La nieta del Rey

Marcel Duchamp

Cuando a mi abuelo le preguntabas qué edad tenía, siempre decía el número y después:
—La misma que el Rey.
Así que en mi casa, además de monárquicos, siempre hemos estado muy al día de la edad que tenía el Rey y de las cosas que le pasaban a él y a su familia. Alguna que otra vez, si me preguntaban cuántos años tenía mi abuelo, que parecía tan joven para ser mi abuelo, contaba que como mi madre era separada y mi padre tenía diez años menos y me tuvo muy joven, toda la familia de mi padre parecía la familia de otras personas más mayores que mi hermano y yo; y también decía, cuando me preguntaban cuántos años tenía mi abuelo, cuántos tenía el rey, porque yo es que me descontaba. A partir de entonces, para mí, mi abuelo y el Rey formaban un tándem, vidas paralelas, y si al Rey le pasaba algo, lo relacionaba con lo que pudiera pasarle a mi abuelo. Era infalible.
—¿Tú te das cuenta? El otro día, cuando el Rey se tropezó… ¿viste que el abuelo también?
Mi hermano no me seguía la corriente y era, en parte, porque odiaba al Rey (hasta le daba rabia que pusiera la primera mayúscula), a la Familia Real, a Dios, a la Virgen y, en realidad, odiaba cualquier cosa. Yo seguía muy pendiente de cómo evolucionaba la vida del Rey, porque así sabría cómo avanzaría la nuestra, que encima el abuelo era viudo y vivía con nosotros. Cuando el Rey salía por la televisión, el abuelo se quitaba la gorra que llevaba y se la ponía en el pecho, en señal de respeto y admiración. Siempre comentábamos si estaba mayor o no, si había envejecido, si parecía más joven que mi abuelo. 
—Hablo muy en serio: cuando el Rey se cae, el abuelo también; cuando el Rey va al médico, el abuelo también; cuando el Rey…
—Que te calles ya, que pareces imbécil con tanto rey.
Para mi hermano era una vergüenza que mi abuelo se quitara la gorra y estuviera tan orgulloso de tener la misma edad que él, y cuando se lo encontraba por la calle lo saludaba con la mano y decía hey flojito (¡a veces hasta parecía que lo saludaba diciendo rey!) para que mi abuelo no se detuviera a hablar con él. A mí, en cambio, me parecía una suerte que mi abuelo y el Rey fueran, en realidad, almas gemelas, casi la misma persona, y se lo contaba a mis amigas para que si sabían algo del Rey, me lo contaran para poder confirmar que, efectivamente, vivían siempre las mismas cosas. Hasta una vez, cuando ya estaban los dos muy mayores, le dije que empezaban a parecerse un poco, ahora que se les estaba cayendo el pelo (también a la vez). Mi abuelo sonrió y dejó de usar la gorra para que le vieran la perfecta calva que les estaba asomando a ambos.
Cuando mi abuelo cayó muy enfermo, estuve muy pendiente de la prensa para ver si decían algo. Estaba convencida de que también enfermaría y me pasaba las horas muertas buscando en la prensa y en las noticias alguna aparición de la Familia Real. Pero nada, ni rastro.
—De verdad, no he visto una más imbécil que tú.
Pero un día ocurrió algo maravilloso: después de las noticias, emitirían un anuncio de la Casa Real, un comunicado oficial de algo. Estaba ¡convencida! de que saldría la Reina, que nunca salía, diciendo que su marido estaba, como mi abuelo, en el hospital, en estado gravísimo y a punto de morir. Estuve esperando nerviosa todas las noticias, esperando y esperando, pero lo único que anunciaron fue el compromiso del Príncipe, el heredero, el único que faltaba por casar. Mi hermano me llamó imbécil más veces que de costumbre y se sentía más republicano que nunca. Yo estaba apenada, porque mi abuelo se iba a morir, todos lo decían, y también porque por primera vez las vidas no coincidían. Que no es que yo quisiera que el Rey muriera, ni mucho menos, pero si mi abuelo estaba tan mal, no sé, al menos…
Mi abuelo murió. En tres semanas murió y en prensa y televisión sólo se hablaba de la boda del Príncipe, de quién iba a diseñar el vestido de la futura Princesa, de los preparativos, de la línea de sucesión, de lo mayor que estaba ya el Rey, que todo el día andaba cayéndose en los actos públicos. En los bancos de la iglesia para la despedida al difunto, mi hermano, que nos costó toda la mañana convencerlo de que por cariño al abuelo debía asistir a la misa aunque no creyera en Dios ni en la Virgen ni, en realidad, en nada, estaba sentadito a mi lado, sollozando que daba pena.
—Se podría haber muerto el hijo de puta del rey.

4 thoughts on “La nieta del Rey

  1. Gràcies, Francesc! Me alegro de que te haya gustado. En mi caso, mi abuelo, que tiene la misma edad que el rey, perdió la mala leche no sé dónde…
    Salut!

    No sé si “impresionante documento” es bueno o malo, pero gracias por pasarte y dejar un comentario.

    ¡Sí, Isabel! Parece que vuele la Jenn compulsiva y esta semana he aparecido mucho por aquí… A mí, lo reconozco, también me gusta.
    Un beso grande.

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