Durante años sólo reconocía el olor del jazmín. Después vinieron el resto de olores, o saber que la hortensia se basta con la sombra, o poder manipular con mis propias manos la tierra. Pero en el principio fue sólo el jazmín, y por eso ahora tenemos uno en la puerta de casa —para cuando entre, para cuando salga. Y venga el perfume primero, el único en la memoria de la niña.
Tenemos un jazmín, y también tenemos claveles y margaritas y begonias y orquídeas. Y tenemos, porque es importante, albahaca y perejil y tomates y cebollas. Tenemos el recogedor de la abuela, y sus cuadros y su llave de madera. Tenemos lo que creíamos merecer y ahora, de vez en cuando, nos parece un exceso —no puede uno merecer tanto a la vez.