Las niñas del liceo

Marguerite Duras

La niña Langonelle se mueve por el mundo con una intuición que le es innata y que a veces, por la noche, le da miedo. No sabe de dónde nace su deseo, sin embargo, sabe cuándo besar y es así como se colocan pacientes sus labios justo unos momentos antes de recibir el cálido aliento de la hija de la directora del colegio francés. No sabe cuándo debe empezar a llorar y por eso una y otra vez se equivoca y la tienen que dejar castigada sin que nadie la toque durante unos días. La profesora -que es ella misma- pide por favor que a partir de ese momento ninguna de las chicas entre en contacto con la niña Langonelle. Todas se preguntan si pueden hablarle y la respuesta es sí. Lo que no deben es tocarle las trenzas, por ejemplo, ni para deshacérselas ni para hacérselas, ni ayudarle con el botón del traje de dormir, ni besarle para las buenas noches. La niña Langonelle sabe que se lo tiene merecido y no se queja. A fuerza de esos días está aprendiendo a saber cuándo debe llorar, cuándo debe lastimarse con recuerdos de sus padres y de su tierra lejana, a fuerza de no ser tocada sabe, sigue sabiendo, que el deseo que hay dentro de ella misma es algo más que impuro, es una palabra asquerosa que no se atrevería nunca a pronunciar siquiera en bajito. La niña francesa disfruta viendo la hermosura de ella, también su propia hermosura, y sabe que los hombres las mirarían si tuvieran oportunidad de contemplarlas cuando están ya en la cama y hablan del chino y de las prostitutas de espaldas al mundo, las observarían complacidos mientras ellas se besan para tener menos miedo, o para llamarlo, para gobernar ese deseo raro de las dos cuando piensan en el hermano pequeño, el diferente. Una noche la niña sin nombre vino siendo ya vieja y Langonelle no entendía cómo había ocurrido, en qué momento. Sintió una ira profunda de no haber asistido a tal transformación, quiso llorar, pero temió equivocarse y sólo de pensar que la nueva anciana no iba a poder tocarla se contuvo. Nadie creería que en esos dos cuerpos todavía de niño cabe tanto, tanto amor. Todas las niñas del liceo se acaban pareciendo, todas y cada una de ellas: las que viven en Francia, las que lo añoran y las que ni siquiera saben pronunciar bien su nombre.

5 thoughts on “Las niñas del liceo

  1. me has recordado a mi colegio, con el suelo de madera, que chirriaba al caminar, el salón de actos, donde hacíamos ballet y el patio, con una puerta en la que había bombonas grandes de butano; es todo lo que recuerdo del colegio, los pasillos, las ventanas, el patio, el salón, y un instante de vida en la puerta, una ligera conversación con otra niña y que me veía, era, pequeña, y el edificio muy grande, y muy cerca del mar :)
    recuerdo los bordes, es curioso, pero tu texto me ha introducido de lleno en ellos :)
    muy feliz tarde :)

  2. Recuerdos de la niñez, de los años dorados (?) inocentes (?), alegres y/o tristes, y volver a esos años de viejo o no tan viejo, no deja nuevas huellas, nuevos recuerdos. O como dijo Cesare Pavese en su libro “Il mestiere di vivere”: Las pasiones pasan y se apagan, excepto la pasión más vieja, la de los años de la niñez…

    Quien conoce una traducción mejor? (traduje del libro “Il mestiere di vivere” en su traducción holandesa).

    Besos

  3. Es curioso, pero no sé porque, a mi mas que recuerdos de la niñez o del colegio, quizás porque los tengo borrosos, me acerca mas tu texto a la sensación de falta de contacto humano en la niña Langonelle, pero bueno esto es lo hermoso de la lectura, las diferentes sensaciones que obtenemos, que muchas veces no coincide con las de quien las escribe.
    Recordando la frase de Marguerita Durás:”Escribir es tratar de saber lo que uno escribiría si uno escribiera”.

    Con cariño.

  4. Extraña mujer la Duras (tan de hielo me parecía a veces y otras frágil como un cachorro mojado) y extraña la niña Langonelle. O no tanto, no más que una misma ante el desconcierto, pero a ver quién es la guapa qué lo explica: que explica que el desconcierto no se reduce a la infancia, ni será el mayor que sintamos a lo largo de nuestra vida.
    Y que el deseo y el miedo se acompañan desde aquel entonces.

    Besos parecidos

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