Ocho letras

Processed with VSCOcam with c1 presetJENNIFER. Ocho letras. Los que tenemos un nombre de escritura difícil sabemos deletrearlo desde que somos pequeños: jota e ene ene i latina efe e erre. Jennifer: ése es mi nombre, me lo puso una niña de nueve años. Uno sólo puede ponerle nombre a lo amado, por eso en mi casa nombramos lo que todavía no existe y es una hija: se llama Daniela y quizá no le guste. Yo, ahí dentro, en el vientre de mi madre, sólo era cierta porque mi hermana de nueve años me había puesto un nombre. Lo sabéis todos, no es un secreto: no me gusta. Con el tiempo me he quedado con cuatro de las ocho letras que sé deletrear y que deletreo a menudo cuando me preguntan cómo me llamo: jota e ene ene. Muchas veces me acuerdo de mi hermana y me acuerdo de mis padres. Pero es de otra cosa de la que quiero hablar: no de mi nombre, sino de por qué mi nombre. Mi hermana tenía nueve años y anhelos. A los nueve años podría vivir alguien sin ellos, pero mi hermana, de pequeña, igual que mi hermano, ya había cambiado de casa y de ciudad y de amistades: lo que uno hace a los veinte años, mi hermana Miriam lo hizo en su niñez. El lugar del que venía estaba marcado por la infancia. Hace poco me dijeron que uno es de donde ha ido al instituto, por lo que tiene la adolescencia de intensa y arrebatadora. Pero mi hermana hizo a los siete lo que uno hace a los veinte, así que el lugar de donde venía también era importante: estaba en la mitad de su vida. Y en esa mitad de la vida había una niña: Jennifer. Una niña que no era yo, pero a la que acabaría por reencarnar. Es de esto, y no de mi nombre, de lo que quiero hablar.
JENNIFER. Ocho letras. Los que tenemos un nombre de escritura difícil sabemos deletrearlo desde que somos pequeños: jota e ene ene i latina efe e erre. Jennifer: ése es mi nombre, me lo puso una niña de nueve años. Una niña cuya infancia estaba dividida en dos lugares del mundo. En uno de aquellos dos sitios, había una amiga que se llamaba Jennifer. Imagino que aquella niña también tenía problemas para que escribieran su nombre y sabía deletrearlo desde muy pequeña, o quizá lo escribía sólo con una ene, o quizá lo escribía con y griega y tenía que hacer la corrección inversa a la mía. Aquella niña no sabe que me llamo como ella, pero yo sí sé que ella existe: mi hermana volcó sus anhelos en su nombre y en su hermana recién nacida —yo. Me llamo Jennifer porque mi hermana tenía una mejor amiga que se llamaba Jennifer, y todos ponemos un nombre a lo que vamos a amar. Desde antes de nacer, entonces, podríamos decir que mi hermana es, en realidad, mi amiga. Nací marcada por la añoranza que mi Miriam tenía. Y si ya no podría tener más aquella amiga porque se había alejado de ella, haría lo posible por acercársela.
JENNIFER. Ocho letras. Los que tenemos un nombre de escritura difícil sabemos deletrearlo desde que somos pequeños: jota e ene ene i latina efe e erre. Jennifer: ése es mi nombre, me lo puso una niña de nueve años que decidió que no sería su hermana, sino su amiga. Ya no importaba la primera Jennifer porque tenía una a su alcance, dentro de su casa, y podría seguir diciendo aquel nombre que tan buenos recuerdos le traía, los buenos recuerdos que traen las mejores amigas de la infancia. No es un secreto, todos lo sabéis: me llamo Jennifer y no me gusta mi nombre, esas ocho letras que sé del derecho y del revés, Refinnej; pero hay algo de esas ocho letras que me obligan a no renunciar del todo a mi nombre: mi hermana Miriam, de nueve años, me puso el nombre que se le pone a lo amado, y me convirtió, desde antes de nacer, en la amiga a la que no querría perder de nuevo.

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