Se sienta ante un mar rojizo
y fantasea con la idea de que
ahí está revuelta su calma.
Tiene las cejas pobladas y
apenas pueden vérsele las
pestañas. Apoya la cabeza entre
las manos mientras está
ante un mar rojizo que aúlla
como una cría de elefante.
Piensa en su padre y sabe que,
si se lo encontrara por la calle,
andando como un vivo,
riendo como un vivo, besando
como un vivo, no le reconocería.
Cree que el mar es de mentira
mientras recuerda que no
le cabe ni un abrazo más
bajo el sombrero nuevo.