Desmontando a la Maga

Si le preguntan a Edith Arton si es la Maga, dice que no. No sólo no es la Maga, sino que es escritora. Para nada. Soy traductora, fui madre a los cuarenticuatro años, y un día decidí que o me divorciaba o escribía un libro. Soy escritora. Para la mayoría ser escritora y ser la Maga es compatible y además es reconciliador y además es encantador que pueda existir de verdad. Es agradable pensar que la Maga existe, que tiene los ojos verdes y que respira, que fue madre a los cuarenticuatro, que un día se divorció y otro día escribió un libro. Es necesario para muchos que la Maga sea Edith Arton, pero Edith Arton reniega de esa unión, aunque no reniegue nunca de la belleza del personaje. Sin embargo, reconoce que se disgustó con la dedicatoria y que leer “Rayuela” le produjo un gran shock, y también reconoce como propio el entierro del paraguas, y también la vida que llevaba con Julio Cortázar en París, y también su ingenuidad. Había muchas situaciones de “Rayuela” que le recordaban a las que ella misma, Edith Arton, vivió con el escritor, pero sigue diciendo, allá donde va, que no es la Maga. Quizá porque también es escritora y también es traductora y, en fin, tiene su orgullo y su ego y no quiere reducirse, aunque ser la Maga no es una reducción, a ser sólo un producto de Julio Cortázar. Aun así, qué bien nos haría que ella aceptara feliz esa inspiración, el parentesco.

«Cerdo. Cabrón. ¡Te cortaría la cabeza! ¿Cómo has podido? ¿No sabías lo que pasaría? No me repliques, capullo. Lo sabías pero te importaba un pito. Cómo has escrito ese libro, ¿eh? ¿Tan egoísta eres? ¿Tan autocomplaciente que te importa una mierda lo que destruyas? No te ha importado contar todo lo nuestro. ¡Todos los detalles! Me has descubierto delante de mi hermana. Marvin me ha dejado, se ha ido. ¡No me enredes más, mamonazo! ¿Con quién crees que estás hablando, con uno de esos entrevistadores retrasados de la tele? ¡Yo lo he vivido contigo y sé lo libremente basado que está! Oh, no, claro que no. Has hecho exageraciones estúpidas, como dicen los críticos: inspiradas fantasías cómicas. ¡Pero Jane lo ha reconocido! Hay que ser muy corto para no reconocerlo. Y Marvin está hecho polvo. ¡Polvo! ¡Sí, lo sé, lo sé, yo se lo negué! Y ahora vas tú y… se lo confirmas todo. ¡Pero qué par de huevos! Haces a Leslie más baja, qué par de huevos. ¡Pero si todo está aquí! El pobre médico rural imbécil, la violinista, su hermana menor de Connectica que se entiende con su marido… ¡hasta el ventanal, joder! Comentarios crueles sobre Marvin, su barbacoa y su gorra de chef. Y desde luego Jane, o como tú ridículamente la disfrazas, ¡Janet!»
Ésta, la del fragmento anterior, es una de las primeras escenas de “Desmontando a Harry”, la película de Woody Allen. Lucie aparece en el apartamento de su cuñado, un escritor con el que se entendía y se acostaba, y va a pedirle explicaciones por el libro que recientemente ha publicado. En él, se dan detalles en los que está libremente basada la historia de amor que vivieron ambos. Mientras ella, enfurecida, se queja, Woody Allen en su propio personaje defiende torpemente, como acostumbra, la libertad del texto y su interpretación, el hecho de que sólo se haya inspirado. Más adelante, la hermana del escritor también se queja de que uno de los personajes esté inspirado en ella y otro, en su padre, al que el escritor odiaba y convierte en un judío caníbal. En cuanto Lucie acaba de leer un fragmento en el que quedan retratados todos, incluido el pene pequeñísimo de Marvin, Woody Allen, su personaje, intenta tranquilizarla pero se equivoca y la llama Leslie, como el personaje del libro que tiene Lucie en las manos.
Julio Cortázar y Woody Allen pasan la vida por un embudito y la convierten en una película, en un cuento, en un libro, en lo que ellos quieren. Después esas musas no quieren ser musas, y ellos posan en las fotos con la mano en la frente, pensativos. Lucie no quiere ser Leslie y Edith no quiere ser la Maga, y sin embargo están ahí, al lado de sus hombres, unos hombres con un embudito. Las musas ya no quieren ser musas, no quieren perder su identidad, ni su orgullo, no quieren ser el producto de nada ni de nadie, sólo quieren ser mujeres divorciadas que tienen amantes o un libro, una viola o un hijo, sólo quieren ser Lucie o Edith, y quieren leer a la Maga y a Leslie como podemos leerlas los que no somos blanco de inspiración de Cortázar o Allen. Como decía la mujer de Gabriel García Márquez, a la que llamaban la Gaba, cuando hablaba de los hombres creativos del Boom: pobrecitos, cómo sufren. Ellos sufren, con su embudito, y la mujer adopta el apellido, la forma, el apodo. Se queda la mujer atrapada en la musa, se productiza en materia de artista, y después reniega de sus creaciones, de lo que suscita al hombre al que ofreció material. En cuanto a ellos, no hay confusión ni dilema ni renuncia. Cuando le preguntan a la Maga (perdón, Edith Arton) si Cortázar era Oliveira, responde: Era todos. Era Oliveira, era Horacio, era Gregorovius… Él era todos.

15 thoughts on “Desmontando a la Maga

  1. Leches, me acabo de acordar de una cosa: te debo el cuento de SILVIA. Mañana te lo consigo. Sin falta.

    LA asociación me ha gustado básicamente porque tanto la película como el libro me parecen absolutamente geniales.

    Y no tengo nada más que añadir.

  2. ¡Cierto! Yo también lo había olvidado.

    Cuando Woody Allen baja a los infiernos para recuperar a su “amor rubio”, está en el ascensor y una voz va diciendo quiénes habitan en cada planta. En la primera hay no sé quiénes y, tachán, los críticos literarios. Te imaginé ahí, muerto de calor.

  3. necesito ver la película, pero a Rayuela la compré tres veces, regalé una y me robaron la otra…en fín, debe estar sí o sí en mi biblioteca.

    Abrazo Jenn!!!

  4. La Maga ha hecho mucho daño a generaciones de mujeres. Me parece profundamente machista y miles de mujeres han deseado en su fuero interno no ser otra cosa que musas. Ser creadas por la mirada del autor. No ser autoras, mirada, sino ser objeto, pasivas. Musas.
    Esto es muy fuerte, pero la mayor parte de las mujeres preferirían ser musa que escritora. Eso veo. Y escritoras hay (no tú, desde luego) (creo que se da más en poetas, poetas malas, claro) cuya obra es un ofrecerse a sí mismas, un crearse como imagen, como objeto de deseo.
    Además de que me parece una tipa insoportable, egoísta y “pasional”. No hay quien la aguante. La mitificación de esas mujeres “irracionales”, fuerzas de la naturaleza, frágiles pero que a la vez mantienen en vilo al hombre… Ellos quieren cuidarlas y domeñarlas, ellas quieren que el hombre lo haga. Brrr. Sí creo que ha hecho mucho daño, como la otra, la Alejandra de Sobre héroes y tumbas.
    El mismo rol de siempre con un traje más engañoso.
    Es que me has tocado una fibra sensible :P Besitos. El artículo, buenísimo.

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