Un soplo de vida, Clarice Lispector

Reconozco que podría haber ocurrido todo lo contrario: que, al leer esta novela de Clarice, una reflexión íntima del personaje que crea a Ángela Pralini y la misma Ángela Pralini sobre el acto de escribir o, en el segundo caso, el acto de ser escrito, podría haber ocurrido, como digo, lo contrario: que no quedara ya nada más por escribir, que ella lo hubiera dicho todo, que un diario a dos voces entre creador y creado fuera lo último que podría decirse acerca de la escritura, del papel en blanco, del temblor de la pluma. Y, sin embargo, sin embargo un milagro: lees, devoras, vives y, aunque sabes que nadie arrojará sobre un mismo tema tanta claridad y precisión, sufres unas irrefrenables ganas de escribir. Y Clarice te lo advierte, te dice que tiene miedo de escribir, a través de la confusión del escritor que ya nada sabe de la frontera entre la realidad de Ángela y su propia aportación a un cuerpo sólo literario, que es peligroso escribir, que se hurga en lo que está oculto y que ocultas son tantas las raíces que se sumergen bajo la capa sencilla de la vida y bajo el mar, te dice que para escribir debe instalarse en el vacío y, sin miedo, uno lee y desea ese vacío, ansía el momento de llenarse de ese vacío como si pudiera ser el hueco que hay en la barriga de una mujer que acaba recién de parir, así es la literatura, como ese hueco caliente y abierto para tantas palabras que están por nacer, y es peligroso y sin embargo necesario, te habla de un pozo de sangre de donde saca todo lo que acaba por escribir y sin embargo el resultado es tan bello como un bebé que te pertenece. Es un tema socorrido, el de esta trama literaria, pero está escrito como nunca antes. ¿Qué existe más, lo que se vive o lo que se recuerda haber vivido sin que eso haya ocurrido? Como digo, es un tema que todos, incluso los que no podemos desmenuzar el tema hasta dejarlo tembloroso como hace Clarice en Un soplo de vida, hasta en los que me incluyo, hemos tratado. Y aún así tiene algo de novedoso, algo de nunca dicho y nunca escrito, algo que sólo pertenece a la escritora brasileña. No es el primer libro que, hablando de escribir, alente a la escritura, pero éste lo hace desde algo muy íntimo, es como si esos labios de Clarice, tan siempre como si acabara de robar el beso definitivo y decisivo, saliera de las páginas y se pusiera a soplar, poniendo los labios en una o, dándote vida, encendiendo en ti la llama del saber o del inmenso no saber. Ella misma te lo dice: Éste es un libro silencioso. Y habla, habla en voz baja. Que sea su obra póstuma me hace pensar que ahí se esconde todo lo que quería dejar dicho, dejar escrito, antes de irse. La muerte le rondaba y Clarice estaba más lúcida que nunca. Y Ángela Pralini, existente o por existir, vive dentro de todos los personajes que viven o mueren dentro de cada novela. Un soplo de vida es una experiencia universal que no habla de nada y lo habla todo, lo deja todo hablado. Dice que en cada palabra late un corazón y este libro, como su título, a mí me deja un soplo ahí mismo, unos segundos de parada cardíaca y, después, al cerrarlo, un descompás de los latidos. Es un libro en carne viva. Roja, sangrante, sabrosa.

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