Pablo Ruiz Picasso
Llegó nueva al colegio y cuando le preguntaban cómo se llamaba decía:
—Elena. Sin hache, ¿eh?
Y yo pensaba que menuda pava, que para empezar no conocía a ninguna Helena y que además no pensaba escribir su nombre para nada, así que me daba igual si iba con hache o no. Se pronuncia igual, ¿no? Pues entonces ya está. Pero después me enteré de que sus padres se habían separado y me dio pena, que por eso había venido nueva a mi colegio, porque sus padres se habían separado, y me dio pena. Teníamos once o doce años, según. Como Elena era de enero cuando nos hicimos amigas ya tenía doce, pero yo que soy de abril todavía no los había cumplido. Iba a la otra clase, así que podría haber pasado todo el curso sin hablar con ella, pero éramos las únicas que nos quedábamos al comedor, así que a la fuerza, que nos sentaban por curso y no por edad, me tocó en su mesa y ya tuvimos que hablar. Después de comer los más pequeños se iban a dormir y los más mayores teníamos libre para estar en el patio, y nosotras, como ya éramos unas señoritas y no queríamos hacer el tonto por ahí, ni jugar a fútbol ni mancharnos la ropa, nos íbamos a las escaleras metálicas. Todo el mundo entraba por la misma puerta, pero los mayores íbamos por las escaleras aquellas porque daban al piso de arriba, donde estaban nuestras clases. Estábamos toda la hora restante allí, y cuando sonaba el timbre éramos las primeras en llegar porque ya teníamos subidas las escaleras. Como yo era tan lenta comiendo, Elena acababa y se iba a esperarme. Bueno, también nos íbamos a las escaleras porque nos escondíamos, y en la parte de arriba no nos veía nadie y así nos podíamos enseñar las tetas tranquilamente sin que nadie nos viera. Elena tenía unas tetas enormes. Tenía, como decían los chicos, unas tetazas, y hasta yo alguna vez había dicho tetazas, porque de verdad que eran enormes. Yo no tenía nada de nada, ni una insinuación, y pensaba que al ser de abril y ella de enero, era normal, pero qué va, las teta(za)s de Elena no eran normales y lo digo porque ya han pasado los años y ni siquiera ahora tengo yo unas iguales. Elena me enseñaba las tetas arriba de las escaleras y me dejaba que las tocara. Con un dedo pinchaba sus tetazas y estaban duras, eran redondas y fuertes, absolutamente perfectas. Como no llevaba sujetador, sólo se tenía que levantar la camiseta y yo le daba con un dedo, como si fuera un flan.
Y yo pensaba que menuda pava, que para empezar no conocía a ninguna Helena y que además no pensaba escribir su nombre para nada, así que me daba igual si iba con hache o no. Se pronuncia igual, ¿no? Pues entonces ya está. Pero después me enteré de que sus padres se habían separado y me dio pena, que por eso había venido nueva a mi colegio, porque sus padres se habían separado, y me dio pena. Teníamos once o doce años, según. Como Elena era de enero cuando nos hicimos amigas ya tenía doce, pero yo que soy de abril todavía no los había cumplido. Iba a la otra clase, así que podría haber pasado todo el curso sin hablar con ella, pero éramos las únicas que nos quedábamos al comedor, así que a la fuerza, que nos sentaban por curso y no por edad, me tocó en su mesa y ya tuvimos que hablar. Después de comer los más pequeños se iban a dormir y los más mayores teníamos libre para estar en el patio, y nosotras, como ya éramos unas señoritas y no queríamos hacer el tonto por ahí, ni jugar a fútbol ni mancharnos la ropa, nos íbamos a las escaleras metálicas. Todo el mundo entraba por la misma puerta, pero los mayores íbamos por las escaleras aquellas porque daban al piso de arriba, donde estaban nuestras clases. Estábamos toda la hora restante allí, y cuando sonaba el timbre éramos las primeras en llegar porque ya teníamos subidas las escaleras. Como yo era tan lenta comiendo, Elena acababa y se iba a esperarme. Bueno, también nos íbamos a las escaleras porque nos escondíamos, y en la parte de arriba no nos veía nadie y así nos podíamos enseñar las tetas tranquilamente sin que nadie nos viera. Elena tenía unas tetas enormes. Tenía, como decían los chicos, unas tetazas, y hasta yo alguna vez había dicho tetazas, porque de verdad que eran enormes. Yo no tenía nada de nada, ni una insinuación, y pensaba que al ser de abril y ella de enero, era normal, pero qué va, las teta(za)s de Elena no eran normales y lo digo porque ya han pasado los años y ni siquiera ahora tengo yo unas iguales. Elena me enseñaba las tetas arriba de las escaleras y me dejaba que las tocara. Con un dedo pinchaba sus tetazas y estaban duras, eran redondas y fuertes, absolutamente perfectas. Como no llevaba sujetador, sólo se tenía que levantar la camiseta y yo le daba con un dedo, como si fuera un flan.
—¿Así por ejemplo te hago daño? —tintín, yo hundía mi dedo.
—No, qué va.
—Pues a mí a veces me duelen.
—Porque te estarán creciendo.
Pero no me crecían y ya empezaba a estar un poco cansada de tocarle las tetas a Elena y hasta alguna vez, por envidia, había puesto Helena, nada más que por molestar. Le insistía en que desde mis ojos, las mías parecían más grandes, pero que cuando me miraba en el espejo se volvían pequeñas. La obligaba a ponerse por detrás de mí, de puntillas, y a mirarlas desde mi perspectiva, y me aseguraba que me habían crecido, pero era mentira. Lo que pasa es que Helena (Elena, perdón) era nueva y además sus padres se habían separado, tenía que ganarse a la gente. Un día le dije a mi hermana que Elena tenía unas tetas que no eran normales. Hacía huecos con mis manos para mostrarle el tamaño que tenían, y el tamaño lo sabía bien porque las había tocado casi tanto como las mías. Mi hermana, que tenía menos aunque nos doblaba la edad, me interrogaba.
—Pero a ver, ¿está gorda?
—¡Qué va! ¡Flaquísima! ¡Como nosotras!
—¿Y qué talla de sujetador lleva?
—No lleva sujetador.
—Entonces, no te preocupes, porque se le van a caer en nada.
Antes de que pase el tiempo nos damos cuenta que lo grande se ablandece antes. Cuando aflojan los años se reafirma que lo voluptuoso admira lo pequeño. En cualquier tiempo siempre hay y hubo una Elena, y una “amiga que la admira”.
“Tenía que ganarse a la gente”. Me gustó. Salud.
—
#MIMAMÁNOMEQUIERE
http://facundogaribside.blogspot.com.ar/
Encantador cuento de edades de curiosidad y desconcierto. Con el que empatizo completamente: hija cercana a los 15, hijo que con 11 y medio hace preguntas como que qué siente uno al eyacular. Uno nunca está preparado para eso, creedme.
Como siempre, un placer leerte. Me ha encantado.
Juanjo
Muchas gracias, Facundo.
Vaya, Francesc. Eso da para otro cuento…
¡El placer es siempre mío, Juanjo!
Apa, que se me ha pasado, Susi… es bonita la figura de la amiga que admira, sí. Un petó!