Cuando un hijo pierde a sus padres se convierte en un niño huérfano. Cuando un padre pierde a su hijo se convierte en un hombre deshijado. Cuando un escritor se convierte en un hombre deshijado sólo es un hombre que ha perdido a su hijo. Es muy difícil leer a David Grossman cuando habla de la pérdida de un hijo sin tener en cuenta que él mismo pasó por ese abismo. “Más allá del tiempo” no va de otra cosa que eso, que su necesidad de volver a su pérdida para reconstruirla solo con tal de / que no sea / tan / tan absolutamente – // nada. Así, para que no sea absolutamente nada, David Grossman vuelve a caer en su propia desgracia para convertirla en un hermoso y doliente libro. A medias narrativa, a medias poesía, su intención no queda oculta: Quiero reconstruir eso, la putada que nos pasó a mi hijo y a mí, tengo que meterlo y mezclarlo todo en un cuento. Tengo que hacerlo. ¡Que ese sea el argumento del cuento y añadirle mucha imaginación! ¡Fantasía, libertad, ensoñación! ¡Fuego! ¡Un caldero hirviendo a borbotones! Es muy difícil que alguien dé una descripción tan fiel de lo que supone la lectura y la escritura de “Más allá del tiempo”. Ese cuento que pretende escribir el personaje del Centauro es la historia de un hombre que quedó deshijado, y que además de cargar con el dolor, tiene la capacidad de convertirlo en literatura. Cuando un escritor tiene talento, además de poder cabalgar entre la poesía y la narrativa dentro de un mismo libro, puede hablar de sí mismo sin que eso suponga para él una falta de intimidad o de privacidad, porque ya está, en cuanto lo convierte en materia artística, deja de ser posesión suya: es material que pertenece al lector de forma independiente. Se le arranca al escritor el yo. Sin embargo, es difícil separar a David Grossman del hombre que camina, después de cinco años de hombre deshijado, buscando respuestas con respecto a su hijo. Es que si no lo escribo no lo voy a entender. Y así, caminando, escribiendo para entenderlo, nos ofrece un testimonio de primera mano de lo que supone perder a un hijo: sobrevivirlo. Claro que el cuento tiene añadido, como él mismo dice, mucha imaginación, fantasía, libertad y ensoñación, y de la muerte de un hijo derivan todos los personajes: un profesor de matemáticas, la madre que se queda en casa por no acompañar al padre del hijo a caminar, la comadrona, el cronista de la ciudad… Todos están tocados por el dolor, el dolor convertido en cuento, en una sucesión de explicaciones que el autor se da a sí mismo para entender y, de paso, para probar de que nosotros entendamos. A David Grossman no le basta con haber perdido una vez a su hijo, necesita hacerlo una y otra vez, buscarlo en su no-ser, traerlo a sus libros, que nosotros perdamos con él a un hijo que no nos pertenece. Hasta que me levanto de repente de / mi desfallecimiento y como una especie / de ventrílocuo hablo / desde mi vientre: estoy / perdiendo / a mi hijo / por segunda vez. De las palabras de ese ventrílocuo nace este libro: mitad narrativa, mitad poesía; todo dolor.
La pérdida de un hijo es una experiencia tan horrible y antinatural que solo a través de la acción más natural para un escritor (escribir) podría este enfrentarla e intentar comprenderla, si es que algo así es posible. Convertir la muerte de su hijo en algo tan vital como esta obra es, extrañamente, bello, prueba de que hasta de lo más oscuro puede surgir, tal vez, alguna luz.