Siempre he tenido una agenda. En cuanto acabo un trabajo, lo tacho del día correspondiente. Es algo que me obsesiona: a veces lo hago todo con mucho tiempo de antelación por el simple placer de eliminarlo de lo pendiente. Necesito ir eliminando tareas, pero no solo las elimino de la agenda, también tengo listas en papeles sueltos y cuadernos.
Cuando empecé a escribir, tenía un trabajo de seis horas, en una oficina, y escribía por las tardes. Le dedicaba más o menos una hora al día, pero se la dedicaba siempre. Desde entonces, sigo tachando y tachando de la agenda, pero a medida que voy achicando el agua, las ideas me conducen a otras ideas, otros artículos y otros relatos, nuevas novelas y distintos modos de enfocar un mismo tema.
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