El espejito de Martine

Portrait of George Dyer in a Mirror, Francis Bacon
Primero un poco más cerca y después un poco más lejos. Cerca, lejos, cerca, lejos. Pero no hay manera de hacerme coincidir en el espejo pequeño que Martine lleva en el bolso y después en el que hay grande en el baño. Estábamos en un café y me dijo: tienes un arañazo ahí, al lado de la ceja, ¿te lo viste? Y lo primero que hice fue ir a tocarme y noté cómo la piel sí estaba algo rugosa y levantada. Pero no te toques, me dijo, deja de tocarte con las manos sucias que te lo vas a infectar. Para Martine siempre tengo las manos sucias. Me paso el día mojando mis manos, enjabonando y después enjuagando, secándolas después. Aún así, al cabo de una hora y sin que yo me haya dado cuenta de que he podido tocar algo que le haga sospechar de mi higiene, me lo vuelve a decir: no toques eso, que tienes las manos sucias. Le digo que me las he lavado hace un momento y entonces ella me habla del tiempo que ha transcurrido desde ese momento y todas las cosas que toqué después: ha pasado Bobby por aquí y algo despistado, como siempre, le acariciaste la cabeza. Yo ni siquiera me doy cuenta de cuando acaricio al perro, lo hago de veras sin darme cuenta. Pero a Martine no se le pasa nada, o por lo menos nada que tenga que ver con las manos de la gente y, en especial, con las mías. De modo que, cuando empecé a tocarme la herida como si así pudiera desaparecer, me volvió a hacer una larga lista de las cosas que había tocado y por lo tanto de las infecciones que podía coger mi ceja. Toma, me dijo, y me pasó el espejo chico que lleva siempre en el bolso. ¿Por qué lo llevas siempre? En ese momento se me ocurrió preguntárselo. Siempre he querido saberlo, también quise saber con Gabrielle, mi ex mujer, pero sólo cuando lo tuve entre mis manos formulé la pregunta. A veces me miro en el autobús cuando voy al trabajo, o también si estoy sentada en la oficina y me apetece mirarme, en vez de levantarme al baño, me miro ahí mismo, es muy práctico este espejito, mírate en él y podrás ver la herida, me darás la razón. Entonces alcé el espejo, lo cogí como si fuera el cuello de una mujer hermosa, lo puse a la altura de mi ceja, vi la herida, me la volví a tocar frente a la mirada crítica de Martine. Te tengo dicho que no te toques con las manos sucias, haz el favor. Me levanté para ir al baño y lavarme la cara con jabón y de paso las manos y, antes de devolvérselo, me miré la cara entera, el pelo, hasta el cuello. Fue ahí cuando lo hice: más cerca, más lejos, cerca, lejos. Y no reconocí al hombre que tenía frente al espejo. Se lo dejé a Martine en las manos, horrorizado, mirándola y guardándome para otro momento una misma pregunta: ¿tú puedes verte ahí, Martine, de veras puedes reconocerte? Cuando llegué al baño me di cuenta de que era bien distinto al que aparecía en el de Martine y me tranquilicé: volví a mí, a mi imagen, a la que yo estoy acostumbrado. Entonces lo tuve todo muy claro. Sólo hay algo que yo pueda hacer por mi esposa: tirar ese espejo pequeño, práctico, de bolsillo. Pero ahora tengo dudas: ¿es que pude hacer algo por Gabrielle?

4 thoughts on “El espejito de Martine

  1. No se por qué me da la sensación como de antiguedad en la forma de relatar, como si relatara algo que sucedio hace tiempo, no se tambien por qué me da que la suciedad que presentía Gabrielle en todas partes no podrá quitarse por mucho que se limpie, tremendamente adictiva y muy descriptiva.
    (sonrío)
    PD- SF

  2. A lo mejor ni siquiera hay suciedad donde ella la ve. O es una suciedad que al protagonista no le importa. De todas formas, coincido contigo, no puede limpiarse nunca del todo y es adictiva.
    Muchas gracias, J.
    Un beso.

  3. Que los espejos son traicioneros y las preguntas tanto más.
    Pero que Martine y Gabrielle ven otra cosa muy distinta en los espejos de lo que ve él también. Y que sus manos están más limpias de lo que parece también.
    Y digo por decir, porque es todo ficción y no he pensado en más allá ni en los porqués. Pero me da que se debe confiar en él.

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