A qué vino tanta nostalgia, tanto querer
arraigarse a una tierra que todavía no está firme,
a qué vino tanto llanto y tanto amar para nada.
No vino a nada, sólo a quedarse. Vino a decirte
cuánto de suerte te queda para consumir en una
noche de luz artificial y mucho movimiento.
Recuerdo cuál fue la última canción que bailé y
cómo se movía mi pelo al girarme y mirarte,
pero no recuerdo por qué sonreí ni qué estúpida
felicidad se me antojó en aquel momento en que
decidí que dos toques de perfume no se notan si
uno no se acerca lo suficiente: ignorante del viento.
Pero a qué vino tanto reproche y tanto despropósito,
a qué vino sino a ponerme a prueba la agilidad
y los reflejos. A qué vino decir adiós pudiendo
simplemente no decir nada.
Si supiéramos a cuenta de qué viene nada… ufff.
Besos reflejos.
Como un quiste devora la alegría, pero si te lo quitas no la escupe, y se la lleva dentro. Y lo conservas
A veces, el silencio es el mejor adios.
Un abrazo