La vida a los quince

11 enero 2013
Para Sariña,
por hoy y los ayeres

Ayer me monté en el autobús y cuando estaba sentado y mirando por la ventana, que si miro hacia delante me mareo, noté que había una persona mirándome y yo no me quería girar por si era quien tú ya sabes, pero al final tuve que mirar. Y miré y era Irene, una que iba conmigo a las clases de lengua. Pero no las de lengua normal, sino las de lengua para los que no teníamos buenas notas y nos apartaban para que no tuvieran que cargar con nosotros los que sí sacaban buenas notas. A mí Irene me gustaba sobre todo cuando no la conocía, pero después descubrimos que vivíamos cerca y nos íbamos juntos en el autobús y no conozco a una persona más pesada que ella. Todo el trayecto hablando: todito. Así que cuando la vi sentada frente a mí, en diagonal, un poco lejos, seguí mirando por la ventana con mucha convicción, concentrándome en cada cosa, y también porque si no me mareo y lo paso francamente mal. Yo iba al centro para dar un paseo solamente y pensé que qué casualidad, que mira que hay horas para coger el autobús y ahí estaba Irene. Dios, qué pesada era, y me imagino que debe de seguir siéndolo. De todas formas, después se me pasó la incomodidad, porque se sentó a mi lado una mujer. No una chica ni una niña, una mujer de verdad, y olía tan bien que… Cuando fuimos a bajar, que bajábamos en la misma parada, nos levantamos los dos, Irene mirándonos, y el conductor dio un frenazo y la mujer se apoyó unos segundos en mí y probablemente sean los segundos más felices de mi vida. Irene nos miraba y requetemiraba y yo tuve que aguantarme la risa para que la mujer no pensara que era un crío ni Irene que era un imbécil, pero si Irene piensa que soy un imbécil me da lo mismo, que si supiera lo que pienso de ella y más después de que se diera la mano con… Mejor no sigo porque me pongo que no respondo, ¿eh? Bueno, di el paseo pensando en la mujer y en lo bien que olía. Y después me puse en la puerta de un bar como si estuviera esperando a alguien, pero sólo porque había fumadores fuera y yo lo que quería era que me diera el humo en la cara, que hace días que estoy sin un duro —bueno, es un decir— y empiezo a necesitar que me dé el humo en la cara, aunque no sea el de mi cigarro. Estaba ahí en la puerta del bar haciendo que esperaba a alguien, o sea, mirándome el reloj cada tanto para que no sospecharan, y me da por mirar al cielo y primero pasa un avión, con esas líneas blancas que dejan, y después giro un poco y hay un hombre subido a un edificio y me saluda. Miro a mi alrededor, a ver si me saluda a mí o no, y no hay nadie más a quien pueda dirigirse, porque todos están hablando o con el móvil. Vuelvo a mirar y el tipo me saluda otra vez y se ríe. Decidí seguir con mi paseo y reflexionar sobre ese hombre, sobre la posibilidad de que yo no hubiera mirado al cielo o lo hubiera hecho más brevemente, o el avión no hubiera pasado o lo que fuera, las infinitas opciones que existían. Estaba reflexionando sobre eso y de pronto me di cuenta de que cada vez que me acercaba a un semáforo, se ponía en verde. El paseo tomó un sentido, porque yo pensé que todo estaba conspirando a mi alrededor, como un golpe de suerte, y pensé que a lo mejor la mujer del autobús estaba ahí sentada oliendo a paraíso porque un Dios así lo quería, pero me acordé de la pesada de Irene y pensé que no podía ser que un Dios me quisiera tan mal, aunque muestras había dado de sobra de que mucho mucho no me quiere. Pero lo que me impresionó del día de ayer fue que vuelvo a la parada del autobús y me subo y ahí están las dos: Irene y el Paraíso. O sea, el Dios las puso ahí frente a mí, las dos con un asiento vacío al lado. O sea, el Dios haciéndome elegir, o así lo interpreté. Por supuesto, me senté al lado de la mujer, porque Irene es una pesada y además que se dio la mano con un idiota de dos cursos más. Cuando llegamos a nuestra parada, se baja la pesada —por no decir más su nombre, que me tiene harto— y se saca del bolsillo un paquete de tabaco, y la mujer que olía a paraíso bajaba del autobús detrás de mí. Veo que Irene se acerca en mi dirección y ya empiezo a resoplar y a cagarme en Dios, cuando Irene me esquiva y le pregunta a la mujer si tiene fuego, y la mujer-paraíso dice que no, que no fuma, y que ella debería dejarlo también. Al llegar a casa, le he contado todo a mi madre, lo del tipo que me ha saludado y los semáforos en verde y todo, y le he dicho que a lo mejor Dios me estaba lanzando un mensaje y el mensaje es éste:
—Deja de fumar.
Mi madre se ha reído y me ha dicho que la vida…, que si existe un Dios de verdad, la vida está hecha para cuando tienes quince años, y que después poco a poco va perdiendo toda la gracia.

2 thoughts on “La vida a los quince

Deixa un comentari

Fill in your details below or click an icon to log in:

WordPress.com Logo

Esteu comentant fent servir el compte WordPress.com. Log Out /  Canvia )

Facebook photo

Esteu comentant fent servir el compte Facebook. Log Out /  Canvia )

S'està connectant a %s