Que era verano lo sé porque había moscas y a mí las moscas me dan asco. Estábamos hablando y yo me iba dando manotazos en los brazos y en las piernas porque no soporto que una mosca se me pose encima, y él me miraba y hacía como que no se daba cuenta, pero sí se daba cuenta, hasta que dijo, joder, para ya un poquito, y ésa fue la primera vez que pensé que dejaría de quererme, y eso que aún no me había dicho que me quería.
Mi madre siempre me llamaba desde la ventana pequeña del cuarto de baño en el momento más inoportuno. A él su madre nunca lo llamaba porque sus padres estaban separados y había ido de vacaciones sólo con su padre, y como se odiaban, nadie lo llamaba por ninguna ventana, y además a él podrían llamarle por el balcón, porque él tenía balcón, no como nosotros. Estábamos hablando de que cuando volviéramos cada uno a nuestra ciudad, cómo nos lo íbamos a hacer, y yo le decía que no pasaba nada, que hay personas que se quieren y viven en lugares distintos, y él dijo que la distancia era una mierda, para él muchas cosas eran una mierda, por ejemplo que sus padres estuvieran separados. Es verdad que la distancia es una mierda pero tampoco es cuestión de estar todo el día quejándose por todo, y ésa fue la primera vez que pensé que dejaría de quererle.
Desde que nos habíamos conocido él había estado preocupado porque cuando se acabara el verano, no volveríamos a vernos, en cambio yo sólo lo pensé la última semana, cuando mi madre ya empezó a hacer la maleta poco a poco, recogiendo aquellas cosas que no necesitábamos pero que igualmente habíamos metido en el equipaje. Todo era una mierda, que nos hubiéramos conocido en verano era una mierda, porque a mí el sol me quema enseguida y por más protección solar que me ponga siempre me acaba quemando, así que muchas veces si él me tocaba un brazo me daba una especie de asco. Las moscas también eran una mierda, que sus padres estuvieran separados era una mierda. Pero lo que era más una mierda era que teníamos diecisiete años, una edad de mierda. No dejaba de decirlo y yo acabé por pensar igual que él.
De los amigos que hice los primeros días no supe más, porque cuando nos enamoramos nos apartamos del grupo y nos dedicamos a estar todo el día en la playa, escondiéndonos un poco entre las rocas que había a lo lejos, y mi madre me decía que no fuera más, pero era el único sitio donde podíamos darnos besos sin que nadie nos viera, y por eso me quemaba tanto la piel, porque perdía la noción del tiempo con aquellos besos, y luego yo le decía que nos metiéramos en el agua, pero decía que a él meterse en el agua no le gustaba mucho, lo veía una tontería meterse en el agua si no era para nadar, y ahí con tanta roca no había quien nadara. Nadar era de las pocas cosas que no le parecían una mierda. Así que nos dábamos besos y de vez en cuando nos contábamos alguna cosa de nuestra vida, como lo de sus padres o lo de mi hermana, que estaba encerrada en un colegio interna porque era insoportable, pero él no lo veía tan grave, él veía más grave ser hijo único, por ejemplo, porque ser hijo único era una mierda, no podías hablar con nadie, y pensé que a lo mejor lo que quería era contarme a mí sus cosas y por eso me daba besos.
Y los besos estaban bastante bien, porque a mí nadie había querido dármelos antes, nadie había pensado en mí como una persona para besarla, y eso me gustaba, me gustaba más esa idea que él mismo, incluso más que los besos, pero los besos estaban bastante bien. A veces ladeaba la cabeza hacia un lado y a veces hacia otro, y cuando llegaba a mi casa tenía que cambiar un poco la cara, porque llevaba la cara de dar besos, y sobre todo el olor. Eso era lo que hacíamos por la mañana, nos besábamos entre las rocas, pero por la tarde nos íbamos a una plaza porque la plaza estaba cerca de la ventanilla del cuarto de baño, por donde me llamaba mi madre.
Una de las últimas tardes, cuando ya estábamos muy tristes, él me abrazó, cosa que no había hecho nunca, porque cuando nos besábamos después nos separábamos y ya está, nada de abrazos, y al abrazarme me quedé extrañada, y de pronto noté cómo se movía, unas convulsiones muy extrañas, y cuando le aparté para ver si estaba bien, vi que estaba llorando, y yo dije, qué asco, me salió instintivo, no sé, me daba asco que llorara delante de mí, porque yo nunca lloro delante de nadie, por educación, y él dijo, qué mierda, y nos quedamos un rato sin decir nada, y luego él dijo, tengo que irme, y yo me quedé en la plaza hasta que mi madre me llamó por la ventanilla. Pensé que si mi hermana no fuera tan insoportable, estaría en mi casa al llegar y le habría podido contar todo aquello, lo de los besos y el asco, y lo de que todo es una mierda, pero mi hermana no podía estar fuera de aquel colegio porque lo destrozaba todo, y no me refiero a objetos, sino a mi madre y a mi padre y a mí, sobre todo a mí. Pero era una mierda no poderle contar nada a nadie, y al llegar a mi casa tuve que cambiar la cara también, porque aunque no era la cara de besar, era la cara del asco, y yo por educación la cambié.
Mi madre dijo aquella noche que echaba de menos a mi hermana, y que a lo mejor deberíamos volver antes de tiempo a nuestra casa para poder ir al colegio a visitarla, y mi padre suspiró pero no dijo que no, y yo tampoco dije que no y no sé por qué, porque yo tenía novio, o algo parecido, pero como nadie dijo que no, al día siguiente me levanté y las maletas estaban todas en la puerta de la entrada, y mi madre dijo, vístete, y yo me vestí con la ropa del día anterior, la ropa del abrazo. Antes de irme, fui a su casa para decirle adiós, aunque no sabía cómo tendría que despedirme, si con un beso o no, y me abrió la puerta una señora y yo ya sabía que era la madrastra, porque me lo había contado todo. Cuando salió él me preguntó si estaba loca, cómo se me ocurría ir a su casa, y le dije, me voy, y él dijo, qué mierda, y era verdad.
Relato de verano (Yo Dona)