El día que conocí a mi amigo Floreal, yo venía del Mercat de Sant Antoni. Estaba todavía en su sitio de siempre: con un acordeonista en una de las curvas. Había comprado un libro de José Donoso y otro de Marguerite Duras. Paseaba por el barrio, volviendo por el mismo camino por el que había paseado la noche anterior, por el camino que va a la ciudad. En la Rambla del Raval, me detuve un rato en las paradas que hay con
cositas. Ahí conocí a Floreal. Una de las paradas con cositas de cuero era suya. Floreal tiene más años de los que su corazón le permite, una barba larga y blanca, como un mago -pensé-, el pelo de la misma medida, rozándole el trasero, los ojos verdes y un acento argentino imborrable que le hace cantarín. Mientras me hablaba de las cositas de cuero, se acariciaba la barba amorosamente. Después, sin saberlo muy bien, pasó una hora. En esa hora se comprimió la vida: él paseaba la mano por su barba y me hablaba de cómo sobrevivir sintiendo que se está viviendo y no muriendo, me hablaba de armar la casa, o de llevarla a cuestas -invisible-, me hablaba de libros y de países, de personas. Y yo escuchaba atenta, apretando a Donoso y a Duras contra mí, sin permitir que Floreal me descubriera vulnerable a sus historias como de mago -pensé-. Entonces yo le di la vuelta al periódico que llevaba encima y le mostré que aparecía una tal Jenn Díaz, que había escrito
Belfondo, y me dejé un poco de mí en aquella parada de cositas de cuero. Prometí volver, volver a por más historias y más manualidades, y también para regalarle un ejemplar de mi libro (pero dejame que te lo compre, dejame, linda, que sho te lo compro). Antes de irme, con resaca todavía después de haber hablado de Ana María Matute, la infancia y cómo nos tienen engañados en cuanto a la edad madura y lo que significa hacerse mayor, me regaló una de las pulseras. La medida era bien pequeña, como mi muñeca, y le dije que agradecía que pensara en las huesitos flacos como los míos. Me dijo que lo hacía para los niños, para cuando acompañan a sus madres y también quieren una pulsera. Te la regalo, dijo. Y pensá que si te regalo la pulserita, como a los pequeños, es porque vos todavía tenés la niña interior y me la mostraste en este ratito.
Cumplí con una parte de mi promesa, que era volver a su parada y llevarle un
Belfondo de regalo. Me negué a que me comprara el libro del que habíamos hablado y que ya, en esa hora de charla, estaba convencido de que me iba a gustar. Hoy mismo he podido saldar esa cuenta pendiente: le dije que buscaría
Mi planta de naranja lima. Por suerte, Libros del Asteroide ha hecho una preciosa edición de este hermoso libro que me recomendó mi amigo Floreal, el mago. Un cuento para niños grandes que no quieren irse todavía (un poquito más) a dormir. Hay libros que uno, de tan bien escritos como están, querría que se le hubieran ocurrido. Con
Mi planta de naranja lima no me pasa: lo prefiero así, así mío y también ajeno, así que Zezé me parece, a cada paso, algo nuevo y maravilloso. Mi amigo Floreal es sabio y poeta y lleva corbata de lazo: la lleva escondida bajo la barba. Que yo lo sé.
-Totoca.
-¿Qué?
-¿Se nota cuando ya se tiene uso de razón?
-¿Qué tontería es ésa?
-Fue el tío Edmundo quien me lo dijo. Dijo que yo era “precoz” y que pronto iba a llegar a tener uso de razón. Y yo no siento ninguna diferencia.
-El tío Edmundo es un bobo. No para de meterte cosas en la cabeza.
-No es bobo. Es sabio y, cuando yo crezca, quiero ser sabio y poeta y llevar corbata de lazo. Un día me haré una foto con corbata de lazo.
-¿Por qué con corbata de lazo?
-Porque nadie es poeta sin corbata de lazo. Cuando el tío Edmundo me enseña retratos de poetas en una revista, todos llevan corbatas de lazo.
-Zezé, deja de creer en todo lo que te dice el tío Edmundo: está un poco chalado y es un poco mentiroso.
-Entonces, ¿es un hijo de puta?
-Mira que ya has cobrado en la boca por tanto decir palabrotas, ¿eh? El tío Edmundo no es eso. He dicho “chalado”, un poco loco.
-Has dicho que era mentiroso.
-Una cosa nada tiene que ver con la otra.
-Sí que tiene que ver. El otro día, Papá estaba hablando con el señor Severino, el que juega a las cartas con él y habló así del señor Labonne: “Ese viejo hijo de puta miente con avaricia”… Y nadie le dio en la boca.
Pinchando en la imagen, el enlace a LIBROS DEL ASTEROIDE, con el libro MI PLANTA DE NARANJA LIMA.
Hacía tiempo que nadie me recordaba 'Meu pé de laranja lima'… Gracias, Isabel. Es un historia de amor que compartimos muchos de los que vivimos en el Brasil de hace unos años. Una joya de ternura capaz de tocar las fibras más escondidas… de la misma manera que tus palabras sobre el encuentro con Floreal.
Emi Mas
Que manera más hermosa de contar ese maravilloso encuentro Fusa. Me ha sido fácil imaginar ese encuentro y conocer a Floreal.
Un beso