Descalzas

Te dije que mi abuela se iba a pasar los diez días diciéndome que cómo voy todo el día descalza y con los pies descalzos y cómo vas a ir así por la casa, que se te ponen los pies sucios, pero, niña, ponte unas zapatillas, ponte algo. Y estaba equivocadísima. Dice que no sabe por qué le ha dado este año por ir descalza, pero que se ha quitado lo de estar por casa. Y miro debajo de la mesa y es verdad, está descalza como yo, las dos descalzas. Se pasa el día diciendo:
-Pero qué fresquito está el suelo.
Hemos vuelto a ir a casa de la abuela, que en realidad es la bisabuela. Y como todos los años, está lleno de cosas que ya nadie quiere. Las paredes se van cayendo, y los cuadros y todo lo que haya colgado se rompe y se tira y se olvida. Cada año me llevo algo, y se van riendo de mí mis tías, porque está lleno de polvo, sucio, y ven que te limpie eso, y yo que no, que me gusta así, y ay madre mía esta muchacha mira qué cosas se lleva. Se ríen, pero en el fondo es lo que más les gusta, que venga y me lleve el cuadro, el costurero, un tapete que hizo la abuela y un colgador de llaves, de esos que se ponen en la puerta al entrar. Mi abuela me dice que para qué querré eso si vivo en una habitación, y razón no le falta. La tía Antonia nos ha dado fruta y tomates y cosas del huerto, y ha estado enseñándome orgullosa todas las flores que tiene en el patio, y le he estado preguntando por una planta que es blanca, que parece que está llena de polvo, y toda orgullosa me ha dicho que es así y que todo el mundo pregunta y que no le pasa nada, que es así. Ya en casa de la tía Carmen me he puesto a mirar el patio, y a mirar el pozo, y todos:
-Cuidado no te vayas a caer.
Y yo que cómo me voy a caer, y que ni que fuera la primera vez que me asomo a un pozo. Y me pongo por allí a mirar, y mi abuela empieza con lo de siempre…
-Yo no sé esta niña a quién ha salido, que lo normal sería que su padre quisiera venir al pueblo y nada, que no viene, ni su tío tampoco, y ella todos los años… no sé a quién ha salido que tiene pasión por las cosas del pueblo, y ha estado ahí con la tía Antonia en el patio y sacando fotos, y en casa de la abuela, que siempre quiere entrar y la casa está la pobre que se cae, y ella que nada, que quiere entrar… y se ha llevado unas cosas que dan asco, que cuando llegue a casa se las lavo, porque así no se las puede llevar… no sé a quién ha salido esta niña…
Y yo, que estaba por ahí curioseando, he dado un grito y he dicho ¡a ti! y entonces ella… hay que ver esta niña el oído tan fino que tiene. Y el tío Satu diciendo que las camas que hay en casa de la abuela son preciosas, y todos diciéndole que esas camas no valen para nada, lo mismo que el armario que me quiero quedar y la mecedora, y el tío Satu y yo venga con la casa, y que es preciosa, hasta que la tía Carmen…
-Para él es que todo es precioso, tú sabes…
Cuando entro al cuartito donde está la chimenea y una mesa y una silla y cosas por ahí cotidianas, el tío Satu se pone a sonreír, que no lo veía pero intuía que estaba sonriendo, y dice…
-Qué muchacha, ahora se ha metido en lo de la chimenea… claro que sí, a mí me gusta que sea así, y que le guste y vaya a mirar… pues claro, a ver si ve los tomates, ya verás… y las rosas, las rosas están preciosas…
-Sí, todo es precioso, lo que yo te diga.
Ahora ya estamos en casa, en la nuestra. Nos hemos puesto a comer, y estamos picando de las cosas del huerto de la tía Antonia, y mi abuela con el suelo qué fresquito está, y estamos comiendo pepino, y la verdad es que estaba un poco amargo pero yo no iba a decirlo. Y entonces lo dice mi abuela, y mi abuelo dice que qué más da, que para lo que nos ha costado… y también ha dicho:
-Eso es el tío Domingo, que se ha puesto a mear en la mata.

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