La soledad de la escritura

Necesitaba palabras porque todas las familias infelices
sellan un pacto de silencio. Quien rompa ese silencio
jamás será perdonado. Él o ella tendrá que aprender
a perdonarse a sí mismo.
JEANETTE WINTERSON
Escribir: es lo único que llenaba mi vida y la
 hechizaba. Lo he hecho. La escritura nunca
me ha abandonado.
MARGUERITE DURAS

 

La literatura salva a las mujeres. Esta afirmación, facilona y perfectamente extraída de algún panfleto tontorrón, es la conclusión que he sacado al sumergirme en las vidas de Marguerite Duras y Jeanette Winterson. Podría haberme sumergido en la vida de otras mujeres, o de otros hombres, y probablemente la sensación sería una bien distinta: menos intensa. Afortunadamente he caído en las garras literarias de estas dos mujeres que han vivido su escritura, su relación con la literatura, de una manera visceral, como la relación con un amante. En ambos casos, y volviendo al principio del texto, la literatura ha salvado a estas dos estupendas escritoras: de la más absoluta y desoladora perdición. A Marguerite Duras, de volverse, según sus palabras, una incurable del alcohol. A Jeanette Winterson, de la incomprensión en un mundo que no estaba hecho a su medida. Mis chicas pudieron escapar, y la herramienta que usaron para ello, su brújula, fue la literatura. La lectura, pero sobre todo la escritura de ella. Lo que no podían sospechar ni Marguerite ni Jeanette es que, a su vez, conseguirían salvar a otras mujeres, a otros hombres, a los que, como ellas, estaban perdidos.La primera enredadera por la que trepan es la de la soledad. En el relato “Escribir”, de Marguerite Duras, publicado por Tusquets, se habla de la soledad que se construye el escritor a su alrededor. Para escribir necesita esa soledad, y la crea. “Comprendí que yo era una persona sola con mi escritura, sola muy lejos de todo”. Y de este modo, con la soledad a cuestas, el escritor puede llevarse su escritura a todas partes, como se llevan los zapatos. Julio Cortázar decía que llevaba Buenos Aires del mismo modo en que otros llevaban los zapatos. Marguerite Duras y Jeanette Winterson habían encontrado su Buenos Aires, y no estaban dispuestas a dejarlo escapar. Parece que para muchos la escritura ha sido sólo una cuestión de cura: sin ella, Virgina Woolf habría sido sólo una loca; Sylvia Plath, Alfonsina Storni, Alejandra Pizarnik… sólo suicidas. José Donoso sólo habría sido un excéntrico, una persona insoportable. Jeanette Winterson habría sido una niña adoptada incapaz de encontrar su lugar. “La adopción es estar fuera”, dice, y bajo esta realidad que la ha perseguido hasta la actualidad, Jeanette Winterson debía llenar ese vacío -que iba desde que su madre la dejó en un reformatorio hasta que la señora Winterson la recogió de él-, debía llenar ese vacío con algo que no fuera más vacío. Cuenta en su autobiografía “¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?”, editada en Lumen, que T.S. Eliot la ayudó. Así, desde un libro, en una biblioteca, a través de la poesía, a través del tiempo, alguien le tendió una mano y ella dejó de sentirse tan desamparada. De modo que, desde muy joven, y después de haber probado la medicina de los demás, decidió que ella también podría escribir. La vez que su madre quemó todos sus libros, que habían escrito «bohemios obsesionados con el sexo», Jeanette comprobó que incluso cuando ardían aquellos objetos eran capaces de alumbrar su vida, darle calor, un hogar. Memorizó fragmentos, intentó recordar escenas… hasta que “Yo escribí mi salida”. Se trata de eso, de salir. Pero no de salir y despojarse de todo a través de la literatura, sino todo lo contrario, salir para encontrarse consigo misma. En mayor o menor medida, la literatura de mis valientes ha estado más que vinculada a sus vidas. Como una depuración, un reciclaje, han tomado todo lo suyo y lo han depositado en su escritura. Siempre se ha dicho que las mujeres escriben sólo de sus experiencias, como menosprecio. Las mujeres de las que hablo escriben de sus experiencias, y consiguen darle un giro tan brillante, y logran crear un mundo tan universal, que aunque en un principio parecía que sólo querían salvarse ellas mismas, acaban escribiendo sobre la experiencia de cualquiera, y procurando a sus lectores la misma curación que para ellas. En ocasiones, esa devoción y esa entrega provoca que los escritores no sean en absoluto personas prácticas. No están preparados -si es que alguien lo está- para la vida, y son torpes, y no son capaces de llevar un orden. No pueden con la cotidianidad, porque están sujetos a algo que… les necesita.Claro que siempre, cuando hablo de ellas, estoy refiriéndome a esos escritores sangrantes que no producen ni son disciplinados ni trabajan en la literatura, son la literatura misma, y respiran a través de ella, y ya no sabrían pasar sin escribir esa línea que, según Clarice Lispector, “a veces basta para salvar el propio corazón”. Entonces, la literatura no salva a las mujeres, sino a algunas mujeres. Salva a Marguerites y Jeanettes, todas las que haya.Cuando pienso en ellas, siempre me las imagino cuando eran niñas. A Duras, cuando era la niña enamorada del amante de la China del Norte; a Winterson, cuando era la niña sentada fuera de su casa porque la madre la había castigado toda la noche. Así son dentro de mí. Y siempre están solas. Y siempre hay ese silencio del que habla Marguerite, la niña Marguerite. “Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea”.En ese silencio está la razón por la que ellas son escritoras: porque su vida las quiere escritoras. Jeanette dice “no digo «decidí» ser ni «me convertí en». No fue un acto voluntario ni siquiera una elección consciente”. Simplemente lo son, nacieron así. Y aunque constantemente ambas se refieren a sus escrituras como ese lugar en el que reposan, ese lugar en que se refugian, se aíslan y… se salvan, lo que la mayoría de nosotros entenderíamos por salvación no es lo que a ellas les procura la literatura. Sus libros no las protegen de nada, sino que las dejan al descubierto. Son vulnerables. Son débiles. Están expuestas. Ésa es su recompensa, haber encontrado. “Escribir es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe”. Estas palabras de Clarice Lispector acompañan en el viaje a mis dos mujeres escritoras, mis dos valientes. Es peligroso, lo saben, se enfrentan a ello, se mezclan con todos sus miedos, con el alcohol y con la adopción, se mezclan con Buenos Aires y con los zapatos, se los ponen, se los quitan, se autodestruyen.“El problema con un libro es que nunca sabes qué contiene hasta que es demasiado tarde”. Ésa era la excusa que utilizaba la señora Winterson, madre adoptiva de Jeanette, para no dejarle leer ningún libro que ella no hubiera supervisado. Lo que no sabía es que estaba hablando de lo que podía significar para mis chicas el viaje de sus escrituras: no saben lo que hay dentro de sus libros, cuando todavía no lo son, hasta que es demasiado tarde, hasta que ya no pueden abandonarlo y necesitan continuar. No saben qué contiene, qué van a encontrarse, y siguen en la búsqueda. Lo que decía sin querer la señora W. es lo que Duras escribe en su relato: “No tener ningún argumento para el libro, ninguna idea de libro es encontrarse, volver a encontrarse, delante de un libro. Una inmensidad vacía. Un libro posible. Delante de nada”. Ese abismo de la nada, que para muchos sería la perdición, eso peligroso de lo que habla Clarice Lispector, es precisamente lo que sujeta a la vida y a la literatura a Jeanette y Marguerite, que no tienen nada que ver una con la otra excepto que son respiradoras de luz.La editora Silvia Querini dijo, en la presentación del libro recién traducido al español de Elsa Morante, que ella, para su catálogo, buscaba autores que, de encontrarse en el vagón de un tren, en un viaje largo, pudieran hablar. Eso, nada más. Construir un lenguaje común, sentir que son correspondidos. Lo que Carmen Martín Gaite llamaba “la búsqueda del interlocutor” y que a muchos nos trae de cabeza. Así, con ese catálogo en que muchos pueden hablar entre ellos porque tienen el mismo tejido emocional, y sufren el mismo desencuentro, y lo solucionan del mismo modo, así, quiero pensar que estas dos grandes mujeres y escritoras me han usado a mí -toda una gentileza- para comunicarse, para buscarse y… entender, al fin.

6 thoughts on “La soledad de la escritura

  1. Me provocó muchísimo leer tu texto.
    Y llegó en buen momento.
    Además, Miguel Sanfeliu me recomendó a Winterson y tendré la fortuna de conocerla en el Hay Festival Xalapa.
    Cuando la conozca, pensaré más en ti.
    Gracias.
    Abrazos.
    G

  2. Al igual que Graciela, este texto me llega de una manera particular. (afortunada de ella que la va a conocer)…
    Tus escritos me acompañan a mí querida Fusa.
    Un enorme abrazo.

  3. Supongo que los textos que se escriben con amor provocan eso, algo particular. Muchísimas gracias a las dos… me alegra que vayas a conocerla, Gabriela, y pienses en mí; y también que mis escritos te acompañen (ahora también mi voz, ¿no?).
    Un abrazo grande a ambas.

  4. Hola de nuevo Fusa,

    Te soy sincero, no he leído nada más de ella. Como tú, me fascina la literatura y estas entrevistas del The Paris Review nos dan un acceso directo al cuarto de máquinas de los escritores, así llegué a ella. La lectura de su entrevista con las heroínas de tu entrada fueron una feliz coincidencia como diría Borges. Imagínate la carga de ese pasado para llegar a cambiarte el nombre, fuerte. Y sobrevivió.

    Una pregunta al margen: ¿te quedas con el libro o con la película de El amante?

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