La adopción es estar fuera

En dos biografías diferentes, me encuentro con dos mujeres adoptadas. Una de esas mujeres es escritora, la otra mujer es hija de un escritor. Jeanette Winterson escribe en “¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?” que «la adopción es estar fuera». Pilar Donoso, la hija del escritor, escribe en “Correr el tupido velo” que la historia que quiere contar no es la de su padre, «sino la de una hija en la búsqueda interminable por saber quiénes fueron sus padres, sean biológicos o adoptivos». Para Jeanette y Pilarcita, como la llamaba el escritor chileno, la adopción es una manera de vivir al margen de cualquier cosa que pueda ofrecerte tu familia adoptiva. Para estas mujeres ser niñas huérfanas era una desgracia, pero no sentir el dictado de la sangre con sus familias, en ese rescate, es otra manera de ser desgraciadas. En el caso de Jeanette, las garras de la mujer que la adoptó, la señora Winterson, resultaron ser mucho peor que la orfandad. En cambio, los padres de Pilarcita intentaron por todos los medios que se sintiera completa en todo momento. Incluso, en un intento por ofrecerle una memoria y unas raíces, José Donoso escribió “Conjeturas sobre la memoria de mi tribu” con la intención de darle a su hija aquello que tanto anhelaba. Hay algo en lo que coinciden ambas, y es en la sensación vacía de identidad. Winterson, tras dar con la verdad, escribe: «La señora Winterson había mentido; mi madre no estaba muerta. Pero eso no significaba que tenía una madre. Y toda mi identidad se había construido en base al hecho de ser huérfana, e hija única». Pilar Donoso escribe la biografía de su padre en un intento de, cito: «La búsqueda de identificación, del entendimiento de quién es uno y del inevitable conflicto que esto implica». 
Para curar ese conflicto que implica saber quién es uno, y más siendo adoptado, lo que Winterson llama la herida, hay dos salidas. Por una parte, la opción de encontrar a la madre biológica. Jeanette consigue dar con ella y descubre que fue querida, pero que su madre no se habría podido hacer cargo de ella y tomó la decisión de darla en adopción. Una de sus preocupaciones era que Jeanette tuviera padre y madre, pero después resultó que sus siguientes matrimonios fracasaron y sus hijos no tuvieron, durante largas épocas, padre alguno. «Mi madre se vio obligada a apuntar una parte de sí misma para dejarme ir. He sentido la herida desde entonces». Esta herida, entonces, en su caso, podía cerrarse con el reencuentro extraño que tuvo con la madre biológica (hay que evitar por todos los medios hablar de padres o madres de verdad). Probablemente se cerró demasiado tarde, cuando la señora Winterson ya había hecho el suficiente daño a Jeanette, forjando el carácter reacio y distante de la escritora. Para Pilarcita todo pintaba mucho peor, porque en ningún momento parece existir la posibilidad de que se reencuentre con su madre biológica. Mientras, no cesa en su búsqueda por encontrar su identidad, una manera de sentir que no está fuera. Los empeños de sus padres son en vano, pero hay una ventanita por la que se cuela: se enamora de un Donoso (un primo segundo). De este modo, entra, ahora sí, en la tribu de los Donoso, pero ya con sangre, y forma la familia Donoso Donoso. Sus hijas son, más que ella misma, parte de la memoria de la tribu que le ofreció su padre en un libro. Es así como Pilarcita encuentra, al menos momentáneamente, su lugar: el estar dentro.
Sin embargo, Juan Marsé nos da muestras de que la adopción no es siempre, como para Pilar y Jeanette, estar fuera, y en la entrevista que concedió a Jot Down nos desvela que también él fue un niño adoptado. Un niño adoptado que evitó el conflicto, buscando su identidad, su memoria, su tribu y sus raíces en la generosidad de su nueva familia. Savando mucho las distancias, la familia Winterson y la familia Marsé recurrieron a la mentira para salvar la búsqueda que supone la adopción una vez se es consciente. Así nos lo explica: «Casi no me había ocupado de la familia biológica, pero sí lo está haciendo el biógrafo, Josep Maria Cuenca, y ha descubierto cosas que yo desconocía, entre ellas una muy divertida: la versión que me contó mi madre adoptiva sobre las circunstancias de mi adopción era un cuento muy bonito pero completamente inventado. Es una historia un poco dickensiana, porque intervienen unas unidades extrañas, como un taxista que resulta ser mi padre biológico que se encuentra con ella cuando sale de la clínica después de haber perdido el primer hijo y de que los médicos le digan que no podrá tener ningún otro (aunque luego tuvo dos más). Esta historia que me explicó ella a los diez años era mentira. Como me la creí, me parece bien y es la que utilizo. Pero el biógrafo está descubriendo otra historia». ¿Encontrará Marsé en esa nueva historia la herida que quedó en un segundo plano durante toda su vida, a la que tanta importancia le han dado Jeanette y Pilar?

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