Lo que se espera de Mónica

Tolouse Lautrec

Mónica está delante de la tumba intentando contener las lágrimas: las piedras y las conchas que trajo la última vez como regalo han desaparecido. Cuando hace algunos días oyó el silbido del aire filtrándose por debajo de la puerta, fue lo primero que pensó, que se habrían caído de la repisa en la que los familiares dejan de todo, desde flores hasta dibujos de niños. Ella solo le lleva lo que encuentra en la playa, por la arena, o entre las rocas; pero la tumba lleva varios días sin nada, vacía, y no puede evitar la emoción —está en el cementerio, es lo que se espera de ella. 
Como sospechaba que se la encontraría así, ha cogido algo de la última recolecta: una caracola de mar, una lapa hermosa que todavía estaba viva cuando la sacó del agua y una piedra grande, blanca, que probablemente es un azulejo desgastado. Cuando lo coloca todo en orden, casi una decoración, piensa, está convencida de que si su marido la viera, le diría que está loca. El problema es que, después de oírlo tantas veces, ya no le afecta como al principio. Lo único que permanece intacto en el tiempo, a lo que no se acostumbra, es la muerte. 
Móoonica, Móoonica, Móoonica. Después de hacer algo que nadie aprueba, el marido dice su nombre tres veces, como haría con un niño pequeño, alargando las vocales, y Mónica agacha la mirada y se deja acariciar mansamente.

MUJER SIN HIJO, página 117

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