Ni sé cuántas veces he visto Manhattan ni sé cuántas veces he leído astillas. Eso es lo que me hace pensar que el libro de Celso Castro es el que leería, y no otro, durante la película de Woody Allen que no puedo, ni quiero, perderme. Probablemente podría no leer el libro mientras no veo la película, porque ambas historias me las sé de memoria. Y ahí está el encanto de ambas: todavía tienen el poder de sorprenderme. Todavía hay bromas a las que no les presté atención la primera vez, y todavía ambos tienen la capacidad de ofrecerme distintas lecturas, lecturas inagotables.