II
La madre de Ana María no sabe por qué su madre nunca se toma el café. Cuando la invita a comer los domingos -desde que murió mi padre, qué quieres que te diga, no la veo que mejore- y saca la bandeja de color turquesa donde va la tetera, aunque dentro hay café, y las tacitas pequeñas, dice: ¿alguien quiere? Y Ana María siempre dice yo, siempre dice yo, yo, yo, yo. Y su madre la mira y vuelve a hacer la pregunta, dando a entender que ella queda totalmente excluida de todo alguien. Los niños no beben café y mucho menos los que son tan malos como tú. La abuela dice que quiere uno, uno cortito, con mucha leche, que casi no haya café. Y con dos terrones de azúcar. Cuando su hija se lo prepara y se lo pone delante, la mira de reojo para observar su ritual: pone un terrón adentro, remueve, remueve, se mira el café, no toca el segundo terrón, remueve, mira. Y finalmente no se lo bebe. Cuando la criada pasa a recoger la mesa, se da cuenta de que el segundo terrón de azúcar que la abuela no ha metido dentro del café, ha desaparecido. La madre de Ana María le tiene ordenado a la criada que le diga ese tipo de cosas, cuando están todos en la mesa ella quiere resultar natural, distraída, despreocupada, y no se permite mirar en los platos de la gente ni en lo que dejan, por eso después la criada se fija y se aprende de memoria que Ana María ha apartado los guisantes, que la abuela no deja ni rastro del azúcar que no echa en el café, que siempre deja la tacita hasta arriba, sin probar, que el marido se lo come siempre todo menos las olivas. Todo eso. Y mientras eso pasa, mientras en el cuarto donde se guardan las ollas la criada le recita de carrerilla todo lo que ha ido recogiendo de la mesa, Ana María está metida en el cuarto de baño con la luz apagada -qué va, no, la oscuridad de nunca me ha dado miedo-, saca del bolsillo el terrón de azúcar que la abuela le ha regalado antes de irse, lo saca y se pone, de tan blanco como es, a relucir entre tanta negrura. Se pone hasta azul. Brilla, el terrón de azúcar brilla, es mágico, es un destello de magia, se lo ha dado la abuela y ella lo tiene en las manos y puede alumbrar lo que sea que lo va a ver. Entonces con las manos palpa las paredes hasta que da con el espejo, lo reconoce porque siempre está un poco más frío que la pared, y más suave, se pone delante, se mira, aunque no se ve, se coloca el terrón de azúcar en la boca y se ve brillar los dientes. Y casi se le cae un reguero de baba de todo lo que está salivando con el dulce en la lengua.
Sonrisa.
(*: claro, me imagino que vas reconociendo historias que viste en la entrevista. Ésta está bastante deformada, pero la esencia es la espurna blava, que es lo que cuenta.
Sonrisa dulce.
Me estás llevando a mi infancia♥
Y si… que me acordé de mi abuelita… esa “la abuelita” “mi abuelita”… por el terrón de azucar (que también ella me regalaba a escondidas), porque nunca entendía por que me retaban mis padres…
Por suerte no me ponían en penitencia en lugares oscuros, me hubiera muerto de miedo!!!
Me vinieron imágenes, olores, su voz llamándome “Mirita”. Me has traído a mi abuelita y aquí quedo con una sonrisa en los labios…
Rayuela: también cuando yo escuché a Ana María Matute relatar algunos fragmentos de su vida sonreí. Y de aquí nacen estos cuentos de Ana María, de su vida. Puse el link en los comentarios de la entrada anterior, por si quieres ver la entrevista.
Muchas gracias. Un beso.
Miriam: qué bueno volver a la infancia. Y qué buenísimo que sean estos cuentos los que te devuelvan la voz de tu abuela y ese “Mirita”.
Un abrazo grande, linda.
Me encantaaaaaa… de verás, sigue, sigue…No dejes a Belfondo, pero sigue con esta historia porfi!
Yo también “he robado” terrones de azúcar, y de niña lleva trencitas como el óleo de Modigliani
es un placer leerte…
Malvada Bruja del Norte: es un cuarteto de cuentos, tenía pensado hacer un cuento de cada una de las historias que contó Ana María en la entrevista y se me quedaron adentro. De momento lo dejo aquí, pero reconozco que me encanta este personaje, no sea que lo reutilice.
Un besazo.
Belmar: y es un placer que me leas, muchas gracias.
Como si estuvieras en tu blog.
Mi abuela también me daba terrones de azúcar a escondidas!
eres increible, transmites todo lo q quieres y más! ;)
quiti
¡Hola, Quiti! No sabía que visitabas el blog.
Me alegro mucho de que te haya gustado este cuento y te haya robado Ana María algunos recuerdos.
Un beso muy grande y gracias, Cris.
He oído alguna vez que los parecidos de carácter se saltan una generación en las mujeres, y no creo que tenga ningún fundamento científico, ni nada parecido, pero yo estoy de acuerdo, en parte. La verdad es que lo pienso y tampoco es que yo me parezca mucho a mi abuela o me diferencia demasiado de mi madre, pero sí recuerdo que cuando se es niña se sabe quién es tu aliada, se sabe que tu madre no debe saber ciertas cosas que te permite o te regala tu abuela, y quieres parecerte a tu abuela porque tu abuela es la “buena”, la que te comprende. Ana María lo tiene clarísimo, seguro, y me temo que su madre también.
Te mando un beso enorme, mi queridísima F.
Gloria: yo pasaba todos los fines de semana en casa de mis abuelos, y pasaba eso que tú dices. Una niña sabe quién es su aliada. Yo, aunque me hacía muchísimo de rabiar y siempre estábamos enfadados, sabía perfectamente que esa persona -y todavía un poco- era mi abuelo. Y eso que siempre, cuando estábamos más juntos, nos peleábamos por tonterías. Pero era esa persona que tú dices. No sé si se saltan generaciones, yo creo que no me parezco ni a mi madre ni a ninguna de mis abuelas. Igual yo he hecho un salto extraño de generaciones y me parezco a mi bisabuela -la de la cajita- o incluso a mi hermana. Quién puede saberlo eso.
Ana María, por suerte, lo tiene clarísimo.
Un abrazo enorrrrrrrrme.
Que gran amor el de una abuela,¡doy fe de ello! Noia, cal destacar que sempre has tingut un do per escriure, però passen els anys i ets com el vi que millora… Sincerament, más fet sonriure i obrir el calaix dels records, Gràcies i un petonas(d'aquests que fan soroll)! SMUAAKK! XD
NadiooOOo! XD
Nadio: ¡¡pero qué amor eres que vienes a visitarme al blog!! No me esperaba yo este comentario, muchas gracias, petita.
Me alegro de que te guste. Además es justo ahora cuando tú más puedes dar fe de ello, ¿verdad?, que las abuelas son lo más.
(Que yo empecé a escribir pasándote notas en clase, ¿eh?, que no se nos olvide, jiji.)
Un abrazo, guapa.