Ríos

Emma volvió a insistir en que quería ir a su casa. Le contó lo del río. Primero le estuvo contando que en el tren se había acordado del río, que fue con unas amigas suyas una vez a un río. 
—¿Qué amigas? 
—Lo dices como si no tuviera amigas.
—Ya… es que como nunca hablas de amigas, sólo de amigos, por eso pregunto.
—Unas amigas. 
—¿Cómo se llaman? 
—No te lo quiero decir. 
Así que acordaron que una era morena y la otra pelirroja, pero para lo que quería contarle no era importante, así que siguieron con el recuerdo del río, que venía a cuento con lo que quería explicarle después. Le habló del río, de lo bien que se estaba en el río, pero que ella era muy quejica con el agua fría, y tardaba muchísimo rato en meterse, mientras la morena ya estaba sentada, con el agua cubriéndole casi hasta el cuello, y la pelirroja sacaba fotos a las libélulas, unas libélulas preciosas, azul eléctrico. Ella estaba parada, pasando calor, hasta que se cogían las tres de la mano y se sentaban a la vez, como indias, y así era como conseguía meterse en el agua bien, de una vez, porque si no podría estarse la vida entera pensándoselo. 
—Lo que te quiero decir es que estuve pensando en el río, pensando también que tú eres como yo, te da impresión meterte en el agua fría, necesitas que alguien te coja de la mano y se siente contigo, porque así acompañado parece que sólo da risa. Pues yo te quiero coger la mano, Ariel, y quiero que vayamos juntos a tu casa, porque si no… vas a pasar calor en el río, y te vas a acordar después, cuando ya no puedas meterte en el agua, de que perdiste un montón de tiempo.

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