Han ido todo el trayecto en silencio. El sol quema en las piernas de ella filtrándose por las ventanas sucias del coche de los padres de él. Lleva la máquina de fotos colgada del cuello y siente que empieza a sudarle la piel por donde pasa el cuero del colgante. Él baja un poco la ventanilla mientras conduce y entra un fuerte olor a vaca, a naturaleza, a verde: verano. Lleva unas bermudas color ocre que le quedan ridículas y una camiseta blanca que duele en los ojos al mirarla. El perfil, que de vez en cuando ella mira de reojo, es rudo, basto. Está serio al volante y no ha abierto la boca desde que han salido de casa. Ella lleva las gafas de sol sosteniendo su cabello y un vestido floreado de cuando su madre era joven. Y, sin embargo, después de tanto preparativo, de la cámara de fotos colgando del cuello, de las sandalias y la manicura hecha, después de tanta cesta llena de cerezas y una botella de cristal con agua fresca por si tenían sed, sin embargo, después, no se lo están pasando bien. Llevaban todo el año estudiando, preparando e imaginando el viaje que harían después de los últimos exámenes, preguntándose si finalmente el padre de él consentiría que se llevaran el auto para sus primeras vacaciones juntos y, sin embargo, después, está así, como desconocidos. Llegan después de hora y media al hostal y les recibe el matrimonio que se ocupa del hostal donde tenían hecha una reserva por teléfono. Les dan un pequeño mapa de todo lo que encontrarán en el pueblo, que está a veinte minutos caminando, y de algunas de las excursiones organizadas que tienen para turistas. En cuanto llegan a la habitación, él empieza a desnudarse. Por un momento, por un momento ella cree que…, por un momento.
Ella lo mira extrañada, sabiendo que no es ya el mismo de hace unas horas. Lo mira y sabe que es uno diferente y que ya lo va a ser para siempre que ella lo mire intentando descifrarlo. Asiente con la cabeza y se va al ventanal que da a un campo lleno de naranjos que parecen pertenecer al matrimonio que regenta la pensión. Se sienta y deja caer las piernas por fuera, preguntándose qué pensará él al salir del baño y verla de esa manera. El viento le agita el vuelo del vestido de su madre y se convence de que de una vez por todas se le van a secar los volantes que han quedado húmedos al caérsele cuello abajo un buen chorro de agua nada más montarse en el coche, sintiendo ya una gran decepción de no se sabe qué. Oye un silbido que viene del cuarto de baño: él está tarareando la última canción que han escuchado en la radio y de pronto siente unas enormes ganas de llorar. En la habitación de al lado una pareja de franceses está discutiendo y no se les entiende nada. No puede concentrarse en nada más que en la conversación que están teniendo, aunque no consiga descifrarla. Recuerda, ahí sentada, con las piernas colgando, los veranos de cuando era niña: cuando su padre le pelaba las pipas en la plaza y se las daba metiéndoselas directamente en la boca, aquella vez que su madre se enfadó con la abuela y se pasaron dos días enteros sin hablarse, de cuando su prima se meó en la cama donde dormían las dos y dijo que había sido ella. Sonríe un poco y la canción en los labios de él se acaba a mitad del estribillo. Coge la cámara y lanza una foto a los naranjos.
-¿Tienes hambre?
Ella dice que no con la cabeza y se acuerda de que las cerezas se están calentando en el asiento trasero del coche. No se mueve más que para la negativa y sigue ahí, danzando sus pies, escuchando cada vez más lejana la discusión de la pareja francesa. Desearía no estar allí. Se da cuenta de ello pero no se atreve a decirlo en alto, ni siquiera a repetírselo de nuevo por dentro. No quiere estar allí con él. Sin decir nada, se marcha de la habitación al mismo tiempo que el hombre francés cierra su puerta de un golpe seco y fuerte.
-Pardon, dice, mirándola a los ojos.
Y ella baja la cabeza como si hubiera entendido todo lo que se han dicho, como si comprendiera su huida mejor que la suya propia. Las manos le están temblando y escucha en la habitación su nombre, de pronto tan de otra en la boca de él. Antes de que pueda salir a comprobar si sigue tras la puerta, sale corriendo escaleras abajo y se mete por una puerta verde que da precisamente a los naranjos. Sigue sin sentirse a salvo, pero hay algo que ya se está alejando de ella. Se mete entre los árboles y le hace fotos a todo lo que ve como si tuviera algo especial y único, como si nunca, en ningún otro sitio, fuera a ver cosas parecidas a las que tiene en ese momento delante. Se detiene ante un árbol con naranjas enormes y, poniéndose de puntillas, le arranca una. Se la queda mirando y, aunque oye unas pisadas que vienen de lejos hacia ella, no es capaz de darse la vuelta para comprobar que no es el francés quien la sigue sino él. Tiene la naranja en las manos y se la acerca a la boca. La besa son suavidad una y otra vez, cada beso más sensual, como provocándose. Lame la naranja y toda su acidez se le queda en su lengua. Los pasos cada vez están más cerca y ya le rueda una lágrima por la mejilla. Antes de que una mano pueda alcanzarle el hombro, se gira con violencia.
-Pardon, dice, imitando el acento y la voz de la mujer francesa que en ese momento está llorando y marcando un número de teléfono desde la habitación, desesperada. Pardon, dice, y no se está entendiendo.
Tantas expectativas derrumbadas de golpe.
El agua y las cerezas no pueden con tanto.
Siempre he dicho que las naranjas son la felicidad.
Y allí estaba, su lengua, tratando de atraparla completa.
Pero es fugaz, claro…
Genial, Fusota!
Besíbiris.
Lena: me gusta eso de que el agua y las cerezas no pueden con tanto, ni siquiera la cámara colgada del cuello o las gafas de sol sobre la cabeza. Muchas gracias, hermosa.
Un besíbirisisisirri.
Y ese no saber sabiendo… y hacer fotos y fotos…
Bella manera de contar.
Isabel: reconozco que ese gesto es muy mío… tirar fotos como si se fuera a acabar el mundo, como si todo fuera excepcional… y no.
Me alegro de que te haya gustado.
Un abrazo.
A veces pasa así, preparas algo con la mayor ilusión, le dedicas meses de espera impaciente, y luego llega eso tan esperado y sin saber cómo ni por qué comprendes que es una situación que de algún modo no te pertenece, o en la que sabes que no deseas tomar parte. Quizás es que uno crece y cambia sin percibirlo.
Me ha gustado, Fusa; ah, y la imagen de cabecera me encanta. Besos
Fusa, tengo un cuento en mi libro Crucigrama que tiene coincidencias asombrosas aunque el tono es muy distinto y naturalmente, cada una tiene su estilo, pero ¡da miedo! Asusta coincidir así, también está en presente histórico y en tercera persona, también hay una pareja (aunque ya llevan siglos juntos) que viaja y un francés que dice una sola palabra, y hace calor. Mi cuento se llama Julio. Si me das una dirección terrestre te lo mandaré.
Sólo que yo he necesitado mucho tiempo para escribir así y tú has llegado directamente.
Pues una sola línea: muy bueno, Fusita.
Wara: conozco bien esa sensación de que algo, aunque fuera esperado, no te pertenece… y baila a tu alrededor, quedándote grande. Seguramente la mujer de este cuento creció, sí, y fue en cuestión de minutos.
Muchas gracias, querida.
Quería hacer un cambio primaveral en el blog, me alegro de que te haya gustado.
Un abrazo.
Belnu: asusta y en el fondo todos esperamos que alguien coincida tanto hasta parecerse tanto, porque seguramente así es como uno mejor se siente comprendido. Así, con dos cuentos tan iguales, uno se acerca sin darse cuenta.
Después te escribo en privado con la dirección, estaré encantada de recibir y compartir ese espejo.
Un abrazo.
Bel M.: moltes gràcies. Hacía ya mucho tiempo que no escribía tuencos y, en coche y pasando por un lugar que me parecía Bergai, vino como un chispazo todo lo que he escrito… me alegro de que te aya gustado.
Un petonàs.
Seguro que acabaría siendo una gran fotógrafa…
¡Plas, plas, plas!
(volveré a leerlo otra vez)
Isita: jaja, bueno, ahí me siento como si hablaras de mí, no creo que sea yo una gran fotógrafa, pero sí me encanta mirar por el objetivo y click, click, click.
Un beso, Isa.
Virgi: pues aquí te esperamos, Virgi, encantados de que vuelvas. Mucha sgracias.
Un abrazo.
Oh!Oh!Oh!
geniaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!
mil besos*
Ummmm, uno dispara su cámara a veces como un acto reflejo (y de salvamento), porque lo que se ve a través del objetivo nos parece nítido y sencillo en comparación con todo lo indescifrable que nos puede rodear. Con aquello que no entendemos… y es tanto!!
Besos con reflex, mi querida Fusa.
Rayuela: gracias, Silvia. Me alegro de que te haya gustado este cuento.
Un abrazo.
Margot: y quizá sí, quizá lo ves detrás de la cámara y ciega menos, duele menos, y por eso disparas, nuestro afán de captar la calma, sabiendo que dura tan poco.
Un abrazo.