Esta hija no es una hija sino una enferma y aunque pueda parecer lo mismo no lo es, y por eso cuando hable de esta hija lo haré así
—la hija enferma—
y cada vez lo haré así, porque así es como hay que hacerlo con los enfermos, y sobre todo con los enfermos que no tienen cura, o que no tienen herida, porque estas cosas pasan, aunque ustedes no lo crean, porque ustedes son, con el mal ajeno en especial, incrédulos de naturaleza, y la naturaleza de esta hija es una
—naturaleza enferma—
y por eso el amor también nace, entre la hija y la madre, perverso. No se puede decir que esta hija viniera al mundo sino que el mundo la empujó a venir, y cuando las cosas se hacen con prisa, ustedes mejor que nadie lo sabrán, cuando las cosas se hacen con prisa no salen como se espera de ellas, y lo que yo esperaba de una hija no fue finalmente lo que encontré en la penosa y quejosa
—enfermedad—
pero asumí toda la responsabilidad y hasta la culpa, porque de la culpa las madres lo saben todo, forman parte de ellas porque la maternidad y la culpabilidad acostumbran a ir unidas, es algo que se aprende con el tiempo y es un buen aprendizaje. Cuando esta hija nació, lo hizo demasiado pronto, y un hijo que todavía no ha tenido tiempo de convertirse en un hijo es algo extraño, de lo que nadie ha hablado antes porque nadie hablaría del asco, y tú sigues creyendo que tienes entre las manos una preciosa criatura delicada, rosada en su delicadeza, y de pronto has mecido a un monstruo, y ese monstruo también eres tú, porque la madre es, corríjanme ustedes si no es cierto, la madre es también lo que su hijo, de modo que se puede hablar de
—madre enferma—
y yo lo aceptaré porque soy una mujer que acepta con cierto recato las adversidades, incluso las que no debería aceptar por no pertenecerme. El padre de esta hija no es padre sino hombre, y vive a su modo de hombre la paternidad y estoy sola de una soledad que ustedes no alcanzarían a comprender, y yo tampoco les pediría que lo hicieran porque nunca le pido tanto al hombre.