Mi nombre es Rita Albero y puedo vivir como viven las madres —aunque no tenga un hijo. Tengo bajo mi cobijo y cuidado la vida de una criatura, que no tuve en mi vientre pero sí tengo en mis días. No puedo hablar de ella, porque no pude ponerle un nombre el día de su nacimiento y porque no me pertenece. La maternidad es cosa de posesión. Por eso todo cuanto diga, os ruego, debe ser tomado como se toman las verdades y las mentiras: con precaución. Podré yo hablaros de dicha criatura, pero no nombrarla, de modo que lo correcto sería utilizar la mayúscula del nombre propio sólo cuando la ocasión lo merezca: la ocasión a menudo lo merece, pero no puedo escribir desde el exceso. Es todo cuanto puedo hacer —también podría callar, pero por qué iba a optar por el silencio si puedo ocultarme sobre lo oculto: el amor. Porque el amor debe ser sobre todo discreto; de lo contrario, podría ser motivo de gran ofensa. Parece una invención y os pido por favor que en algunos momentos de la narración no se me tome con precaución: algunas veces hablo con total honestidad, y cuando digo que el amor podría ser motivo de una gran ofensa, digo verdad. Éste es el relato de mi vida, que quizá se parezca a muchas otras —de las que no sé nada.
Retroenllaç: Diario a la duración II - La tribu de Frida