de lo mostrable? ¿Hasta dónde lo público, lo privado?
ESMERALDA BERBEL
Cuando me he despertado no era 27 de septiembre. Quiero decir que era 27 de septiembre, pero no éste, el que ha acabado siendo. Por eso, no recuerdo demasiado bien qué he hecho. Nada: levantarme, un café, encender el ordenador. Como las últimas tres mañanas, he pensado que tengo que comprar azúcar. He ido al escritorio y he mirado de reojo la lista que me hago con las cosas pendientes. He leído bajo los tachones las cosas que ya están hechas, para satisfacerme. La noche anterior, sin poder dormir, había decidido que escribiría un artículo extenso hablando de la moralidad a la hora de publicar diarios, correspondencias o novelas después de que el autor haya muerto. Escrúpulos literarios. Se lo he dicho a Ainize, y de paso he decidido seguir con mi parte del reportaje que va a salir en el próximo número de la revista: reflexiones acerca del best seller. Lo estamos haciendo a medias y cuesta coger el hilo cuando éste no es tuyo, pero es agradable compartir un espacio tan felino como es el papel en blanco. Después he pasado la mañana tontamente: he ido a comprar una caja para meter las cartas que recibo, le he mandado la que escribí el viernes a Lorena, he ido a la autoescuela del pueblo y, aunque ponía abierto, estaba cerrada. Juanjo me ha dicho en un correo que ha leído mi artículo sobre lo Ginzburg y que quiere leer un libro suyo, el que yo le recomiende. No, no era 27 de septiembre. He comido y me he echado un rato a dormir (¿será verdad que los escritores siempre echan la siesta?). Después han llegado mi hermana y los niños. Los escuchaba como en un sueño: hoy es martes, así que hay fútbol, así que hay preparación de la bolsa, las michetas, las espinilleras, Mario que quiere hacerse mayor, que quiere hacerse Víctor, Víctor que se angustia por un tiempo que todavía no controla pero del que ya es preso. Mi hermana ha venido a despertarme y me ha enseñado un recorte de revista: se quiere cortar el pelo así. Le digo que no me gusta y me levanto. Hasta ahí era un 27 de septiembre, uno borroso y como de mentira. Un día cualquiera en la vida de cualquiera que, como ha dicho uno de sus autores, en este caso era yo. Después, me he duchado y he cogido el autobús. Me dirigía a la presentación del libro que ha coordinado Esmeralda Berbel. En un principio Jordi me acompañaba, pero en el último momento le he pedido que me deje hacerlo sola, que necesito estarlo. Con las combinaciones de los horarios, he llegado mucho antes a la librería. Como siempre, he ido a comprobar si hay Belfondos: tres. Después he visto (Díaz-Donoso) que hay una novela que no conozco de José Donoso y la he comprado, junto con el libro del que nada sabía: 27 de septiembre. Un día en la vida de los hombres. Me he sentado en un sillón a leer el prólogo. Resulta que el escritor Máximo Gorki, en 1935, lanzó una idea: que todos los escritores del mundo escribieran con la mayor precisión posible un día de su vida, y ese día elegido era el 27 de septiembre. Después de algunas peripecias, Esmeralda dio con el libro Un día del año, de Christa Wolf, y decidió -primero con las mujeres y después con los hombres- mantener viva la idea del ruso. Estaba sentada en el sillón, con el libro entre las manos, y he escuchado una voz que, por alguna razón, pensaba que sería la de Esmeralda. Yo justo estaba mirando la solapa, leyendo su biografía, y me he girado y la he visto. Acompañaba del brazo a Feliu Formosa, que llevaba un libro en la mano y parecía querer comprarlo. He mirado la foto que hay en la solapa, para comprobar que era Esmeralda, y he intentado hacerme lo más pequeña posible para que no me viera todavía. Del brazo se ha ido con Feliu Formosa, y yo la he mirado, radiante como estaba. Le ha dado un beso sonorosísimo, y entonces me he acordado de ti, de cuando te beso fuerte en la cara y tú bromeas tapándote los oídos; te digo que no te daré ni un beso más, y tú me pides que vuelva a hacerlo. Y yo vuelvo a hacerlo, igual de ruidoso que los que da Esmeralda Berbel, aunque sin saberlo, y pienso que podría pasarme el resto de la vida haciendo esa broma con tal de que me pidas que vuelva a besarte fuerte, con mucho ruido. Era la primera vez que veía a Esmeralda Berbel en persona, pero no me resultaba una extraña. Leyendo No se lo cuentes a nadie, y a través de Isabel Núñez, nos habíamos puesto en contacto por correo electrónico. Indagando ella en una Jenn Díaz desconocida, y yo refugiándome en mi posición privilegiada de voyeur tras la lectura de su correspondencia con Lydia Zimmerman, habíamos aceptado un reto: seguir el libro, mantener una correspondencia escrita a mano. En ello estamos. Entre tanto, me llegó la invitación a la presentación del libro, y ahí estaba, observando por fuera a la persona que había observado anteriormente por dentro, como revolviendo en sus cajones. Entonces ya era 27 de septiembre. Me he sentado en la sala preparada para la presentación y he leído algunos días, hasta que he dado con un nombre que me resulta familiar: Cesc Gay. El primo de Jordi, al que le he pedido que no venga para poder estar sola. Al lado, cerca, veo que también está Eduard Fernández. Ambos nombres son conocidos en la cultura catalana, pero no es eso lo que me acercaba a ellos, sino las veces que, a través de anécdotas que me ha contado Jordi, he sabido de ellos. Así que le llamo y se lo cuento, que él no tenía ni idea de que su primo había participado en el libro. Cojo su 27 de septiembre de 2010 y se lo leo, y sale un primo, le pregunto si es él, seguramente sea él. Nos preguntamos qué conexión hay entre Esmeralda, Cesc y Eduard. Me recuerda que un día soñé que cenaba con Cesc, sin haberlo visto todavía. Bueno, empieza la presentación. Mientras hablan de la experiencia y hacen reflexiones acerca de publicar lo privado, de escribir para uno y mostrarlo a los demás, decido que voy a escribir mi día y, en mi mente, empiezo a ocultar información. Estoy atendiendo, aunque ande ya en mi propio discurso, y Esmeralda me mira y me sonríe tiernamente desde la mesa central: me ha reconocido. En ese instante decido que no, que voy a narrar mi día, que voy a hacerlo público, que es justo. Todos han hablado de lo que ha supuesto escribir sobre el 27 de septiembre, y el resultado es un hermoso libro íntimo y cuidado en el que todos han trabajado para que se publique, Esmeralda en especial. Mientras comentan todo, me entero de que Eduard es el marido de Esmeralda. Entonces me pongo a pensar en las conexiones que hasta ese mismo momento no existían, y los reubico a todos. Recuerdo las cartas de No se lo cuentes a nadie y pongo la cara de Eduard en el Edu que Esmeralda cita. Después añado a Cesc Gay, intentando unirlo a otra punta que pertenece a ese libro y no a su primo, Jordi, que es mi amigo. El 27 de septiembre de 2010 Eduard sólo era Eduard Fernández y Cesc sólo era Cesc Gay, Esmeralda Berbel no era. Y ahora estaban los tres ahí, apretando fuerte la vida por los costados, dejándome felizmente encerrada. Cuando se acaba la presentación, me acerco a Cesc, que ya he saludado con la mano en cuanto ha llegado (tarde), y le cuento todo el hilo que me ha conducido hasta ahí. Le digo pocasolta de parte de Jordi. Constantemente intento guardar pedazos de momentos en mi memoria, porque quiero contarlo todo, y me doy cuenta de que el 27 de septiembre es por fin 27 de septiembre y se convierte en una cita conmigo misma. Se habla de vida y literatura como en un baile, y yo miro a Esmeralda sabiendo -sin que ella lo haya descubierto todavía- que estoy más cerca que nunca. Después nos hemos ido todos juntos a un bar y he estado con Cesc en la barra hablando; detrás, el Real Madrid ganaba en una televisión que poco a poco ha desaparecido. La vida, las separaciones, el dinero, la creación literaria, Woody Allen o Buñuel. Un poco todo y, al final, lo de siempre, y nada. El editor de Ediciones Carena me dice que en noches como ésta se justifica todo lo demás, y no puedo estar más de acuerdo. Cuando todos se han ido, he empezado a andar Rambla de Catalunya arriba, deseando no llegar nunca a casa. He hablado con Jordi y le he contado por encima todo el embrollo maravilloso que he vivido. Me ha dicho: segur que ara ets feliç. He caminado despacio hasta la Diagonal, parándome a leer en un banco los tres relatos de Cesc, Eduard y Esmeralda. Como se ha dicho en la presentación, los 27 podríamos ser el mismo -me incluyo, ya, como lectora-, un monstruo hecho de diferentes puntos de vista, un solo día, convocados desde 1935 por Máximo Gorki y sorprendidos por el azar. Muy parecidos. Después de leer los tres días, he cogido un taxi. Pensando y recapitulando todo mi día, no le he dado las indicaciones al taxista y me he perdido. Ahora en casa me siento poderosa teniendo conmigo un secreto precioso y tonto: he visto dos Smarts, uno gris y el otro azul. A lo mejor tengo ganas de llorar, y también un poco de sueño. Se ha acabado el 27 de septiembre y, como dice Esmeralda en el suyo de 2009, tengo ya otro paisaje.
Brillante.
Yo qué más puedo decir después de leer esto, de leer a Jenn, a la que añoré antes de haberla conocido a la que quise a través de su Belfondo y a la que ahora conozco como si fuera desde siempre, como si a la Jenn que añoraba era la añoranza a un tiempo en mí que ya no existe y que recupero en ella. ¡Bien por Belfondo! ¡Bien por Jenn Díez!
qué será ésta necesidad de escribirvivir, tendrá cura, cuándo vendrá… veía hace poco un documental sobre terenci moix, sólo escribiendo todo el tiempo, y me preguntaba cómo podría ser eso, cuando yo voy pulsano teclas a la vez que frío los huevos de la cena a la vez que le escucho a Quique a la vez que le preparo la ropa de mañana a la vez que llega Grande hola cariño qué tal el curro saca a tu hijo de la bañera… y creo que no podría entenderlo de otra manera. (va aquí, de refilón, mi 27 de septiembre).