El río

Virginia Woolf, Roger Eliot Fry

Virginia se está metiendo en el río y piensa que es un buen lugar para morir. Se está metiendo lentamente y no sabe de las risas de los niños, de la alegría de los amantes en esas mismas aguas. No sabe de la vida. Virginia sabe de tantas cosas: sabe del vértigo, de la muerte, de lo profundo, del mareo que provoca pensar sin descanso. Sabe de la vida, pero no. Su hermana se sienta en el sillón que hay a su lado y le dice a su hija: tu tía tiene mucha suerte, vive su vida y la de todos sus personajes, los que ella crea. Pero Virginia no vive todas esas vidas, ni siquiera la suya. Y se está metiendo en el río y ya le va por los tobillos y piensa que es el mejor lugar para morir. En ese momento un pájaro vuela a ras del agua y picotea como si fuera una migaja de pan. Virginia se queda quieta para no asustarlo, pero ha sido rápido, casi invisible: se ha llevado un pez en la boca. Siente que la vida, ésa de la que no sabe y a un tiempo sí, le da una punzada en el corazón. Se detiene un momento y piensa en la crueldad de los pájaros y, a su vez, también la de los peces. Virginia se mete más adentro en el río y la frialdad no la impresiona: a ella le conmueve el pájaro, el pez, la vida. Pero no eso, no el frío, no estar ahí metida en el agua y pensar en cómo sería morir ahogada. Hay un árbol que le da sombra a una parte del río que prácticamente, de tan grande, parece un mar. Ese árbol deja caer una hoja y Virginia se detiene y siente muchísimo miedo, como si esa hoja la horrorizara, como si pudiera hablarle, como si pudiera dirigirse a ella y decirle toda la verdad que esconde el mundo, la verdad de la que ella se protege para no caer herida irremediablemente como si fuera un simple pájaro pequeño. Virginia da un paso más y le cuesta andar entre el agua, da otro paso más y ya le llega por la pantorrilla, se detiene y piensa dos cosas: que es un buen lugar para morir, que a esas alturas su marido ya debe andar preguntándose dónde está, dónde se ha metido, qué diablos hace. No se gira pensando, inventando, que está ahí detrás de ella, mirándola, esperando que se deje caer del todo para venir a cogerla, quiere pensar que siempre es así, ella piensa en la muerte, él la rescata, unas veces antes, otras más tarde, pero siempre está ahí. Las manos ya se le sumergen en el agua y aprieta los puños mientras piensa que sólo le queda la certeza de su bondad, la de su marido. Maldice haber sido para él una mala esposa, una única esposa. Da tres pasos más y siente que no tiene miedo, que nunca lo ha tenido, que la vida ya no le hiere, que el pájaro y el pez no son apenas nada. Se acerca a coger la hoja, unos metros a la derecha, y se la mete en la boca: la mastica con fuerza, pero no hay nada, no hay nada, sólo un crujido y picos, picos que dejan su lengua áspera y sin gusto ninguno. Ya no da más pasos. Virginia ya no da más pasos y le llega el agua al cuello. Saca la lengua en ese momento como un niño cuando escupe la comida en el plato cuando no le gusta, saca la lengua y cae la hoja hecha añicos, llena de saliva, algunos trozos se le quedan pegados en la boca, en los dientes, en los labios, y baja un poco, ya sin dar pasos, agachándose, deja que el agua del río se lleve todo, que se lo lleve todo, la hoja, sus restos, lo que quede, lo que quede. En ese momento, su marido llega al río y siente una felicidad y una alegría infinita por haber averiguado, a juzgar a tiempo, el escondite de Virginia. Grita su nombre mientras corre y mueve los brazos, los agita en el aire sabiendo que no va a girarse, que no va a verle. ¡Virginia, Virginia! En ese momento ella quiere volver atrás y que su marido no le haga ninguna pregunta. Piensa: sólo estaba tomando un baño, sólo eso, sólo tomaba un baño. Se gira y le mira, dispuesta a excusarse por haberse ido sin avisar, está a punto de decir: sólo quería tomar un baño. Y cuando va a sacar una de las manos para saludar alegre a su marido, para demostrarle que sólo se estaba divirtiendo, se nota la ropa pegada a su cuerpo, se nota el vestido lleno de agua, pesado, como lleno de muerte. Quiere sacar la mano y saludar a su marido, sólo me queda la certeza de tu bondad, sólo me queda la certeza de tu bondad, sólo era un baño, no te lastimes, era sólo un baño, estoy bien, sólo quiere sacar la mano, sacudirla alegre, saludarle, pero la ropa, cómo explicarlo, sólo era un baño, sólo me queda la certeza de tu bondad, amado, sólo eso me queda, la hoja llena de la boca de Virginia navega a su alrededor, sólo la certeza, sólo de tu bondad. La vida, Virginia, la vida…

19 thoughts on “El río

  1. Virginia me parece una egocéntrica y por eso mismo, que está muy equivocada. No creo que se pueda estar más equivocad@ de hecho. Su marido me da pena así, a priori.

    Besitos, Fusa.

  2. La vida, mi Fusa, la vida… tan heladora en ocasiones o más que la muerte.

    Me encantó, curioso que relatando su muerte la hayas dotado de tanta vida. Y tan bella por inexorable.

    Por eso habría que escupir todas las hojas de nuestra boca, cada día y a cada paso.

    Besos de remolinos!

  3. Últimamente, Fusa, os leo en silencio. Vengo, leo, disfruto, a veces mientras le doy sorbos a una taza de té ;) y luego me marcho con mis sensaciones. Pero hoy, linda, hoy he venido aquí y tú has conseguido que rompa mi silencio. Darte mis razones implicaría, seguramente, una carta muy muy larga sobre lo que para mí significó descubrir a Virginia Woolf, su literatura, y sobre lo mucho que también me emocionó la película “Las horas”, que me llegó cuando me tuvo que llegar, y ella en el río, y, Fusa, tantas, tantas otras cosas que, yo, ahora que estoy tan torpe con las palabras, no sabría ni por dónde empezar a contarte. El primer libro que leí de Virgunia fue “Las olas”. También llegó cuando tuvo que llegarme, no podía haber sido ni antes ni después. Recuerdo una vez haberle puesto un fragmento a Gloria, allá en su casa. Hoy tu tuenco me lo ha traído de nuevo a la memoria. Te lo escribo aquí, espero que te guste:

    “Si fuera capaz de creer”, Rhoda, “en la posibilidad de envejecer al servicio de una finalidad y al compás de los cambios, me libraría de mi temor. Pero nada persiste. Un momento no conduce a otro.
    A todos os temo. Temo el choque de la sensación que salta sobre mí, debido que no puedo darle el tratamiento que vosostros le dáis; soy incapaz de conseguir que un momento se funda con el siguiente. Para mí todos los momentos son violentos. Todos están separados.
    No sé cómo pasar de un minuto a otro, de una hora a otra, revolviendo minutos y horas, gracias a cierta fuerza natural, hasta que constituyan esa masa indivisible y unitaria a la que denomináis vida. Debido a que tenéis una finalidad prevista -¿será una persona a cuyo lado estar, será una idea, será vuestra belleza?; no lo sé -, vuestros días y vuestras horas pasan como las ramas de los árboles del bosque, pasan como el suave verde del bosque junto al perro que corre tras su presa. Pero no hay presa, no hay ni un sólo cuerpo que me incite a ir en su busca. No tengo rostro.
    Soy como la espuma que se desliza sobre la playa, o como los rayos de la luna que caen como flechas ora en una lata ora en un manojo de algas, o en un hueso o en una carcomida barca. Un torbellino me hunde en las profudidades de las cavernas, me lleva en volandas como un papel que choca con las paredes de interminables corredores, y he de apoyar la mano en el muro para no retroceder.”

    Muchas gracias, Fusa, es lo único que puedo decirte sin hacerme un lío, muchas gracias por este tuenco.

    Un abrazo enorme.

  4. En la primera línea de tu tuenco, ya estaba en mi cabeza la imagen de Nicole Kidman, tan bien caracterizada en la película “Las Horas”. Has narrado el momento con una exactitud impresionante. Quizás Virginia, en el último momento, deseó salir del agua y seguir viviendo. Pero es lo q tiene jugar con la muerte, q se encariña con una y ya no nos deja.
    Un besico, me ha encantado.

  5. La vida eterna para Virginia Woolf. La vida que la corteja en su misma muerte.
    Una muy sensible y delicada aproximación a su suicidio, un “tuenco” lleno de sutileza hacia esa mujer excepcional incluso en acumular melancolía.

  6. V: a mí irremediablemente Virginia me despierta más que simpatía, porque no puedo alejar este tuenco de Virginia Woolf, de la película Las horas, de su literatura…
    El papel del marido en la película y en su vida es maravilloso… cuando se suicidó le dejó una carta hermosísima. A mí también me dio mucha pena. Aún así, no me parece que esté equivocada… es sólo una opción más (injusta si se mira desde la vida… desde los que se nos han ido sin quererlo).
    Un abrazo, Vero.

    Rayuela: mira que me entra temblor cuando estoy tiempo sin escribir tuencos… pero después escribo uno y me siento tan bien y me llenan tanto vuestras palabras, que me pregunto por qué y cuándo y en qué momento decidí alejarme un poco. Muchas gracias, Silvia. Eres encantadora.
    Un abrazo.

    Margot: hoy H. me hablaba de eso, de la vida y la muerte que se mezcla en un mismo texto, sacando a veces de un drama algo de luz… qué maravilla cuando me habla y cuando vengo y coincides y todo al final es como una bola de hilachos, hilachos para mí, sin casar todavía, todos juntitos, revueltos, para que yo les busque la correspondencia.
    (Para remolino el que tengo yo en el flequillo, oye…)
    Un abrazote.

    Isabel: muchas gracias, costurerita. Me alegra mucho que te guste este tuenco… lo pensé hace tiempo pero hasta ahora no me había atrevido con Virginia.
    Un abrazo.

    (*: ah, bueno, en eso estamos todos, casi… que leemos, que pasamos, pero nos vamos silenciosos, porque de pronto nos ha cogido a todos por sorpresa un algo, que no es pereza, que no es miedo, pero que es común, y nos escondemos como del frío, pero seguimos estando y, de vez en cuando, sacamos la patita, como tú hoy. Muchísimas gracias por tus palabras, linda, y gracias por despertar del silencio por y con este tuenco… a veces uno no sabe hasta qué punto moverá algo en el interior de otra persona, igual que nadie sabe de qué manera me llegan a mí… y siempre así, sin que uno se lo espere. ¿Leíste al final Nubosidad variable? Si es que sí, sabrás bien que hablo de la liebre…
    Un abrazo, A.

    Verónica Cento: me alegra que hables de la película, proque mientras lo escribía yo también pensaba en Las horas, en esa hermosa película, en lo que me impactó la vida de Virginia, tanto, que corrí a la librería y así fue como la conocí y me quedé con ella… imagino que leyendo recordabas la misma escena que yo al escribirlo. Y por eso me alegro muchísimo. Y por tu llegada: bienvenida.
    Un saludo.

    Sara: sí, esta Virginia bien podría llamarse Nicole, porque hay veces que cuando pienso en Virginia pienso en ella, en esa foto que aparece de perfil, pero escribiendo este tuenco irremediablemente me venía la imagen de Nicole vestida de Woolf, en ese río, o lago, caminando, sin movérsele nada en la cara, despacio, tranquila y confiada… y cómo me impactó aquella carta última que le dejó a su marido: sólo me queda la certeza de tu bondad. Me parecía que no había una declaración de amor tan sincera y pura como aquella.
    Un abrazo, muchas gracias.

    Isabel Martínez: ah, sí, la vida eterna para VW, para toda su obra, toda su vida… todavía reposan sus diarios en mi estantería, empezados, esperando que vuelva a ellos.
    Me gusta esa imagen de acumular melancolía… creo que es un buen apunte para este tuenco y para esta gran escritora. Gracias por tus palabras.
    Un abrazo.

  7. “La hoja llena de la boca de Virginia navega a su alrededor”. Una línea impresionante, como un latigazo. Siempre me fascina tu absoluta naturalidad para sumergirte, como Virginia, en las aguas más riesgosas. La desnudez de tu escritura, sin prótesis, sin imposturas. Una escritura donde todo fluye (como un río) y las imágenes se despliegan encadenadas ante nuestros ojos. Fusa-Proyectorista.

    Un abrazo fuerte, fuerte.

  8. Pájaro de China: muchas gracias, Mariel, ni siquiera me había detenido yo a leer bien esa frase, a ver qué escondía, sólo la escribí como dejándome llevar, por no decirlo de otra manera, huyendo de la vulgaridad, quizá, no lo sé, me encontré con esa frase…
    Algo así como un río, escribir, o como sangre… o como sumergirse en ambas cosas y dejarse, dejarse…
    Un abrazo y un millón de gracias.

  9. Guarismo: me alegro mucho, Miguel. Éste quizá es más intenso, más dramático… más concentrada la vida en él. El otro era cotidiano, liviano… y quizá le faltó algo para llegarte. Gracias por pasarte.
    Un abrazo.

  10. Hola Fusa.
    Tu comentario de hace unos momentos me ha impulsado a venir. En buena hora me has visitado. Así estoy ahora aquí, delante de unas líneas bellísimas que logran ponernos en la piel del agua, de la hoja, de Virginia…
    Es realmente muy bueno, impresionante.
    Gracias, un abrazo

  11. Virgi: es que llevas ya unas semanas aquí a la izquierda, Virgi, en mis otros interiores, y te voy leyendo, te voy visitando, voy apareciendo y desapareciendo pero nunca digo nada… y hoy ya me he decidido, porque las fotos y el poema fragmentado me ha parecido tan sencillo y hermoso a la vez…
    Me alegro mucho de que además te haya gustado este tuenco, muchas gracias.
    Un abrazo.

  12. Estonetes: muchas gracias, ratitos. Me alegro de compartir estos textos con una persona más. Me cuesta más trabajo abarcar todo lo que aquí se me da que comprender y aceptar a los personajes que me hablan.
    Un saludo.

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