
No sé. Fue como si empezara a escribir este texto sentada en el subterráneo de aquel local. Como si allí ya hubiera decidido que la experiencia de ver en directo un concierto de jazz fuera a marcarme para siempre. No un concierto de jazz: ese concierto de jazz. Y estaba allí sentada entre la gente y pensaba: no sé de dónde sale ese sonido, por ejemplo, no sabría identificarlo en ninguno de los instrumentos que tengo delante de mí. Y los miraba uno por uno, miraba las manos de los músicos y seguía sin saberlo. Entonces pensé en escribir esto, ya en pasado, como anticipándome a este momento en el que transcribo lo que pensé: y no me sentí incompetente o ignorante ante aquella música que no sabía de dónde salía, no me parecía ridícula mi presencia allí, ni me molestaba tampoco no alcanzar ese código que había entre el guitarra y el saxo y el batería y el bajista e incluso el público exceptuándome a mí, todo lo contrario, me parecía maravilloso no reconocer los sonidos, las notas, los ritmos. Me parecía ideal estar allí y sorprenderme de cualquier cosa, porque la música todavía es para mí muy desconocida. Pero en aquel momento decidí que escribiría sobre mi incompetencia y mi ignorancia como un regalo. Y por eso lo escribo, a pesar de que hace ya algunas horas que el concierto acabó y el temblor y revoloteo del encuentro ya ha quedado un poco lejos. Ya no me siento tan maravillada, se podría decir, ahora sólo me admira el recuerdo, pero el sentimiento real, presente, a tiempo, ya pasó. Pero en aquel momento pensé que era de las más afortunadas de la sala por entender menos y así lo escribo ahora, para serme fiel a aquel pensamiento. Entonces Ll. se puso a hablarle al saxo, lo cogió, porque mientras toca no lo coge, lo tiene, y se mueve tan bruscamente que me da la sensación de que no le molesta el instrumento, me imagino que a ningún músico lo hará, pero a mí siempre me lo parece, que preferirían que tuviera otra forma, que pesara menos, no lo sé, en cambio con Ll., por como se mueve de rápido, me parece que está con él, que le pesa lo mismo que a mí una pluma y un cuaderno en la bolsa, pues cuando se puso a hablar al saxo, que lo tumbó y le estuvo echando adentro palabras, me dije: ¡nadie me había contado que eso se podía hacer! Y cuando soplaba despacio por la boquilla y entonces sonaba como la orilla del mar, o la brisa, o cuando hablaba por ella y parecía que salían hormigas o ballenas de su interior, pensaba: ¡no lo sabía, nunca lo había visto, nadie me lo había contado antes! Bien estúpida, como sorprendiéndome, como si alguien alguna vez se hubiera tomado la molestia de contarme todos los secretos que tiene un saxofón y se le hubiera olvidado contarme esos de Ll., cuando, como digo, todo el mundo y el código musical me resulta ajeno. Pero estaba yo ahí, sentada, pensando todas estas palabras, diciendo lo de las hormigas, lo de las ballenas, lo de los secretos, lo de hablarle a un saxo, lo de que el batería me parecía, como había dicho el que le había presentado, interminable, o que el bajista me hiciera tanta gracia por cómo de quieto y relajado estaba, ese punto argentino y anti argentino que tenía, o el guitarra que a veces era piano, todo eso, sentada, me lo iba diciendo y tú me decías: es lo que tiene la música, que llega a tanta gente; porque tantas veces hemos querido comparar las artes y es que no se puede, porque la música tiene algo que, que no se sabe, que yo no lo sabía, y puede escucharse sin comprenderse y puede entenderse como una quiera, porque yo movía el cuerpo, movía los pies, sentía algo adentro que tiene la música, que tiene una historia por detrás que nadie te ha contado antes pero que reconoces, y tengo que darte la razón, la música tiene eso que es insuperable y, por más que uno quiera ponerse a la altura con palabras o imágenes, no se puede. Entonces no sé por qué, ahí, con lo de las hormigas, lo de las ballenas, lo de la ignorancia e incompetencia, se me ocurrió pornerme a escribir este texto mentalmente, sabiendo que no iba a servir de nada, sabiendo que todo era efímero, que lo mismo que esa canción no había sido ensayada y nunca más se repetiría igual, hablar de toda esa música irreconocible y fantástica iba a ser tarea difícil. Pero aquí estoy, porque allí estuve, hablando, escribiendo, pensando ya en cómo sentiré el siguiente concierto cuando ya sepa, cada vez más, de dónde vienen algunos compases. Cuando ya algunos secretos -lo de las hormigas, lo de las ballenas, lo de la brisa y el mar, lo de hablarle a un saxo- no me resulten tan lejanos, cuando ya sí se hayan tomado la molestia de enseñarme cómo es llevar un instrumento y no cogerlo con las manos.
Escuchar violonchelos me hace pensar en ballenas. La primera vez que pasé el arco sobre la cuerda, aunque chirrió un poco, sonó tan profundo que al principio me asusté. Fue como si de verdad la ballena pasara por mi lado y no me lo esperase. Yo no sabía lo que era tocar un violonchelo, tocar, yo, tan de cerca, escucharme… Y ese sonido tan hondo, tan grave, que acaso pretendió ser un sol, pero no lo fue, fue algo todavía sin definir, algo incipiente, fue una de las cosas más bonitas que me han pasado nunca. A Bel ya se lo conté, cómo yo podía ver el movimiento de mi brazo, cómo la cuerda vibraba, bailaba, aparecía y desaparecía, cómo el aro se trasladaba… Y sin embargo, la sensación que tuve fue la de no ser yo quien hacía todo eso, era otra persona, ese sonido venía de otra parte, pero de dónde… y al mismo tiempo lo sentía, porque tú sientes el violonchelo cuando lo tocas, vibra, es como si te hiciera cosquillas y repercutieran en tu cuerpo, y entonces éste también vibra y parece que la ballena la tienes tú dentro y te habla, te canta, te llora, e incluso te maúlla. Quise quedarme para siempre con esa sensación. Me dije: (*, no la olvides, porque este no saber y abrazarlo será más bonito que cuando ya sepas mucho. Y ahora que ya ha pasado un tiempo y me peleo todos los días con las escalas, con mis dedos, con mi impaciencia, siempre me guardo un momento al final de cada vez que practico para olvidarme de todo lo que estoy aprendiendo y volver a ese primer día, a ese primer momento, cuando nada sabía y la ballena primero me rozó y luego me habitó por dentro. Y entonces toco eso que no quiero que sea sol, que no quiero que sea ninguna nota, eso que prefiero que chirríe, que nadie sepa lo que es, eso que fue tan nuestro, mío y de mi violonchelo, cuando nada o casi nada sabíamos todavía la una del otro.
Todo este rollo que te suelto es mi torpe manera de agradecerte esta Arqueología emocional que me ha llegado mucho, muchísimo, demasiado, Fusa. Me ha llegado hasta los huesos. No he sabido explicarme de otra forma. Casi me voy en silencio. No sabía cómo escribir cómo suena la ballena.
Muchas gracias, linda.
Un dulce beso.
(*: mira, eso es lo que tiene la música, eso que no se puede explicar, que yo, desde fuera, sin conocimientos, sienta una cosa, sienta una ballena, y tú, desde dentro, con un violonchelo dentro de tu cuerpo, o dentro tú misma de un violonchelo, sientas una ballena. Que es universal. Que se disfruta más si se sabe, sí, se sienten otras cosas, pero en esencia, el disfrute, es general, es para tantos.
Me alegro de que te haya gustado y llegado.
Un abrazo.
Y ese abrazo del labio de arriba contra el de abajo que parecía un beso dedicado a la boquilla del saxo, ese temblar y separarse, pero que en realidad no era más que un abrazo. Se abraza a la música y al saxo pero que no era un abrazo de dos amigos que se encuentran y se abrazan y no más, que tal estás, y se te ve muy viejo che. Es un abrazo de los que no se dan, sólo cuando estás mal, cuando escuchas los suspiros del otro aunque se los guarde en la boca, dentro, con un temblequear de labios y un pitido en los oídos, con ese continuo mecer de pies que intenta acunarse uno mismo para olvidarse de que ha cumplido veinte años, o cien, o qué más da. Y mientras el soplido que se escapa del labio de Johny, y el saxo suena sólo para él, parece como si se estuviera quedando con todos nosotros, pero el caso es que no suena pero él hace mucho que ha cerrado los ojos y sopla, y se mece, y todos aquí aguantando la respiración, los suspiros, pero el caso es que hay silencio. Quizás es lo que trata de enseñarnos hoy con su no-música, el silencio. Quizás quiere hacernos saborear el silencio que no conocemos, pero entonces por qué se mece? por qué sopla? podría quedarse ahí de pie, y nosotros con el suspiro acallado y el abrazo, y el labio venga tembleque, y de repente ha parado y todos venga a aplaudir.
Ni siquiera me ha dado tiempo a meditar el tema en silencio.
Plethoras: ¿has leído El perseguidor de Cortázar? Al decir Johnny me ha recordado, y por supuesto el tema del saxo y el jazz, claro, igual pusiste el nombre a propósito, no lo sé. Si no lo has leído, queda totalmente recomendado.
Gracias por este hermoso fragmento de interior.
Leído y admirado. Gracias a usted Fusa.
Plethoras: ¡cómo dudarlo! Que, de haberlo leído, lo hayas admirado.
Un saludo.