En los últimos diez años he vivido en diez casas distintas. Por orden: Sant Feliu de Llobregat, Castro-Urdiales, L’Hospitalet de Llobregat, el Clot, el Raval, Cervelló, Cervelló (otra casa), A Coruña, Esplugues de Llobregat y Sant Andreu de la Barca. En algunas de ellas solo he alquilado una habitación lo suficientemente amplia como para considerarlas, también, mi casa. Salvo en la de mis padres y en otra, en las demás casas he entrado a vivir teniendo clara una única cosa: dónde iría mi escritorio. He vivido en diez, pero he visitado otras tantas, y la condición indispensable es que en todo momento tuviera claro dónde iba a colocar mi escritorio. Escritorio que, por supuesto, no siempre he tenido. La mayoría de las casas o bien ya estaban habitadas, o bien ya estaban amuebladas. No importaba: siempre que tuviera clara la ubicación de la mesa de trabajo, me veía viviendo dentro.
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