Cualquier otra cosa

Abandono, Salvador Tuset



Un día apareció mi tía, la hermana de mi madre, en casa. Siempre había tenido la sospecha de su locura, pero aquel día desvelé todas las dudas. Venía corriendo por la calle como disparada de una escopeta de caza, sin alma, con un pecho salido y la boca seca y jadeante como la de un perro que no atrapó finalmente a su presa. Hubiera querido llorar en aquel momento pero no le salía, sólo necesitaba hablar con mi madre. Cuando abrí la puerta y todo el viento que venía persiguiéndola entró de golpe en mis bolsillos, dijo eso:

-Necesito hablar con tu madre.

Y, sin embargo, había desaparecido. Yo no lo sabía y la hice pasar y la hice esperar. Después, cuando volví al salón y pude ver cómo se miraba incapaz de hacer nada el pecho alocado y desnudo, le dije que no estaba, que había salido sin que yo la escuchara. Y cómo, pensé. Entonces dijo: me lo temía. Y se marchó con el mismo viento con el que vino. Y pensé simplemente que estaba loca y no le di más explicaciones. Cuando mi madre salió de debajo de la cama pensé que era el único normal de mi familia y que quizá me parecía a mi padre, pero sólo quizá, tan desconocido era para mí toda la identidad que encerraba su nombre. Me contó mi madre que la tía acababa de ser abandonada por su marido.

-¿Y cómo lo sabes?

-Porque el tío me lo ha contado. Me lo contó ayer que me lo encontré en el mercado. Estaba comprando algo de fruta y apareció por allí de casualidad y nos quedamos charlando algún tiempo. Me dijo que no podía más, que pensaba dejar a la tía, le dije que lo pensara bien, que ya sabía como era, ya sabes tú también como es -ahí me di cuenta de que no, no sabía cómo era la tía, ni cómo era ella, ni nadie-, le dije que lo pensara pero que muy bien y me dijo que ya estaba decidido, que seguramente hoy le daría a ella la noticia.

-¿Qué hacías escondida bajo la cama?

-Tenía miedo, dijo.

Y noté que era un miedo verdadero y oculto, terreno al que yo no tenía acceso, así que me fui a mi habitación y me arropé con la idea de que me parecía a mi padre, tantas eran las ganas de refugiarme en alguien cercano, aunque nunca presente ni siquiera en fotografías. Pero lo pensé: me parezco a papá. Y caí en la cuenta de que nunca había dicho en alto aquello de papá, y me eché a llorar reconociendo aquel día como el primero de mi vida, el único real. La entrada de mi tía a casa, el miedo de mi madre, el recuerdo de mi padre entrando por primera vez dulce.

A las semanas apareció mi tío, que ya no era mi tío porque el parentesco, con el abandono, había desaparecido, y se quedó a tomar el café con mi madre. Aquella tarde mi madre me ordenó cerrar todas las puertas con pestillo y me pidió que no comentara con nadie la visita del tío. Yo lo acepté sin preguntar, sabiendo que mi madre seguía teniéndole miedo a mi tía y que él estuviera con nosotros de forma amistosa era algo que no se puede perdonar entre familiares. Mi tío lloró entre las manos de mi madre que no sabía cómo colocarlas para taparle la cara entera y que se sintiera bien. Intentó consolarlo diciéndole lo importante y especial que era para nosotros. Y todo lo que dijo era cierto: que para mí había sido como un padre, un ejemplo a seguir, a falta de compañía masculina y figura paterna cerca, él había sido para nosotros importante y necesario, y que lamentaba mucho que todo hubiera acabado así, que también para ella había sido un apoyo, que lo sentía de veras, pero que no podían seguir viéndose porque temía a la tía y estaba cansada de evitarla siempre. Mi tío lloraba y lloraba y de vez en cuando decía:

-¿Tú crees que nos está escuchando?

Y se refería a mí. Yo estaba escondido, aunque pareciera simplemente que andaba en mi cuarto haciendo mis cosas, yo sentía que estaba escondido, que estaba escuchando algo que no me pertenecía, palabras sin acabar y balbuceos que me eran desconocidos, y decía: papá, papá, papá. Y aquellos días en los que mi padre era lo único que me quedaba sentí que la imagen de mi madre, perfecta y redondeada hasta entonces, estaba sufriendo una mutación hacia cualquier otra cosa. Los ratos en los que me preguntaba cómo estaba, como si todo aquel tema de los tíos nos afectara de primera mano, notando yo en sus ojos y sus manos que esperaba una mentira mía, sabía perfectamente que todo había cambiado para nosotros. Entonces dijo:

-¿Te gustaría ver una foto de tu padre?

Yo sólo había visto una y un poco, porque hurgué en sus cajones y, cuando la escuché entrar en casa, lo dejé todo como estaba y salí corriendo de la habitación. Así que no pude retener la imagen, su cara, a pesar de que tuve claro que era él, él: papá. Dije que no, primero, y cuando mi madre preguntó si estaba seguro, me puse a llorar, sirviendo mi llanto remoto como respuesta. Sacó entonces una caja de galletas, con el precio puesto todavía, llena de cartas y fotos. Me dijo que ya me había hecho mayor, que lo notaba en mi forma de caminar y de mirar, y que ya estaba preparado para ver a mi padre, que ya era hora. Toqué aquellas fotos presintiendo que hasta mucho tiempo después mi madre no volvería a sacarlas y nunca me desvelaría los motivos que la llevaron a enseñármelas aquella noche y no otra, así que retuve la imagen a fuerza de verlas y tocarlas y llorarlas.

-La otra noche le enseñé las fotos de su padre.

Cuando mi madre hablaba de él, lo hacía con frialdad. Su padre, su padre. Como si nunca le hubiera amado, como si sólo fuera para nosotros dos mi padre, un desconocido. Y cuando escuché que le decía eso a mi tío, mi tío de otros tiempos, que había vuelto desobedeciendo lo que mi madre le había dicho apenas unas semanas antes, pensé que era injusto que se lo contara. Aquello me había parecido algo íntimo y nuestro, casi como un secreto, pensando yo que, igual que conmigo, no hablaba de mi padre con nadie más. Aquella noche intuí que la relación de mi madre con el tío era mucho más profunda de lo que yo había sabido hasta entonces y me sentí feliz. Volvió a llorar en las manos de mi madre, intentando ella quitárselas de la cara porque había cortado hacía un momento cebolla y se sentía sucia y algo cómica, refugiando unos ojos ya con lágrimas.

-Pero hombre, así como quieres, así como quieres.

Al rato mi madre tocó la puerta y dijo que el tío quería despedirse de mí, que saliera. Y salí sabiendo que me iba a encontrar dos caras diferentes a las que estaba acostumbrado, quizá sonrientes. Al verme, me revolvió el pelo con ternura y me dijo que estaba ya muy alto, que estaba hecho todo un hombre. Y mi madre dijo: ya te lo había dicho. Con un orgullo que me parecía nuevo y postizo. Entonces el tío se acercó, dándole la espalda a mi madre con mucha confianza, casi como un gesto de cariño entre ellos, golpeándole suave mi madre atrás, como quitándole polvo de la chaqueta, haciendo eso, tan familiar y cotidiano, mi tío se acercó a mí y me dijo:

-Puedes seguir llamándome tío, si quieres.

Y la pregunta se me quedó retumbando adentro. Quise decirle: ¿puedo llamarte papá? Pero sentí una punzada adentro, en el nuevo refugio amable que me ofrecía la imagen lejana y difusa de mi padre, mi nueva unión ficticia con él.

10 thoughts on “Cualquier otra cosa

  1. Esperaba este desenlace.Pero no por esperado pierde fuerza el relato.Es como si todo, hasta la caja de galletas con el minimísimo detalle del precio aún puesto, nos llevara a este final. Hay finales que no pueden ser de otra manera.Este debía ser éste y no otro, debía ser así.

    Un abrazo,Fusita*

  2. Es cierto que se adivina el final, pero más cierto es que el relato, aun con un final intuído, no pierde fuerza, creo que la gana.
    (me encanta ese aire que “se le mete en los bolsillos”, yo lo vi entrar y salir de nuevo). Y me gusta que se aferre, de algún modo a su otro padre, a aquel que imaginó, a su propia creación.
    Estoy tan contenta de seguirte…

  3. Cuántos “postizos” sabes mostrar en tus historias… al principio pensaba que hubo una época en la que se daban más que nunca pero si lo pienso detenidamente, ésta que vivimos también se presta de lo lindo a ellos, sólo que son otros, distintos, pero igual de postizos.

    Aunque a mí me gustan más los tuyos y contados por ti, jajaja. Resultan más entrañables y en madeja más suave aunque a veces cruel.

    Ya, la vida “mesma”, jeje.

    Besos, Fusa!!

  4. Rayuela: no sé por qué tengo la sensación, con tu comentario y también con el de MJ, de que hemos interpretado, yo escribiendo y vosotras leyendo, diferente. Al final parece que entiendas que el tío es el padre del muchacho. Y quiero que lo parezca, pero no es así, por eso quise que la madre enseñara las fotos, para que tanto el niño como nosotros descartáramos la posibilidad de que el tío fuera el padre y todo volviera a ser una incógnita. Por supuesto está todo tan intuido que eres libre de entenderlo así… pero me ha sorprendido, porque he pensado que precisamente el desenlace es diferente a lo que yo pensaba que pasaría: que el tío era el padre.
    Un abrazo.

    María Jesús: ¡no, no! El padre que creó era el suyo propio, el de verdad, aunque nunca lo viera y no supiera nada de él porque la madre no le cuenta qué ocurrió. Las fotos que vio y la idea que hizo suya en su mente, es la verdadera. Me gustaba jugar con la idea de que era el tío, darlo a entender y después descartarlo. Simplemente la madre tenía una relación estrecha con el tío (acabada el romance o no, eso no lo dejo cerrado, libre a cada lector) y él quiere oírse decir papá. Igual lo dejé tan intuido que no se ha entendido bien. Quise desvelar las dudas poniendo las fotos ahí, para que se supiera que no era el tío.
    Un abrazo y muchas gracias.

    Margot: todos igual de postizos, pero, digamos, cambia la temática. Igual es el postizo lo que me hace navegar bien hacia atrás sin haberlo vivido, ¿no? Que, con teléfonos, ordenadores y trenes de alta velocidad, seguimos mintiendo y escondiendo las mismas cosas. Sólo que ahora la alfombra es de mejor tejido y apenas se nota.
    Un abrazo, guapura.

  5. Yo creo que es posible alguna “relación” oculta entre la madre y el tío, lo cual no implica que el tío sea el padre por cuanto la madre se refiere a él con frialdad, su padre, su padre, como si hubiera sido algo fortuito, como si no lo hubiera amado; como si el hombre de su vida fuera el tío y no el esposo. ¿Pero qué hago yo, Fusa, interpretando tu historia? Jajaja, perdona.

    Hay personajes que quieren seguir su propio destino. Besos.

  6. Ese es el tema con las historias que escribimos…se nos escapan de las manos…y los personajes y las situaciones golpean las puertas de los lectores,ellos las abren y ven la historia a su particular manera.
    Como dice Wara, hay personajes que quieren seguir su propio destino.
    Estaba muy claro lo de las fotos, pero sobre el final algo se sacudió,y nos sacudió a nosotros.

    Para mí,recalco, desde mi particular punto de vista, ésto es lo bueno (copado,diríamos aquí)de escribir historias y mostrarlas:la sorpresa que nos llevamos al ver que los otros las transitan por caminos que no son los nuestros.No sé si esta diferencia de lecturas conlleva a que reflexionemos (o no) sobre nuestras técnicas de escritura.Cada cual decidirá que hacer.
    Noto cierto enojo con vos misma en tus respuestas a nuestros comentarios.Es así?

    Mil besos,linda!
    rayuela_57@hotmail.com(por si querés escribirme)

  7. Veo que entendí bien… el tío no era el padre, pero el niño si lo sentía como tal…
    Aquí estoy de nuevo linda Fusa, con la compu arreglada y con ganas de visitarlos a todos y tragarme de una vocanada todas sus palabras.
    Te extrañé, y me pondré a leer todo lo que no pude en una sola vez.
    Besitos

  8. Perdón por la intrusión. Es por un aviso:

    Úniros, si os apetece, a esta iniciativa, y pásadlo: EL DÍA 13 DE DICIEMBRE ANTONIO MACHADO RECITA Y HABLA EN LA RED. Copia en tu blog el día 13 de diciembre un poema o un texto de Antonio Machado, o escribe sobre él. ¡Consigamos una jornada machadiana vírica!

  9. Wara: sí, sí es posible. Yo también me imagino al tío y a la madre cuchicheando, siendo amantes, escondiéndose de tanta gente, de tantos ojos. Pero en mi imaginación el tío no era el padre, aunque estuve tentada de hacerlo, pensé que sería muy evidente y muy esperable desde el principio, y quise darle un giro.
    Oye, claro que puedes interpretar mi historia, es tan mía por escribirla como tuya por leerla. Yo también hago míos tus cuentos… y entiendo lo que me dejan leer mis ojos, tan llenos antes de la historia, de otros mundos.
    Un abrazo.

    Rayuela: querida Silvia, no se me ocurriría enojarme ni contigo ni con nadie por leer un cuento mío y hacerlo tan suyo que no me pertenezca. Es el riesgo y el placer de mostrarlo a la gente, como bien dices, y a mí me gusta. Me gusta subirlo, imaginar un personaje, y que después se le dé la vuelta y se aleje en vuestras manos. Escribí Bergai y los personajes muchas veces iban evolucionando gracias a los personajes. Quizá la manera de explicarme en el primer comentario quedó brusca, pero el tono era suave, ni mucho menos de enfado. No me molestó, sólo quería contrastar mi visión, que es desde el otro lado. ¡Pero no, no estoy enojada!
    Que todo sea una sacudida al final, que todo se quede en eso, ¿verdad?
    Un abrazo, linda.

    Miriam: el niño necesitaba tanto tener un padre que se conformaba con tener cerca al tío y sentirmo como figura paterna, que no es lo mismo que su padre. Lo que ocurre es que después de ver las fotos del suyo de verdad, se siente celoso de su identidad, y no quiere mezclarla con la del tío, y se confunde. ¡Y nos confunde a todos!
    Me alegro de tenerte de vuelta, hermosa.
    Un abrazo.

    Giovanni: yo me siento tan feliz cuando escribo en primera persona, Giovanni… me encanta meterme adentro. En tercera persona también uno puede acercarse al yo, pero no es lo mismo. Aquí suena su voz, ya no es la mía. Aunque todas se parezcan porque no dejan de ser mis dedos, cada una tiene su tono particular. Y me gusta que eso ocurre, notarlo mientras me cambio la piel.
    Un abrazo.

    Anónimo: ¡que todas las intrusiones y los avisos fueran de ese tipo!
    No sé si lo recordaré, pero, de ser así, no lo dudes.
    Gracias.

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