En la ficción hay un elemento que muchos olvidan pero que es fundamental: el silencio. No es lo mismo que el tiempo. No es lo mismo que el vacío. No es lo mismo que la nada. El silencio tiene un cuerpo, tiene un papel dentro de la trama. Precisamente porque es tan fácil confundirlo con otras figuras, el silencio es resbaladizo pero infalible. Ni siquiera me refiero a un silencio sepulcral: basta con los silencios adecuados para que tengan el peso necesario, ni muy largo ni muy corto. La mentira puede ser también un silencio —otra de sus formas. Para que el silencio sea un silencio útil en la ficción hay que presentarlo con sutilezas, y en su justa medida.
Los silencios que maneja Isabel Coixet son silencios para medir los tiempos de la historia, para hacerla avanzar con sus juegos y sus trampas, para que a la fuerza desconozcamos durante gran parte de la narración quién es quién, qué ocurrió y cuándo —el porqué es otro asunto,