Mujer sin hijo (Jot Down Books)

Uno no puede traer hijos a un mundo como este. Así, con esta cita de Virginia Woolf, empieza Mujer sin hijo. Tengo la necesidad de explicar por qué, por qué este libro, de dónde, hacia delante, desde qué, dentro, el título, todas las veces que he escrito sobre esta mujer —Rita Albero— pero tenían otro nombre, el mío quizá. Desde que empecé a escribir esta historia, que, a diferencia de otras, siempre ha tenido este título, he ido indagando en la mujer desde un lado u otro. Ya hacia el final, cuando todo estaba decidido y sólo quedaba la escritura intuitiva y los últimos arreglos, caí en los brazos de Maternidad y creación, un libro maravilloso que no hizo otra cosa que confirmar que ésta, la novela de Rita Albero, me era absolutamente necesaria. 
Aunque en un principio iban a ser tres historias —tres mujeres sin hijos— independientes con un mismo nexo, el nexo común de la maternidad o ausencia de ésta, a medida que avanzaba se fueron cruzando las tres, hasta dar con una historia única y fuerte, con la que he disfrutado tantísimo. Probablemente sea una novela tan especial para mí, que no quiere decir que lo deba ser para los demás, porque no hay ruralidad, no hay pueblo, no hay esos mundos belfondinos que siempre me acompañan (y que en Es un decir volverán a acompañarme): la historia de Rita Albero empieza en una oficina y se desarrolla en una ciudad, y hay gobierno y hay coches y hay radios y hay televisión y hay prensa. Hay de todo eso de lo que he venido prescindiendo siempre en la narrativa. Y sin embargo, Rita, Julia y Mónica siguen viviendo en ausencia, al margen, en un mundo apartado, un mundo interior.
Decía que durante todo este tiempo he ido indagando en la mujer, porque Mujer sin hijo me tiraba y me tiraba, y yo tenía la necesidad de escribir fuera de ella sobre lo mismo, sobre mis propios descubrimientos, ir enlazando y buscando los puntos de unión entre la mujer y la mujer, y de ahí nacieron los artículos de Jot Down Mujeres sin hijo y Mujeres con hijo, y Carta a un niño que nunca nació, y el último poema. También he leído para relacionar, como un libro sobre la esclavitud de la lactancia, por ejemplo, y he aprovechado para recordar a Pablo (La hora violeta, de Sergio del Molino) y a Ariel (acompañada por su nombre, que elegí, y la cita de Estefanía González). Y también he buscado en mí y en las demás, y el resultado es éste, una novela diferente que sigo sintiendo muy cercana y muy íntima y muy mía, a pesar de que los ingredientes sean tan distintos.
Éstas son mis explicaciones sobre Mujer sin hijo, necesarias o no, y aquí se puede comprar el libro en preventa con firma incluida, necesaria o no.

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