
Leonard Beard
Amanda Knox, al final del documental, reflexiona acerca de lo que le ha ocurrido, y da con las palabras precisas: todos tenemos miedo de los monstruos, pero más miedo aún de que los monstruos seamos nosotros mismos. ¿De ahí, entonces, la necesidad de señalar a otros, para alejar la monstruosidad de nuestro lado? El monstruo solo puede ser uno: si lo es Amanda, los demás estamos a salvo. Las familias de las dos mujeres asesinadas necesitan que haya un culpable, y el sistema judicial les está ofreciendo dos cabezas: Knox y Avery, en cada caso.
Es demasiada la tentación y el consuelo. ¿Cómo van a renunciar a esa leve tregua que supondría tener entre rejas a quienes torturaron y mataron a sus hijas y hermanas? ¿Y cómo va a aceptar la policía que las personas que lo hicieron se les hayan escapado? Una vez han señalado a alguien, no pueden desdecirse: qué clase de autoridad les quedaría. Nos deja mucho más tranquilos creer que ya han sido cazados y no tendrán oportunidad de volver a cometer ningún crimen. Descansamos mejor si sabemos qué aspecto tiene el monstruo, si lo tenemos donde queremos, haciendo lo que queremos que hagan. Independiente de si Knox y Avery son inocentes o culpables, el debate es amplio y nos ataca directamente a nosotros, a la fragilidad de la que no queremos hacernos cargo.