
Yuko Shimizu
Tú, un chavalín como Dios manda,
¿cómo eres tan tontaina en matemáticas?
ERRI DE LUCA
Aquel verano estuve castigado porque me habían quedado las matemáticas. Mi hermana, en cambio, era increíblemente rápida resolviendo los problemas de los ejercicios que me habían mandado en el cuadernillo para las vacaciones. Algunas veces, como se impacientaba con los ayuda a tu hermano que mi madre gritaba desde la cocina, me ayudaba. Por las mañanas, mientras mamá preparaba la comida para llevarla a la playa y papá compraba el periódico y se sentaba en la terraza a leerlo con las gafas de sol, yo tenía que ocuparme de los problemas de matemáticas que muy amablemente mi profesora nos había recomendado para que no me quedara atrás en el curso siguiente. Le dije a mi hermana que no habría curso siguiente porque me pensaba escapar ese mismo verano, para no tener que estudiar más, y mi hermana por no escucharme más tonterías algunas veces me hacía ella misma los ejercicios para que pudiéramos irnos cuanto antes a la playa. Lo que le pasaba a mi hermana, además de que estaba cansada de mis lloriqueos, era que le gustaba uno que iba todos los días a la playa con su madre, que la madre estaba sola porque el padre se había ido a trabajar a Estados Unidos. Con la tontería del padre en Estados Unidos, el tío había conquistado a mi hermana, mientras que yo lo único que pensaba era en lo triste que me resultaba estar castigado un verano haciendo problemas de matemáticas, y también en las ganas que tenía de escaparme un día y no dejar ni rastro.
—Y lloraréis por mí pero ya será demasiado tarde.
Mi madre me daba así en la cabeza y yo me quejaba lo mismo que mi abuela si me daba en la cabeza, porque mi abuela podía pegarme donde quisiera, darme una paliza si hacía falta, pero en la cabeza nunca me pegaba porque decía que me podía quedar mal. Cuando mi madre me daba en la cabeza, aunque fuera suave, mi abuela la reñía. Yo, que estaba enfadado con todos los miembros de mi familia, especialmente con mi madre, protestaba y bien y pedía muy seriamente que no me diera en la cabeza que me iba a quedar mal.
—Y llorarás por mí pero ya será demasiado tarde.
Al final nadie lloraba por mí, yo seguía sin entender qué me pedían los ejercicios del cuadernillo y entendiendo todavía menos por qué aquel tontorrón con el padre en Estados Unidos interesaba tanto a mi hermana. Nadie lloraba por mí y de verdad que una noche decidí que me iba a escapar, que no era ningún juego. En la playa había unas rocas que incomunicaban dos pequeñas playas, y me propuse bucearlas para llegar al otro lado y, una vez allí, escaparme, o quedarme en la otra playa unas horas, para darles un susto. Para que lloraran o no sé, para molestar. Si no sabía resolver los problemas no era por perezoso y me daba rabia que mi madre estuviera siempre con lo mismo, les daría una lección y se darían cuenta de que las mates, en realidad, no son tan importantes como me querían hacer creer.
Al día siguiente saqué un problema bastante fácil y pudimos irnos a la playa pronto. Cogí las gafas de buceo y me dirigí hacia las rocas en un momento que mi madre estaba organizando la comida, mi padre con el periódico, que tardaba todo el día en leerlo, y mi hermana hablando y riéndose como una tonta con el tío aquel. Empecé a bucear y a bucear, hasta que me pitaron los oídos y pensé que me iba a explotar la cabeza. Después no sé qué pasó, pero me contaron que perdí el conocimiento. Mientras los demás me daban bofetadas en la cara y me intentaban reanimar, yo estaba soñando con unas mujeres que nadaban por debajo de las rocas, y que lo hacían completamente desnudas. No eran sirenas, eran mujeres y estaban completamente desnudas. Fue un sueño maravilloso. Para los demás fueron unos minutos terribles y mi hermana me confesó después que tuvo muchas ganas de llorar y que no lo hizo para no darme el gustazo, pero yo el gustazo me lo estaba dando de todas formas, porque estaba nadando con aquellas bellezas desnudas, con una melena larga que las iba tapando según les convenía, y a veces no les convenía nada. Por la noche mi hermana vino a darme las buenas noches, cosa extrañísima, y me pidió que me aplicara con las mates, que dejara de quejarme y que no intentara nunca más ni escaparme ni bucear hacia la otra playa, porque en la otra playa qué me creía que iba a encontrar sino otro tontaina como yo haciendo ejercicios de cualquier otra cosa, de lengua.
—Y lloraréis por mí pero ya será demasiado tarde.
Mi madre me daba así en la cabeza y yo me quejaba lo mismo que mi abuela si me daba en la cabeza, porque mi abuela podía pegarme donde quisiera, darme una paliza si hacía falta, pero en la cabeza nunca me pegaba porque decía que me podía quedar mal. Cuando mi madre me daba en la cabeza, aunque fuera suave, mi abuela la reñía. Yo, que estaba enfadado con todos los miembros de mi familia, especialmente con mi madre, protestaba y bien y pedía muy seriamente que no me diera en la cabeza que me iba a quedar mal.
—Y llorarás por mí pero ya será demasiado tarde.
Al final nadie lloraba por mí, yo seguía sin entender qué me pedían los ejercicios del cuadernillo y entendiendo todavía menos por qué aquel tontorrón con el padre en Estados Unidos interesaba tanto a mi hermana. Nadie lloraba por mí y de verdad que una noche decidí que me iba a escapar, que no era ningún juego. En la playa había unas rocas que incomunicaban dos pequeñas playas, y me propuse bucearlas para llegar al otro lado y, una vez allí, escaparme, o quedarme en la otra playa unas horas, para darles un susto. Para que lloraran o no sé, para molestar. Si no sabía resolver los problemas no era por perezoso y me daba rabia que mi madre estuviera siempre con lo mismo, les daría una lección y se darían cuenta de que las mates, en realidad, no son tan importantes como me querían hacer creer.
Al día siguiente saqué un problema bastante fácil y pudimos irnos a la playa pronto. Cogí las gafas de buceo y me dirigí hacia las rocas en un momento que mi madre estaba organizando la comida, mi padre con el periódico, que tardaba todo el día en leerlo, y mi hermana hablando y riéndose como una tonta con el tío aquel. Empecé a bucear y a bucear, hasta que me pitaron los oídos y pensé que me iba a explotar la cabeza. Después no sé qué pasó, pero me contaron que perdí el conocimiento. Mientras los demás me daban bofetadas en la cara y me intentaban reanimar, yo estaba soñando con unas mujeres que nadaban por debajo de las rocas, y que lo hacían completamente desnudas. No eran sirenas, eran mujeres y estaban completamente desnudas. Fue un sueño maravilloso. Para los demás fueron unos minutos terribles y mi hermana me confesó después que tuvo muchas ganas de llorar y que no lo hizo para no darme el gustazo, pero yo el gustazo me lo estaba dando de todas formas, porque estaba nadando con aquellas bellezas desnudas, con una melena larga que las iba tapando según les convenía, y a veces no les convenía nada. Por la noche mi hermana vino a darme las buenas noches, cosa extrañísima, y me pidió que me aplicara con las mates, que dejara de quejarme y que no intentara nunca más ni escaparme ni bucear hacia la otra playa, porque en la otra playa qué me creía que iba a encontrar sino otro tontaina como yo haciendo ejercicios de cualquier otra cosa, de lengua.
Me gustó. Yo de pequeño, tampoco entendía muy bien por qué tenía que hacer deberes y ahora, cuando mis hijos me piden ayuda con los suyos, me dan ganas de contestarles:
– Pues si no hice mis deberes, cuando me tocó hacerlos, ¿por qué pensáis que tendré ganas ahora de hacer los vuestros?
Empezaré a pensar que buceo y me imaginaré tías desnudas
A mí tampoco me gustaban las matemáticas. Una vez me fingí enfermo para no ir a clase el día del examen. Para convencer a mi madre de que estaba malo metí un ratito el termómetro debajo del flexo; cuando vio que marcaba 39 se llevó un buen susto y me dejó en casa. Al día siguiente me acompañó al colegio y le pidió a la profesora de matemáticas que me hiciera el examen otro día. De todos los profesores que tuve en el colegio, la única cara que recuerdo es la de aquella tipa; para ser más exactos, la única cara que recuerdo es la que puso al verme aparecer con mi madre, la sonrisilla irónica y llena de desprecio que nos dirigió, primero a ella y después a mí. Ahora, lo que son las cosas, me torturo estudiando matemáticas para ayudar a mi hermano con los deberes, es decir, para obligarle a hacerlos. Sé que a veces fantasea con la idea de escaparse de casa y vengarse de mí (no me extraña, soy un coñazo), igual que yo fantaseaba con la idea de suicidarme y acudir a mi entierro en forma de fantasma y ver a mi profesora de matemáticas llorar. Espero que, cuando sea mayor, mi hermano no recuerde mi cara, la cara que pongo cuando no quiere hacer los deberes, con tanto rencor como yo recuerdo la de aquella profesora; ojalá intente escaparse y tenga un accidente (uno muy pequeñito) y sueñe con mujeres desnudas y las recuerde a ellas, sólo a ellas.
Muy Coelho, muy bonito, con moraleja. Para llorar de bonito.
Pero hija, si han sido como treinta y siete segundos. No es molestia.
Lo siento, Anónimo, es bonito pero no es Coelho. Coelho es insoportable.
PERO QUÉ BONITO! Me ha recordado tanto a mi niñez… :)
Mucho mejor que Coelho. Superior a Cortázar. Matrícula de honor.
Gracias, Señorita.
Mira que si le haces un poco de caso a este anónimo, Francesc, estás vendido…
Muchas gracias por su tiempo.
Yo últimamente me acuerdo de las tablas, más que de los deberes complicados de matemáticas, porque mi sobrino las va cantando desde el salón yo no sé la de veces…
Gracias por dejar un comentario, Daniel.
Un saludo.
Fíjate, yo no me recuerdo haciendo deberes de matemáticas, que es de lo que debería hacer, y sí de unos diarios de verano.
Si piensas en tías desnudas mientras les ayudas con los deberes a tus hijos, no quiero después que me pidas explicaciones de las consecuencias.
Un beso.
Gracias, Loli, te haré mucho caso. Convertirme en tu esclavo. Me haré bollerita lolita kafka.