El feminismo ha topado con su propio techo de cristal. Llegados a un punto en que la cuota femenina es una trampa en sí, el discurso se bifurca y se vuelve a bifurcar hasta eternizarse. Sin la colaboración de todos, hombres incluidos, vamos avanzando muy lentamente. Pero una cosa está clara: mientras no haya paridad en las mesas redondas, en los debates, en las directivas, en los periódicos, en el poder… no habrá una igualdad verdadera, digna. La meritocracia no tiene ningún sentido mientras no se le haya dado voz a tantos hombres como mujeres.
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