Estaba cayendo la tarde y se oía el pitido de las sirenas desde la fábrica de jabón. Qué asco de fábrica de jabón, dijo Emmanuel, qué mierda de fábrica, ahora le tocaba a él trabajar otra vez allí dentro, y aguantar a Giuma y a su mujer dando la lata con las guarderías infantiles, que además iban a ser incapaces de organizarlas como Dios manda. Qué losa de mujer se había echado encima Giuma, dijo Giustino, una verdadera losa, y cómo iba vestida con todos aquellos botoncitos, se los había estado contando, eran cincuenta y seis botoncitos. Y se echaron a reír y se sentían muy amigos los tres, Anna, Emmanuel y Giustino y se sentían felices de estar juntos, acordándose de sus difuntos y de la guerra interminable y del dolor y el clamor y pensando en la difícil y larga vida que les quedaba por recorrer y que estaba llena de cosas que aún no habían aprendido.
NATALIA GINZBURG