Al principio la Niña venía y miraba y no dejaba de mirar y lo que pensaba de mí, eso ya no lo sé. Seguramente que me estaba entrometiendo y que la vida era una y era suya y no tenía por qué compartirla, pero sí tenía por qué compartirla y era así porque yo, digamos, había venido para quedarme, aunque ella no lo supiera. Y después de la desconfianza viene otra fase porque todo son fases, y la fase que viene es la competición y a ver quién nada mejor quién come más rápido quién salta más lejos, aunque eso sea del todo irrelevante en la vida, pero no en cualquier vida. Hay cosas que uno tiene que aprender de nuevo y las cosas que uno tiene que aprender de nuevo son a ser Tú, a ser el Otro y yo no quería ser Otra, sino que quería que fuéramos lo mismo y sobre todo algo inofensivo, porque yo venía en son de paz aunque a la Niña no se lo pareciera, porque a ella nunca nada le parece lo que en realidad es, salvo algunas veces en que entiende todo mejor que los demás, mejor que el Otro, que somos todos. Después del resto de fases, que pasan por
el cansancio
la culpa
la paciencia
la frustración
el sacrificio
la tristeza y
otras cosas más alegres como
la recompensa
el amor
un abrazo de brazos cortos y
puesto así
como un poema
porque la Niña es en sí
poesía.
Después todo es fácil como fácil es la vida, a veces, y la Niña nace para ti de una forma extraña pero nace, y se queda y crece, y tú lo ves, porque una de las cosas más importantes del crecimiento de los niños es la observación, si te los encuentras ya crecidos la ternura se convierte en protección y cuesta mucho la unión, el cordón, porque ha nacido pero de un modo distinto, como sólo nacen los niños que no son tus hijos.