Escribí este poema el otro día, subida a una moto. Estaba en la moto y se me iba la cabeza a los lados, porque últimamente hay muchísimo viento, y el casco me pesa tanto que se me va la cabeza, los tirantes del vestido y los pensamientos. El día estaba que se nubla que no se nubla, y yo me había preparado para sacar una foto cuando se fuera el sol y ocurriera el milagro: unos hilitos de luz colándose por las nubes. Iba en la moto pensando en Jara, en cuando nazca, porque en los cuentos Jara ya ha nacido, pero aquí no. Estaba pensando en cuando la coja en brazos, con mis brazos la cogeré y la miraré, y será muy pequeña… pensaba en que le diré todos los diminutivos que se me pasen por la cabeza: pequeñita, chiquitita, preciosita, guapita, niñita, bebecito, cosita, corazoncito… Entonces, ¡pás!, veo por el retrovisor que está siendo el milagro, que los hilos de luz están colándose por las nubes, y que hay muchísimas nubes vaporosas que lo dejan pasar tranquilamente. Es una imagen… me encanta. Si me giro un momento, con el viento, voy a perder el equilibrio y me voy a caer. Entonces me acordé de mi madre (el poema). Me contó una vez que las monjas la castigaban constantemente, y que una vez la castigaron llevándola al NO-DO y poniéndola de espaldas, para que no pudiera ver. Mi madre se había llevado un espejito, y cuando estaban todas las niñas sentadas mirando la pantalla, sacó el espejo y pudo ver lo que quiso. Las monjas, por supuesto, no se enteraron. Estuve mirando el milagro del cielo por el espejito de la moto, pensando en mi madre, y también en que Jara un día va a nacer… un día va a nacer y ya verás.