Sara sabe

El abuelo me ha mirado siempre
de frente.
De niños llamaba jarabe que lo cura todo
a la granadina
y nos contaba
el cuento del garbanzo.

Nunca lloró el abuelo.
Ahora, con casi cien años,
me mira, sonríe y llora:
qué bien que hayas venido,
dice,
¿estás contenta en el trabajo?
Muy contenta, abuelo.
Y vuelve a reír y llora.
Eso es lo que yo quiero, prosigue.
Cuando algunos me preguntan,
extrañados,
¿por qué sigues estudiando?
—dos másteres, dos carreras, un posgrado—
yo callo, asiento y también sonrío:

mi abuelo, nacido sobre
mil novecientos diez,
lloró por primera vez cuando
su hija le dijo,
tiempo después de dejar los estudios,
papá,
quiero hacer enfermería.

La mujer nunca en la cocina.

Y yo sonrío porque nadie sabe
que el orgullo o la fuerza
también se heredan.

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