Las cuatro estaciones

De esta manera, este mundo por el que paso se deforma y se acumula dentro de mí, hasta el punto de no poder reconocerlo, convertido en un álbum de imágenes inconexas y extrañas, congeladas y fragmentarias, y en una sucesión de estados emocionales que dependen más de mí que de él. No obstante, algunas raras ocasiones, el mundo se revela de repente a través de un movimiento tan asombroso, con leyes tan acordes con mi devenir, que mi atención irrumpe de golpe en un estado de intensa concentración y sobreexcitación en el que cada gesto, cada sonido y cada color quedan grabados para siempre, sin la más mínima posibilidad de olvidarlos jamás. En esos momentos todo parece tan distinto de lo que experimento habitualmente y de cómo vivo cada día, que pienso con horror que sólo existo de verdad en esas raras ocasiones de explosión interna y que, en realidad, sólo he vivido en esta tierra unas veinte o treinta horas.

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¿Qué relación existe entre la primavera y la muerte, si no es ese parentesco profundo que existe entre la vida y la muerte, que la naturaleza nos echa en cara con sus momentos más exaltados como una prueba espléndida de su perfección y equilibrio?

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Los niños nacen de la tierra, esto lo sabe cualquier crío. Sólo después de que crecen lo suficiente, cuando están a salvo de todo peligro, se desprenden de la tierra; vienen los padres y los eligen y se llevan a su casa el niño que les ha gustado, y después comienzan a contarles cuentos sobre cómo se hacen los niños y otras cosas para atarlos más y que no intenten volver.

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Mi extraña infancia, que ardía entre terremotos casi físicos de los descubrimientos y las tormentas de los amores precoces desgarrados por los celos salvajes, mi extraña e insaciable infancia, deseosa de consumir en inclinaciones incomprensibles y vértigos insignificantes las reservas de pasión y presencia de toda una vida.

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Que no me despierte, rezaba, un poco más, imploraba sonriendo, que no me despierte… Seguía escuchándome a mí misma mucho tiempo después de saber que ya no tenía miedo de despertar…

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Te vas a perder, no vas a saber salir de entre los libros. Te vas a morir de hambre y de frío en medio de ellos.

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La sensualidad difusa y no formulada aún de la pubertad, casi dolorosa, con un dolor sin objeto, universal e inconsolable, como son solamente los dolores de la infancia.


ANA BLANDIANA

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