La luna no tiene por qué entristecerse

Sylvia Plath, Selfportrait


La mujer alcanzó la perfección.

Su cuerpo muerto muestra la sonrisa de realización,
la apariencia de una necesidad griega
fluye por los pergaminos de su toga,
sus pies desnudos parecen decir,
hasta aquí hemos llegado, se acabó.
Los niños muertos, ovillados, blancas serpientes,
uno a cada pequeña jarra de leche ahora vacía.
Ella los ha plegado de nuevo hacia su cuerpo;
así los pétalos de una rosa cerrada,
cuando el jardín se envara
y los olores sangran de las dulces gargantas
profundas de la flor de la noche.
La luna no tiene por qué entristecerse,
mirando con fijeza desde su capucha de hueso.
Está acostumbrada a este tipo de cosas.
Sus negros crepitan y se arrastran.

Sylvia Plath, Límite


Para Ainize

Victoria Lucas está en la cocina preparando unas deliciosas galletas de avena. Los niños duermen en la habitación mientras ella prepara unas galletas que, antes de que les diera las buenas noches a sus hijos, les ha prometido. Si Frieda supiera hablar le diría que las galletas de mamá son lo que más le gustan en el mundo: y el mundo se le está haciendo pequeño antes de poder cumplir un año, se le está acabando la madre sin que lo sepa, tan dormida. Pero Victoria Lucas está profundamente concentrada en hacer esas galletas como si fuera lo último que va a hacer. Nicholas está cansado y le cuesta dormirse y da algunas vueltas en la cuna y huele un poco las galletas y llora pero parece que nadie le está escuchando. Si Nicholas supiera hablar diría: papá no está, papá hace días que no está. Y si supiera medir el tiempo -si alguien diera con la fórmula- sabría que hace exactamente diez días que no ve a su padre. Si Victoria Lucas les hablara a sus hijos les diría: mañana vendrá papá a buscaros, ahora dormid. Pero la casa está en silencio y sólo se escucha el trajín en la cocina. Las galletas están tomando forma en las manos de Victoria Lucas mientras ella piensa en versos para escribir. Repite una y otra vez algunas palabras por miedo a que se le escapen. Pone las galletas en el horno y dice: ahora. Pero sabe que todavía no ha llegado el momento. Mientras se están dorando en la cocina, escribe en un papel roto un poema. Después se acerca a su habitación y el miedo le cierra los ojos sin que ella pueda hacer nada. Nicholas por fin se ha quedado dormido. A Victoria Lucas no le queda compasión ni piedad y se prueba un vestido y se mira coqueta como hacía mucho tiempo en el espejo y apenas le alcanza la pena para poder llorar una lágrima. Vuelve a la cocina: las galletas ya están. Las recoge del horno y huele como una cría de perro callejero. Coge una con la punta de los dedos y, quemándose, la saborea. Se imagina a Nicholas comiéndose una de ellas, la que está más dorada, porque Nicholas abre sus dedos en pinza y siempre coge la más tostada, sin poder decir que son las que más le gustan, y Frieda coge las que deja Nicholas sin rechistar y, algunas veces, cuando nadie la ve, cuando Victoria Lucas hace que no la está mirando, saca su dedo mojado, recoge las migas que deja Nicholas en su camiseta, en el suelo, en la mesa, en los pantalones, donde sea, las recoge y se las mete en la boca. Fiedra hace el mismo ejercicio cuando ve hormigas en la tierra. Si Fiedra supiera hablar diría que las hormigas saben a viento, a negritud. Victoria Lucas está llenando dos vasos de leche fresca. Mira uno de los dos y piensa que ése va a ser para Nicholas y bebe un poco y besa el borde del vaso y después vuelve a llenar hasta arriba. Las galletas están separadas en dos platos pequeños. Coge un plato, un vaso, se lo coloca a su hijo al lado. Coge un plato, un vaso, se lo coloca a su hija al lado. Los dos están durmiendo y no recordarán qué habrán soñado cuando se despierten, los dos duermen y ya son huérfanos. Victoria Lucas vuelve a la cocina. Se acerca al fogón. Se acerca más al fogón. Abre la llave del gas. Cierra la llave del gas. Vuelve a la habitación de los niños. Encaja bien la puerta. Se va al cuarto de baño y se mira en el espejo y pierde el conocimiento, durante unos momentos no sabe dónde ha estado. Coge la toalla con la que se seca el cuerpo después de los baños. Vuelve a su habitación. Abre un armario y coge la toalla con la que se secaba su marido. Se coloca delante de la puerta de los niños. Comprueba que estén bien cerradas. Lo están. Pone en la rendija de abajo la toalla en una puerta. Pone la otra toalla en la otra rendija de la otra puerta. Vuelve a la cocina. Abre la llave del gas. Se sienta en la cocina. Se levanta y cierra la puerta. Se asegura de que la puerta esté bien cerrada. Vuelve a sentarse. Se queda pensando. Piensa. Piensa. Piensa. Nicholas se despierta. Piensa. Llora. Piensa. Abre los ojos y se incorpora un poco. Victoria Lucas intenta levantarse del suelo. Nicholas huele las galletas y sonríe con su boca hueca. No puede levantarse, no tiene fuerzas. No sabe cuándo las tuvo, cómo pudo tenerlas. Nicholas coge una galleta a tientas y se la acerca a la boca. Victoria Lucas. Muere. Nicholas muerde un trozo de la galleta y le duelen los dientes. Victoria Lucas ya es perfecta. Ya es perfecta, ya lo está siendo.

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