No me extraña

Mujer en traje marrón, Amedeo Modigliani
IV

Ana María está sentada en una piedra grande que, aunque algo incómoda por su forma levemente puntiaguda, le hace sentir bien: como a tono con la naturaleza. Está ahí subida con los pies, en posición fetal, leyendo, las piernas las tiene temblando del esfuerzo y algo dormidas. Pero ahí sigue porque ahí quiere seguir y así sigue porque así opina ella que debe seguir. Está leyendo un cuento que ella misma ha escrito -porque yo escribo cuentos- en voz alta, como para nadie, como para todos. Tiene algunos diálogos y cambia la voz según el personaje. Está leyendo y está inquieta. Nota que alguien la está mirando. Pero quién va a subir tan arriba de la montaña para espiarla. Su madre se ha quedado haciendo compañía a la abuela que está algo enferma y por unos días se queda a vivir en casa, sólo de forma provisional, aunque Ana María, por la cantidad de terrones de azúcar que tiene guardados en una caja, por los guiños de complicidad que se hacen en la mesa y por las veces que se salva del griterío de su madre, sólo por eso, o por todas esas cosas, desea que su abuela no se acabe de recuperar nunca, hasta que se muera, que su padre dice que será bien pronto -desde que murió tu padre, qué quieres que te diga, no veo que mejore-, que se quede para siempre ahí con ellos. Pero Ana María está demasiado concentrada en la lectura y demasiado pendiente de esa mirada que tiene en la nuca como para pensar o preocuparse por su abuela. Una de las veces que oye un ruido se gira y ahí está: una cabra enorme, subida a otra piedra picuda como la suya, con las cuatro patas muy juntas para que le quepan en la cima de la roca, mirándola fijamente, con los ojos amarillos, con el cuello tan erguido. Ana María se queda parada y empieza a moverse despacio pensando que así conseguirá… ¿qué conseguirá? Pero la cabra se mueve por instinto, como con miedo, pero feroz, y Ana María empieza a correr y la cabra empieza a seguirla y se ahoga y se cae y rueda montaña abajo y se daña el pie y sigue corriendo y empieza a ver de lejos su casa y por primera vez tiene ganas de llegar y por única vez siente que podrá estar a salvo adentro y la ve cada vez más cerca y ya no oye el galope de la cabra y no puede dejar de correr porque las piernas y el miedo le van solos y ya, ya ha llegado a casa. Coge aire, entra en la habitación donde está la abuela que es la suya misma, se encuentra allí también con su madre, y dice: madre, he visto al demonio. La abuela suelta una carcajada y después una tos rotunda y cargada de muerte. Su madre, sin pestañear, dice: ¿tú?, no me extraña.

12 thoughts on “No me extraña

  1. Yo tenía con mi yaya un lazo fuerte y extraño, capaz de saltar los trescientos kilómetros q nos separaban. Cuando murió yo ya tenía dos hijos, pero ese día, de sopetón, dejé de ser niña.

  2. Sara: Es que las abuelas tienen algo que seguramente no tenían cuando eran madre. Es algo que no se puede explicar, pero que está ahí.
    Yo, sin que nadie lo sepa ni sospeche, siento devoción por mi abuelo.
    Un abrazo.

  3. Pues a mí tampoco me extraña nada que Ana María haya visto al Diablo, pero no por lo mismo que insinúa su madre, nada que ver ;)
    Un beso enorme, preciosa.

    (gracias por este momento maravilloso)

  4. Gloria: es graciosísima la respuesta de su madre. La Matute lo contó así, que vio a una cabra, que pensaba que era el diablo, que se lo dijo a su madre y ésta le contestó: ¿tú?, no me extraña. Y me pareció cruel y muy tierno, muy de madre cascarrabias. Y ella de niña me pareció entrañable y muy fantasiosa.
    Es posible que Ana María hubiera visto al diablo, porque Ana María podía y puede todavía ver todo lo que se proponga.
    (Gracias a ti.)
    Un abrazo.

  5. Ay, lo que me acabo de reír recordando un encuentro con una cabra en el monte; en una escursión que hicimos nos encontramos a unas cuantas y una pareció elegirme para seguirme, y qué miedo pasé, en serio. Aunque ahora me ría…

    Muchas veces oí decir en mi casa eso de que los abuelos son dos veces padres, y que por ese motivo pueden comportarse con sus nietos de una forma totalmente distinta a como fueron para sus hijos. Se establece una relación especial entre ellos, y pienso que es raro el nieto que no siente de alguna forma esa conexión con alguno de sus abuelos.

    Me encanta esta Ana María. Muchos besos, Fusa.

  6. Tiene que ser escalofriante sentir cómo el demonio te mira, te clava la vista en la nuca… quizá es algo que todos los niños han sentido alguna vez, cuando no tenemos miedo de nada…
    yo también me acuerdo de mi abuela, de cómo nos llamaba para que fuéramos a por ella al Hospital… de la seguridad con la que decía que cuando llegaran los nenes todo saldría bien…
    gracias Fusa, por todo y por siempre

    besos

  7. Gracias a la perfección de tus palabras leí, escuché la voz de Ana María haciendo personajes, vi al demonio, digo, a la cabra, y rodé montaña abajo.Y todavía resuena en mis oídos la carcajada de la abuela,tanto,que no me importa la tos.

    Me pareció excelente el paso de la voz narradora a protagonista:”Está leyendo un cuento que ella misma ha escrito -porque yo escribo cuentos- “

    Mil besos!

  8. ¿Sabes? Hablando de abuelas y cabras, cuando yo vivía en ese pueblecito de Italia que te dije el otro día, el de la lechera Gelsomina, y mi abuela de Valencia venía a vernos y a lo mejor se quedaba con nosotros un mes, o más, no lo sé cuánto, yo era muy niña, lo primero que hacía cuando me despertaba era irme de puntillas y muy rápido a su cuartito y colarme entre sus sábanas. Ella, en cuanto me sentía, ya sabía lo que tenía que hacer: contarme el cuento de la cabra montesinaaaaaaaa… de los montes del lugaaaaaaaaaaaar… la que a los niños que veíaaaaaaaaaaa… se los comía sin mascaaaaaaaaaar… Yo me moría de miedo todas las veces, aunque ya supiera qué iba a pasar.

    Un dulce beso.

  9. No sé qué narices hago con los comentarios últimamente que me desaparecen todos… juraría que te dejé uno hablando de esta niña marisabidilla… en fin, la magia y las teclas!(Más bien mi torpeza pero queda mejor eso de la magia, jeje).

    Me encanta ésta niña, retrata ese mundo infantil que pensamos perdido pero que a poco que recordemos volvemos a identificar en nosotros. Y la niña se las trae, eim? escritos, diablos, paraguas, armarios… ufff, basta aplicar su imaginación y todo se desboca en ella, me recuerda a la cría que fui, jajaja. Y ahora entiendo a mi madre, más cascarrabias aún que la de Ana María en ocasiones… cómo para evitar serlo!!

    Besos, Fusa de letras.

  10. Me encanta tu manera de hablar de Ana María Matute y encuentro muy bueno tu reseña de 'La plaça del diamant' de Mercè Rodoreda. Parece que te desplaces fácilmente en otra persona. Me gustó la frase en la historia de Ana María 'Pero ahí sigue porque ahí quiere seguir y así sigue porque así opina ella que debe seguir.' Y en la reseña del libro que he leído dos veces con gusto y admiración me gustó la frase 'Colometa venía a ser un montón de pájaros encerrados en una jaula enorme -pero jaula-, llena de cagadas, sin espacio suficiente para volar, en un rincón de un balcón.' Me acuerdo la falda interior apretada de Colometa cuando sale a una fiesta… Ana María corre… Mantendrá su libertad?

    Un beso

  11. Wara: aunque también creo que los hay que ni de padres ni de abuelos consiguen ese vínculo especial. Aunque para eso siempre hay, la mayoría de veces, otro abuelo que cumple tus expectativas.
    ¡A mí nunca me ha perseguido una cabra! Es más, creo que, fuera del zoo, no he visto ninguna. Así que imagínate qué ruralismo el mío… eso sí, de gallinas, las que quieras. Y de cerdos.
    Un beso.

    Ignacio: y el que no ha sentido que ha visto al demonio, se inventa, como yo hacía, que entra alguien por la noche a la habitación y se le va a llevar y por eso se tiene que tapar hasta arriba, como si así estuviera a salvo. De pequeño se tiene poco miedo, o mucho, pero al final todo es fruto de la imaginación.
    Gracias a ti, I.
    Un abrazo.

    Rayuela: lo hice en varias ocasiones en los cuentos anteriores. Ya que pocas veces pongo diálogos y en este caso se habla en tercera persona, quise ponerlo así. Porque soy una gran amante de la primera persona y de dejar hablar al personaje. Me fluye solo, se me van los dedos.
    Un abrazo y gracias.

    (*: jajaja, a mí mi abuelo me cantaba la zorrita mamalutera. Que ya ni me acuerdo de la canción entera, pero decía: la zorritttta mamaluteeeeeera, harta de vino montá en caballeeeeraaaaa. Y así esperábamos a que mi abuela llegara a la cama y yo me ponía en la mía, que era en un colchón al lado de los dos. Eso todos los fines de semana.
    Un beso.

    Margot: a ti sí se te imagina así. Yo, como decía Gloria y secundaba, era una niña mucho más sosa. Me daba todo vergüenza y miedo, así que era la silenciosa, la que pasaba desapercibida, la que miraba. Mis vecinos la tenían tomada conmigo porque no conseguían escucharme la voz. A una todavía se la tengo jurada porque dijo que mi muñeco era calvo. ¡¡Era un bebé y los bebés no tienen pelo!! Eso sí, después en casa era una cotorra, para compensar.
    Un besazo.

    Miriam: después Ana María Matute reconoce que, con el tiempo, siendo ya ella adulta y escritora, consiguió entenderse con su madre. Y acabó teniendo muy buena relación con ella. Eso sí, ya quedaba poco tiempo aprovechable.
    Un beso.

    Giovanni: hoy precisamente he escrito que se me da mejor ser otros que ser yo misma, imagino que por eso ocurre lo que dices, que me transformo en otras personas y parece que hable por ellas. Porque como conmigo lo he dado por imposible, empatizo con los demás. Me alegra mucho que te gusten los cuentos y la reseña. Me halagan tus palabras, te lo agradezco. Y es un placer compartir lecturas como la de Rodoreda, tan de aquí.
    Un abrazo, G.

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