I escalar les sanefes del teu vestit
I falcar el peu esquerre en un descosit
I arribar-te a l’espatlla i seure en un botó
I agafar un pelet d’aire
I amb un saltiró enganxar-te un cabell
I impulsar-me en un últim salt final
I accedir al teu desig travessant la pared del llagrimal
Ara un peu, ara el braç, ara el tors, ara el cap
Aniversari, MANEL
No sé muy bien por qué, pero parece una virgen. Por eso ahora no sé si contarle mi deseo para que se cumpla antes y no tenga que hacer toda la cola. Todo empezó cuando fui con mi padre a ver a la virgen de Montserrat. Él me había contado un montón de cosas por el camino: que si la encontraron en unas cuevas, que si tiene la piel así, que si tiene un niño encima, que si vas y le pides un deseo, que si enciendes una vela, que si se te cumple lo que pidas. Yo iba todo el camino pensando en esa mujer extraña que concede deseos, preguntándome cómo lo hará. Y sobre todo me preguntaba una cosa: si yo iba a pedir mi deseo en secreto, en una voz interior, ¿cómo se iba a enterar? Pero mi padre me convenció por el camino, porque, según me contó, una vez pidió algo que se le acabó cumpliendo. Estaba segurísimo de aquella virgen.
—Y no porque yo sea muy creyente, ¿eh? Pero de ésta sí me fío…
Así que decidí que yo también me iba a fiar. Me pasé todo el trayecto pensando qué cosa iba a pedir, porque luego me pondría allí delante de la virgen y sería incapaz de pedir nada. Como con las estrellas fugaces, que para cuando quieres darte cuenta ya han pasado cinco y todavía no sabes muy bien si has pedido nada, si vale con haberlo pensado antes o un poco después, si se te va a cumplir o no. Así que iba en el funicular pensando, que el funicular es como un ascensor un poco tumbadito y que va por el aire. Había jaleo, todo el mundo hablando y nervioso por la virgen, y me costaba concentrarme en el deseo. Cerré los ojos, pero como todo el mundo me preguntaba si los cerraba porque me estaba mareando, decidí abrirlos para que me dejaran en paz con mi deseo, con mi virgen, y seguí pensando pero mirando a un punto de la montaña, un punto muy fijo, que hasta se me secaban los ojos y luego tenía que parpadear y me lloraban. Entonces pasó algo de lo más extraño.
Llegamos al sitio donde está la virgen. Yo la miraba de lejos y me parecía que estaba viendo algo raro, pero miraba a mi alrededor y todos estaban tan tranquilos. Tranquilísimos. Yo miraba a mi padre, que se estaba emocionando, supongo que por su propio deseo, y él estaba también conforme con lo que estaba viendo. Cuando nos quedamos delante de aquella estatua pintada de color negro, con un vestido dorado, me puse a llorar.
—Pero ¿qué te pasa? ¿Qué te pasa, qué te duele, estás bien, qué te pasa, te pasa algo?
Pensé que era la única que se estaba dando cuenta de que la virgen era ¡una estatua! Si los demás no se habían dado cuenta, por eso estaban tan tranquilos. Dije que la virgen era una estatua. Y todos se rieron con ternura, diciéndome que claro, que las vírgenes siempre son estatuas, que no pueden ser personas. Pero si ya me extrañaba que la señora pudiera concederme el deseo, imagínate la cara que se me quedó cuando el deseo tenía que concedérmelo ¡una estatua de color negro, pintado, y con un vestido dorado! Seguí llorando, como cuando me pongo a llorar, que me pasa siempre, cuando la Blancanieves abandona a los enanitos para irse con el príncipe. Mi padre me estuvo consolando, muy afectado, pero nadie me podía consolar de aquello. Aun así, me dijo que tenía que pedir un deseo, y lo pedí. También que tenía que ser secreto, y que no se lo tenía que contar a nadie, ni siquiera a él. Estuve tentada de decírselo bajito, pero él insistía en que no, no debía decírselo.
Hoy ha venido una amiga de mi padre y le he estado contando lo que me pasó. Le he dicho que la virgen era una estatua, y estaba convencida de que se iba a alarmar tanto como yo, pero se le ha quedado la misma cara, de normalidad, de que es normal.
—¿Es que todos sabíais lo de la estatua?
—Escucha una cosa. Imagínate una mujer ahí, sentada todo el día, y que por delante pasan millones de personas pidiéndole cosas. Se las piden bajito sin que nadie las oiga, pero ella sí puede oírlas porque es mágica. Imagínate eso: sentarte todo el santo día a escuchar a los demás, y no poder ir ni a echarte la siesta porque como eres una virgen, tienes que estar para los deseos. Con ese vestido dorado, sea invierno o verano. ¿Qué pasó al final? Que se reunieron todas las vírgenes del mundo, hicieron un consenso, y decidieron que compartirían piso entre unas cuantas, y que pondrían en su lugar una estatua que las representara para que los que creían en ellas no se sientieran solos. De modo que ahora las vírgenes viven en pisos compartidos, y una vez al mes se pasan por allí, recogen todos los deseos que se quedan zumbando por el aire, y los van cumpliendo poco a poco. Por eso a lo mejor tu deseo tarda en cumplirse.
—¿Y tú no compartías piso?
—Sí, con mi hermana.
—¿Tu hermana es una virgen?
Preciós…
I ja dins del desig veure si hi ha bon ambient, repartir unes targetes, ser amable amb la Jenn.