverá a ser swing, ya verás.
Besos con voz y aliento.
Quizá pueda urdir hipérboles inentendibles, y exclamaríamos: “Que bello”!!!
Adentrarme en tu escritura me resulta como atravesar los resquicios de cada palabra, como respirar, como si te conociera sin conocerte. Dices tanto en este hermoso texto, tanto, que con cada frase se podría construir historias con sentido y no tantas estupideces como hay que leer.
Un abrazo.
Ojalá supiera expresarme como lo ha hecho Isabel. Yo tampoco te conozco y hace poco que encontré tu página, pero desde que la encontré, te leo y he leído mucho de lo que has escrito. Me gustan todas tus palabras, pero este texto ,en especial, me ha parecido maravilloso.
Gracias.
A veces lo maravilloso de un libro, un poema, un escrito, unas palabras volcadas en una hoja en blanco,
es cuando lo cierras y te puedes identificar con lo que has leído: un personaje, una palabra, un poema, una idea, un sentimiento …
esa es la gran maravilla,
al menos para mí
.
La foto de tu texto me hizo recordar a Anne Sexton.
Saludos